domingo, 24 de diciembre de 2017

¿Apunta la cosmología actual a un universo autosuficiente?




¿Es el cosmos inconsistente de por sí? ¿O se sostiene sobre un juego de dados increíblemente acertado? ¿O se asienta quizá sobre muchos, innumerables, juegos de dados? El ajuste fino de las fuerzas de la naturaleza nos llevaría a inclinarnos por la segunda opción. Pero ésta abre también abismos de incertidumbre...


Son remotos los múltiples universos, de haberlos, y así es incierto, y teórico a lo sumo, nuestro conocimiento de ellos. Seguramente seguirán ocupando a la mente humana por siempre jamás, pues nos enfrentamos en estos límites del conocimiento a una especie de antinomia de la razón de las que tanto gustaba de analizar (que no resolver) Kant. El único universo se enfrenta a la paradoja de su insuficiencia racional, y nos hace postular otros mundos que no hacen sino complicar la cuestión, multiplicando los problemas a la vez que se multiplican los mundos... para no acabar sino siendo reabsorbidos en la noción primigenia y ahora ampliada de universo, entendido como el contenedor o principio generador común de todos los universos.

En el siglo XVIII mantuvo abierto el diálogo sobre la multiplicidad de los mundos Bernard Bouvier de Fontenelle con su Diálogo sobre la pluralidad de los mundos. Un multiverso a su manera. Y, más allá, podemos ir al principio de la tradición cosmológica occidental, donde se juntan el origen de la física y el de la filosofía, en la obra de los estoicos o de los presocráticos, que también se ocupaban de los muchos mundos—y del mundo que a todos los contiene. En estos términos presentaba el debate Plutarco, en su diálogo sobre el fin de los oráculos:
 
¿Y quién podría sentirse alarmado por otras ideas de los estoicos, que preguntan cómo podría seguir habiendo un Destino y una Providencia, y cómo no habría de haber muchos dioses supremos que lleven el nombre de Zeus o Zen, si hay más de un mundo? Porque, en primer lugar, si es absurdo suponer que hay más mundos que uno, entonces ciertamente las ideas de estas gentes serán todavía más absurdas; pues crean un número infinito de soles y de lunas y de Apolos y de Artemisas, y de Poseidones, en el ciclo infinito de los mundos. Pero el segundo punto es el siguiente: qué necesidad habría de que hubiese muchos dioses llevando el nombre de Zeus, si hubiese más mundos que uno, y que no hubiese en cada mundo un dios poseedor de sentido y de razón, como el que entre nosotors lleva el nombre de Dios y Padre de todos? O bien, qué impedirá que todos los mundos estén sometidos al Destino y Providencia de Zeus, y qué habrá de impedir que él los supervise y los dirija a su vez, y que les proporcione a todos ellos primeros principios, fuentes materiales, y planes de todo lo que tiene lugar?  ¿No tenemos acaso con frecuencia, en este mundo nuestro, un cuerpo único compuesto de cuerpos separados, como por ejemplo una asamblea de personas, o un ejército, o una compañía de bailarines, cada uno de los cuales tiene la facultad contingente de vivir, de pensar, y de aprender, como cree Crisipo, mientras en todo el Universo, que haya diez mundos, o cincuenta, o incluso cien, viviendo bajo un único plan razonado, y organizado bajo un solo gobierno, se considera una imposiblidad? Y sin embargo, una organización tal es totalmente adecuada para los dioses. (Plutarco, De defectu oraculorum, §29).

Si no hay una serie infinita de mundos posibles, ni una serie infinita de conversadores sobre estas cuestiones (como la que ridiculiza Cicerón en sus Analitica Priora), sí hay al menos una larga serie de conversadores a lo largo de la historia.

Cada época (y cada disciplina del conocimiento) se enfrente a su manera a esta paradoja, con los instrumentos conceptuales que le son propios. Parece aventurado o ingenuo considerar que los instrumentos de hoy en día sean los que vayan a resolver la cuestión por siempre jamás: lo más que puede esperarse es que mantengan abierto el discurso racional sobre esta cuestión, y apunten a una congruencia o consiliencia con otros problemas relacionados con éste en física o en filosofía—realizando, por así decirlo, una contribución relevante a la conversación. Es lo que creemos hace la teoría de Smolin y Mangabeira Unger, ampliando el actual paradigma de la Física y de la Cosmología en un diálogo con la teoría ("darwinista", pongamos) de la selección natural y de la emergencia espontánea de la complejidad.

Esta teoría propone una sustitución del actual paradigma físico-matemático (newtoniano o einsteiniano) de interpretación de las leyes naturales, por un paradigma cosmológico-evolucionista, que admite la posibilidad de una evolución de una modificación de las leyes naturales en acontecimientos cosmológicos extremos (como el Big Bang, aquí reinterpretado y reconceptualizado), y propone un sistema racional de selección de leyes naturales capaces de generar mundos "viables" como el que habitamos sin acudir a la pura combinatoria matemática de los mundos múltiples hipotéticos, incomunicados entre sí y sólo accesibles mediante un razonamiento matemático.

Esta teoría del evolucionismo cósmico también modera el encumbrado papel encomendado a las matemáticas en el paradigma newtoniano (donde son el plan rector del universo o un plano de la "mente de Dios"), y les atribuye un rol más limitadamente humano, más instrumental, y menos predictivo en lo que al mundo físico se refiere. Aunque también se apoya el paradigma propuesto por Smolin en una teoría matemática capaz de describir el universo como un proceso de acontecimientos únicos. Es una teoría, en suma, que combina de manera novedosa la noción de multiverso con la de un universo único regido (si tal puede decirse) por ese "dios único" y gerente de los Primeros Principios que sería el Tiempo. O quizá Cronos.

Seguiremos atendiendo al diálogo de las eras sobre la multiplicidad de los mundos.


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