Genios, mediocres y tiranos
Publicado en Literatura y crítica. com. José Ángel García Landa
El ensayo de Victor Hugo William Shakespeare
(1864) no va tanto sobre Shakespeare como sobre el fenómeno de los
hombres geniales, los grandes escritores como motores de la historia (un
tanto al modo de los Héroes de
Carlyle). Es también un libro sobre la herencia de la Revolución
francesa; cada gran escritor aparece allí como un revolucionario
pugnando por arrancar a la humanidad del oscurantismo y la sumisión a un
pasado abyecto. Es también, a ese nivel, una apologia pro vita sua,
una vindicación de la clamorosa oposición de Victor Hugo el exiliado
frente a Napoleón III y a quienes lo aceptaban y apoyaban. Y más allá,
es una llamada a la responsabilidad de la literatura y de la creatividad
con la verdad, el progreso y la sociedad. El escritor debe
comprometerse, aunque su forma de compromiso más profunda es seguir los
dictados de su genio, cuando lo tiene. Eso es lo que más ofende a los
críticos mediocres y tiralevitas del gobierno (es también un libro sobre
la crítica buena y mala) —y eso es lo que ayuda a minar el poder de los
tiranos. Es también un libro sobre la Historia, y los historiadores y
la manera servil en que tratan a los Grandes Hombres de los cuales dios
nos libre. El genio, los mediocres y los tiranos. Hablando de Esquilo,
de Juvenal, de Dante, de Cervantes o de Shakespeare, habla del genio. Aquí hay dos fragmentos sobre los otros—los mediocres y los tiranos, grupos que por otra parte se solapan y refuerzan entre sí.
Sobre los mediocres:
El
espíritu libre que levanta el vuelo, como un pájaro llamado por la
aurora, lo miran con desagrado las inteligencias saturadas de ignorancia
y los fetos conservados en alcohol. Quien ve, ofende a los ciegos;
quien oye, indigna a los sordos; quien anda, insulta abominablemente a
los que carecen de piernas. Para los enanos, los abortos, los aztecas,
los mirmidones y los pigmeos, unidos para siempre al raquitismo, el
crecimiento es una apostasía.
Sobre los tiranos:
En
tiempo de los Césares era muy raro morir en la cama de muerte natural.
Pisón es célebre por la rareza de haber fallecido de enfermedad. El
jardín de Valerio Asiático agrada al emperador y la cara de Estatilio
desagrada a la emperatriz. Pues sólo por esto se cometen crímenes de
Estado: se estrangula a Valerio porque tiene un jardín y a a Estatilio
porque tiene cara antipática. Basilio II, emperador de Oriente, hizo
quince mil prisioneros búlgaros: los dividió en grupos de ciento,
haciéndoles saltar los ojos a todos menos a uno, que era el encargado de
conducir a los noventa y nueve ciegos. Envió después este ejército de
ciegos a Bulgaria. La Historia, por la pluma de Delandine, juzga de la
manera siguiente a Basilio II: "Amó demasiado la gloria". Pablo de Rusia
consigna este axioma: "Sólo son poderosos aquellos a quienes el
emperador se digna dirigir la palabra, pero su poder dura lo que la
palabra en sus oídos." Felip II de España, el que asistía ferozmente
tranquilo a los autos de fe, se espantaba ante la idea de mudarse de
camisa, y estuvo en la cama seis meses sin lavarse y sin cortarse las
uñas, temiendo ser envenenado con las tijeras, con el agua de la
jofaina, con la camisa que le entregaran o con los zapatos que se
pusiera. Iván, abuelo de Pablo, mandó torturar a una mujer antes de
hacerla acostar en su cama; mandó ahorcar a una recién casada, poniendo
de centinela al infeliz marido para que nadie se atreviese a cortar la
cuerda; mandó a un hijo que matase a su padre; inventó el partir a un
hombre en dos mitades por medio de un cordel; quemó por sí mismo a
Bariatinsky a fuego lento, y cuando el martirizado daba gritos de dolor,
le aproximaba los tizones con su bastón. Pedro, en punto a grandezas,
aspiró a tener la del verdugo y ejercitóse en cortar cabezas. Al
principio cortaba cinco cada día, pero gracias a su aplicación llegó a
cortar veinticinco diarias. Reveló gran talento el zar que arrancó el
pecho a una mujer de un solo latigazo. ¿Qué son todos estos monstruos?
Son síntomas, tumores en supuración de un cuerpo enfermo. No son ellos
los responsables, como tampoco es responsable el total de la adición de
los sumandos. Basilio, Iván, Felipe, Pablo, etcétera, son el producto de
la inmensa estupidez que los rodea. Cuando un ciego como el clero
griego profesa, por ejemplo, la siguiente máxima: "¿Cómo hemos de ser
jueces de aquellos que son nuestros amos?", es perfectamente natural que
el zar y el mismo Iván hagan coser a un arzobispo dentro de una piel de
oso para que se lo coman los perros. El zar se divierte con eso y es
justo que lo haga. En tiempo de Nerón, el hermano de un asesinado iba al
templo a dar gracias a los dioses. En tiempo de Iván, un boyardo
empalado empleó su agonía, que duró veinticuatro horas, diciendo: "¡Dios
mío, protege al zar!" Un día, la princesa Sanguzko se acerca y se
arrodilla ante el zar, bañada en llanto, y le presenta un memorial
suplicando la gracia y el perdón del horrible destierro a Siberia de su
marido. Sanguzko (polonés culpable de amar a Polonia). Nicolás escucha
en silencio la súplica, toma el memorial de sus manos y escribe debajo:
"Que vaya a pie." Después de esta escena, Nicolás sale a la calle y la
multitud se agolpa para besarle humildemente las botas. ¿Qué significa
esto? Que Nicolás es un demente y la multitud una bestia. Del khan proviene el knes, y del knez el tzar, y del tzar,
el zar. Serie de fenómenos, mas no filiación de hombres. ¿No es acaso
lógico que Iván suceda a Pedro, a Pedro Nicolás y a Nicolás Alejandro?
Si obran así, es por el consentimiento unánime, es porque los mártires
se pliegan al martirio. "El zar medio podrido y medio helado", como dice
Madame Staël, hace lo que le toleran. Que un pueblo, siendo una fuerza,
se preste a sufrir esas monstruosidades, equivale a tener complicidad
en ellas. La presencia pasiva ante el crimen estimula y alienta al que
lo comete.
Pero siempre
precede la corrupción a la perpetración de los crímenes. La fermentación
pútrida de toda clase de bajezas engendra a los opresores.
El lobo es producto de las selva. Es el fruto feroz de la soledad
sin defensa. Reunid y agrupad el silencio, la oscuridad, la victoria
fácil, la infatuación monstruosa, la víctima ofrecida por todas partes,
la muerte en seguridad, la connivencia de quienes estén alrededor, la
debilidad, el desarme, el abandono y el aislamiento. Del punto de
intersección de estas cosas sale el animal feroz.
Claro
que... esto son cosas del siglo diecinueve, ¿no? Libros viejos. Ahora
no hay ni tiranos, ni mediocres. Y Victor Hugos, siempre ha habido menos
que pocos.
Vaya, ahora recuerdo que hace un año
exactamente estaba de visita en su casa, en la plaza de los Vosgos.
Aparte de montar revoluciones y escribir panfletos incendiarios y
novelas geniales, era decorador y diseñaba muebles. Bonitos.
A
veces desesperaba menos de la multitud, Victor Hugo. Como sugiere esta
canción de esperanza en el futuro, que buena falta nos hace—"Do You Hear
the People Sing?", del musical de Les Misérables:
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