De un artículo en la última revista de Muface sobre "Las españolas y la salud reproductiva": cada año nacen en España 480.000 niños, y hay más de 101.000 abortos. Oficialmente reconocidos.
O sea, que cerca de uno de cada seis embarazos se interrumpe voluntariamente, o más. En la mayoría de los casos, alegando que hay "peligro para la salud de la madre", lo cual es señal evidente de un fraude masivo, para cualquiera que se pare un minuto a pensarlo sin prejuicios.
Y es un fraude de ley, éste, que no resulta en unos eurillos estafados a Hacienda, sino en un acto que (supuestamente) está penado como un atentado a la vida humana—de no ser el supuesto auténtico y cubierto por la ley, se entiende. No hay una hipocresía de tamaño similar en ningún otro rincón de nuestro ordenamiento jurídico—ni en ningún otro caso se tolera que una vida que según la ley se entiende humana dependa de que un médico falsario (falsario en un altísimo porcentaje de los informes producidos sobre la salud de la madre) se quiera sacar unos euros en un negocio en el que participa directamente.
Es, sencillamente, inaudito. Pero los alemanes también vivían con sus campos de concentración pensando que su razón de ser tendrían, y que después de todo igual no eran plenamente humanos, los masacrados. Suponiendo que los abortados sean medio humanos, son más de 50.000 homicidios legales o legalmente apañados con un tupido velo—así desde el punto de vista matemático.
Otro dato de este artículo: "el 42,6% de las mujeres españolas de entre 22 y 44 años no ha tenido aún ningún hijo."
"Aún".
Estamos hablando de más de un 40 por ciento—algo que jamás ha sucedido en ningún país ni en ninguna época. Cosas inauditas nos trae el progreso. El artículo habla de "retraso en la edad de tener el primer hijo". Retraso a perpetuidad, en tantos y tantos casos. Luego las niñas chinas, etc. El Tercer Mundo produce barato—niños también. De hecho le hemos delegado mayormente la producción de productos y de productores y de reproductores—por efecto deslocalización.
El artículo dice que "la competitividad actual obliga a una dedicación plena al trabajo". Trabajos a tiempo completo, sin tiempo para la familia. Ya harán eso de hacer familias en China o en Marruecos. Los matrimonios (institución agrícola) fueron estables mientras hubo puesto de trabajo estable, o mientras hubo que tener una productora/reproductora en casa del obrero, para asegurar la producción y reproducción de su hombre. ¿Ahora? A deslocalizar. Puestos de trabajo inestables, y relaciones también inestables: el tener una pareja fija es un incordio para la movilidad laboral. Y todos sabemos que el trabajo va primero y el amor después, como un epifenómeno para llenar las horas libres.
Que si prolifera lo de las 65 horas semanales ya no serán tantas—qué alivio, una vez libres de los hijos, ya no necesitaremos ni pareja.
El fenómeno tiene otras variantes. La funcionaria tan hiperresponsable y dedicada primero a su oposición y luego a su puesto y luego a volver tras largo circuito al lugar de su origen y familia, que mientras se le pasa el asado y se queda soltera a perpetuidad. Con pocos riesgos tomados, poca improvisación erótica, y eso sí buena carrera y buenos trienios. También abunda—y es que en la función pública se han refugiado muchas mujeres que en otros sitios eran sospechosas de poder querer embarazarse.
Sospecha infundada en muchos casos, como vemos.
El matrimonio se ha devaluado como institución—a la gente le da lo mismo (aparentemente al menos) estar casada o no, y el gobierno hace lo que puede por eliminar la diferencia entre estarlo y no estarlo. Y a nadie le importa, menos a la hora de tener hijos, porque la inestabilidad de la relación siempre es buena excusa para postponer el embarazo sine die. También aquí hay mucho liberalismo de boquilla, y más bien búsqueda de la comodidad y de eludir compromisos y responsabilidades.
Buena solución será dar a los matrimonios (también a los gays) permiso laboral obligatorio durante la adopción o reproducción, tanto a hombres como a mujeres, todos café. Pero no parece que vayan a ir los tiros mucho por allí. Igual ya era la puntilla y pasábamos a natalidad y adopción cero, para no ser sospechosos nadie de nada. Que eso sí que parece que va a ser importante.
Aún recuerdo que en mi currículum de las oposiciones (suspendidas) puse al final, a modo de chiste, en "otros méritos", que tenía tres niños, "con régimen de dedicación a tiempo parcial". Y el tribunal se lo tomó tan mal que incluso se molestaron en reprochármelo. No es de extrañar, viendo que la que era presidenta del tribunal, y catedrática de nuestro departamento, en otras ocasiones nos ha afeado en público cosas como tomar permiso laboral por matrimonio, o "dedicarse a criar niños" en lugar de investigar más. Pues no sé quién iba a leer los artículos de investigación, si no hubiese primero niños, y luego mayores. Eso sí que habría que investigarlo. También hemos tenido ocasión de oír comentarios negativos sobre las profesoras que tienen partos fuera de los meses de vacaciones, como cosa poco profesional. Por supuesto, como esta postura podría parecer muy dura si no, iba aderezada con ribetes de discurso feminista.
Los niños no son especialmente bienvenidos—ya casi parecemos ingleses. Hasta los padres y madres, cuando hablan de ellos, suele ser como de un fastidio, o de un incordio para su ocio o su trabajo. Y a facturarlos al campamento si es posible. Interesantes, no parecen; y uno se sospecha que en general deben de recibir poco refuerzo positivo. Ahora, nintendos y playstations, todas las del mundo.
En nuestra Universidad no hay guarderías. La verdad es que casi ni son necesarias. De hecho, se aprecia más la "disponibilidad total" de que hacía gala el antiguo Rector, que la "conciliación laboral" que a veces se pregona. De todo hace falta, supongo. Pero puestos a elegir, mejor, opino yo, todos con conciliación familiar que todos con disponibilidad total. Este último ideal pertenece a alguna pesadilla zamiatinesca u orwelliana, de una sociedad robótica perfectamente eficaz, y donde la vida y el erotismo y el ocio de sus habitantes están supeditados a una mejor productividad y a un orden social planificado—no por nadie, sino autoplanificado. Y es una pesadilla que cada día parece menos delirante.
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