Tras su análisis de la percepción en el capítulo 2 de la Fenomenología del Espíritu, describe Hegel, tomando un poco de distancia, lo que acaba de hacer en dicho análisis, y presenta esta descripción como modelo del funcionamiento reflexivo de la consciencia, con un lenguaje que (más que la versión del principio de indeterminación de Heisenberg, muy limitado a un contexto científico particular) muestra la implicación necesaria del sujeto y del propio instrumento analítico en la descripción que se da de los objetos.
En el análisis de la percepción había mostrado Hegel que lo que parecía conocimiento inmediato era de hecho un fenómeno complejo y relacional, donde uno tras otro los dos polos (el objeto percibido y el sujeto cognoscente) eran puestos en cuestión y mostrados como inesenciales—el objeto relativo a la manera en que es percibido con categorías universales, y a la experiencia que de él tiene el sujeto, y el sujeto como algo que transitorio cuya presencia no es necesaria y puede ser sustituida por la de cualquier otro sujeto frente a la permanencia del objeto.
Ante la insatisfacción teórica que produce esta descripción, la consciencia se ve llamada a dar una explicación todavía más compleja del proceso de percepción, y el primer paso consiste en reconocer el papel de la reflexividad tanto en el acto de percibir como en su análisis al que estamos procediendo. Es el párrafo 118 de la Fenomenología:
"La
consciencia, por tanto, necesariamente recorre este ciclo otra vez,
pero esta vez no de la misma manera en que lo hizo la primera vez.
Porque ha experimentado en la percepción que el resultado y la
verdad de la percepción es su disolución, o es la
reflexión que parte de lo Verdadero para volverse a sí
misma. Así queda claro ahora para la consciencia de qué
modo se constituye esencialmente su percepción: a saber, que no
es una pura y simple aprehensión, sino que en el proceso de su aprehensión a
la vez se ve reflejada partiendo de lo
Verdadero para volverse a sí misma.
Este retorno de la consciencia sobre sí que está
directamente mezclado con la aprehensión pura [del
objeto]—porque este retorno sobre sí ha resultado ser
esencial para la percepción—altera la verdad. La
consciencia al punto reconoce este aspecto como suyo propio, y se hace
responsable de él; haciendo esto, obtendrá el objeto
verdadero en su pureza. Siendo esto así, tenemos ahora en el
caso de la percepción lo mismo que ya sucedía en el caso
de la certeza sensible, el aspecto de la consciencia remitida a
sí misma; pero no en principio como sucecía en el caso de
la certeza sensible, es decir, no como si la verdad de la percepción se hallase
en la consciencia. Por el contrario, la consciencia reconoce que es
esta misma falta de verdad
de que se da en la percepción la que se debe a la propia
acción de la consciencia. Pero precisamente debido a este
reconocimiento es capaz de superar esta falta de verdad;
distingue su aprehensión de la verdad de la falta de verdad de
su percepción, corrige esta falta de verdad y ya que emprende
esta corrección ella misma, la verdad, en tanto que verdad de la percepción, naturalmente entra en el ámbito de la
consciencia.
El comportamiento de la consciencia que ahora hemos de considerar
está por tanto constituido de tal manera que la consciencia ya
no percibe meramente, sino que también es consciente de su
reflexión hacia sí misma, y separa esto de la simple
aprehensión propiamente dicha." (p. 72).
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