La Fenomenología del Espíritu
de Hegel traza el camino recorrido por el conocimiento y la
consciencia, desde las formas más elementales hasta las más complejas.
En su primer capítulo trata de la certeza sensorial, y en el segundo de
la percepción ("Percepción: o la cosa y el engaño"). El engaño viene a
ser que la consciencia (la humana al menos) no puede darse por
satisfecha con la percepción como forma de conocimiento—la consciencia
niega siempre la simplicidad evidente de lo que los sentidos ofrecen,
para ir más allá e introducir un elemento reflexivo—descubrir que desde
el momento que se reflexiona sobre la percepción ya se está en una fase
de conocimiento superior. Y así avanza el sistema dieléctico de la
epistemología hegeliana, con la reflexividad de la consciencia como
base.
Bien,
pues en su análisis de la percepción y de su objeto, vemos
desarrolladas con gran sutileza cuestiones que, en una forma más
simplificada y una aplicación más local, pasarán más adelante por
grandes innovaciones del pensamiento estructuralista. En concreto, se
trata del análisis saussureano del signo como algo que adquiere una
identidad positiva sólo merced a una negatividad que lo constituye. En
semiología, recordamos, sólo hay diferencias, no hay términos positivos
(algo a lo que Derrida le sacará gran partido)—o cuando menos, los
términos positivos sólo son posibles mediante una consitución
diferencial previa de los sistemas de signos. El signo está diferenciado
de otros signos por relaciones in praesentia (sintagmáticas) que lo
diferencian de otros signos de la misma cadena, y relaciones in
absentia, paradigmáticas o asociativas, que constituyen su entidad
diferencialmente con respecto a otras posibilidades de sentido. Por
ejemplo, un fonema es una amalgama de rasgos (oclusivo, sordo, etc.)
superpuestos; en tanto que tal opone su entidad a la de otros fonemas
que no es, otras características que no tiene— y a la vez esos rasgos
son tales únicamente porque los ha generado un sistema de sentido que
otorga un valor semiótico a determinadas características físicas (por
ejemplo la sonoridad frente a la no sonoridad).
Este
análisis del signo tiene un paralelismo muy cercano en el análisis
hegeliano del objeto percibido. No del signo lingüístico, sino de cualquier objeto—
con lo cual Hegel sienta las bases, avant la lettre, de una semiología
general mucho más universal que cualquiera propuesta por Saussure. La percepción simple de un objeto es un modo de conocimiento aparentemente simple, pero que en seguida nos llevará más allá, una vez embarcados en la reflexión hegeliana. Un objeto es percibido como podría serlo otro, y así la objetualidad es un "medio abstracto universal", que podemos llamar la "cosidad" o la "esencia pura". ¿En qué consiste? Pues en la simple presencia conjunta de una pluralidad de características: en la percepción de la sal, por ejemplo, la blancura, la textura, el peso, el sabor... propiedades que en su coexistencia acumulada constituyen la sal como objeto. Pero estas cualidades son de por sí independientes: comprendemos que la blancura no afecta a la forma cristalina, ni al sabor, etc.: cada una de estas cualidades aquí superpuestas es de por sí un universal distinto, meramente conectados en una acumulación (un "Además") que es la cosa—y, como modo de existencia, la cosidad en general (Fenomenología § 113). Traduzco ahora el párrafo 114:
En
la relación que ha emergido de este modo sólo es el carácter de la
universalidad positiva el que al principio se observa y se desarrolla;
pero otro aspecto se presenta que también merece consideración. A saber,
que si las muchas propiedades determinantes [del objeto] fuesen
estrictamente indiferentes una a otra, si estuviesen simple y únicamente
relacionadas consigo mismas, no serían determinadas—puesto que son
determinadas en la medida en que se diferencian una de otra, y se relacionan con otras
que les son opuestas. Y sin embargo: en tanto que opuestas así una a
otra no pueden estar juntas en la simple unidad de su medio, unidad que
les es no menos esencial que la negación; la diferenciación de sus
propiedades, en la medida en que no es una diferenciación indiferente
sino que es exclusiva (con cada propiedad negando a las otras) cae pues
más allá de este simple medio; y el medio, por tanto, no es meramente un
"Además", una unidad indiferente, sino también un Uno, una unidad que excluye a otra. El Uno es el momento de la negación;
es en sí mismo simplemente una relación de lo mismo a lo mismo y
excluye lo otro; y es aquéllo por lo cual la "cosidad" queda determinada
como una Cosa. La negación es inherente a una propiedad en tanto que determinación
que es inmediatamente una con la inmediatez del ser, una inmediatez
que, a través de esta unidad con la negación, es una universalidad. En
tanto que Uno, sin embargo, la determinación queda liberada de esta
unidad con su opuesto, y existe en y por sí misma.
En términos saussurianos (derridizados) diríamos: la presencia está penetrada de ausencia; no hay términos positivos sin una negatividad estructural previa. Y esta naturaleza diferencial del signo subyace no sólo al lenguaje, sino a toda la realidad, cuya naturaleza es por tanto semiótica. Y sujeta a la reflexividad de la mente que la conoce y se conoce—que es el punto a donde quería llegar Hegel, y donde nos estaba esperando.
(Lástima no tener a mano: "The Pit and the Pyramid: Introduction to Hegel’s Semiology", en Jacques Derrida, Margins of Philosophy. Chicago: U of Chicago P, 1982. 69-108).
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