Me leía hoy una reseña sobre el último libro de Catherine Belsey, Culture and the Real: Theorizing Cultural Criticism (Routledge, 2005). Belsey hace un generoso uso de conceptos lacanianos, como lo Real opuesto a lo Simbólico, con una ligereza filosófica que pone nervioso al reseñista, el ateniense Nic Panagopoulos (European English Messenger 15.2, 2006). En realidad es Lacan el que le ataca los nervios—a él y a muchos más, y Nic P. le dedica algunos párrafos despiadados a su estilo egocéntrico y portentoso. Si los seminarios de Lacan (se supone) habían de formar a teorizadores y analistas, ¿por qué buscar un estilo más próximo al del síntoma analizable que a la claridad del análisis racional? Esta crítica ateniense a Lacan recuerda muchas otras críticas (especialmente británicas, y del TLS) a las mistificaciones lingüísticas y conceptuales de los postestructuralistas franceses en general:
"En
otras palabras [traduzco], si la explicación es más oscura o
incomprensible que lo que se está explicando, necesitamos una
explicación de la explicación, etc. Además, Lacan escribe
frecuentemente como si sus teorías o bien estuviesen bien establecidas
o bien hubiesen de ser conocidas para su público de seminarios
anteriores, cuando las está exponiendo por vez primera, o, aún peor,
añadiendo una nueva complicación sin anunciarla. Como observa Belsey en
relación con Freud, ’cuando el argumento no se sostiene, nos parece que
ha de ser por culpa nuestra’ (158), pero bien podría decirse que esto
es más aplicable a Lacan, que, para prevenir resistencias, a menudo
hacía que sus seguidores se sintiesen como si no estuviesen lo bastante
atentos o no hubiesen hecho los deberes." (80)
En suma, los conceptos y razonamientos de Lacan le parecen a
Panagopoulos (y a muchos más) vagos, fluidos, intercambiables, cuando
no tautológicos o indefinibles. Las generalizaciones sobre los
fenómenos psíquicos o culturales a partir de unos poquitos elementos
básicos —el Falo, el Nombre del Padre, el pequeño objeto a,etc.,—son
drásticas, panorámicas; a veces parecemos asistir más bien al show de
un ilusionista que tranforma unos objetos en otros o hace brotar
chisteras en los conejos, en un juego donde sólo él pone las reglas. A
Lacan se le perdona por ser un aventurero del pensamiento—muchos
lacanianos, en cambio, no tienen este beneficio de la duda que dan la
originalidad y el pensamiento en movimiento. Allí la niebla se ha
fosilizado.Quizá el beneficio y el perjuicio causado por Lacan hayan sido comparables. Por una parte, sus conceptos han sido muy influyentes, han sugerido multitud de trabajos, analogías, aplicaciones. Por otra, este mismo poder de sugerencia se ha debido a su vaguedad o carácter vaporoso y arbitrario. Y muchas veces, además, esta vaguedad ha sido contagiosa: el lenguaje y razonamiento nebuloso de Lacan ha pasado como legado a lacanianos menos imponentes u originales, una alianza entre la oscuridad y la mediocridad que promete ser realmente aterradora. Sobre todo cuando además se hereda el tono despectivo e impaciente hacia quienes no conocen los arcanos de la Doctrina.
Panagopoulos, a modo de niño escéptico señalando el falo del Emperador, no le perdona a Belsey / Lacan la vaguedad del concepto de lo Real sobre el que se asienta la base teórica de Culture and the Real. Lo Real—dice Belsey—existe, no puede ignorarse o reducirse a lo Ideal con los instrumentos del idealismo (alemán, o de Baudrillard). Lo Real "no depende de la idea que yo tenga de ello". Asocia Belsey el idealismo a la irresponsabilidad social y a la defensa interesada de nuestro status quo privilegiado, aunque observa Panagopoulos que un argumento parecido podría desarrollarse sobre la base de un materialismo determinista como el que parece inspirar a Belsey. Por otra parte ese materialismo no deja de ser un constructo ideológico—etc. Por otra parte, a lo Real "no tenemos acceso"; "no podemos hacer incursiones cognitivas" en lo Real según Belsey.
Revierte el reseñista el argumento cuando acusa a Belsey no ya de idealismo, sino de metafísica mística inconsciente: el concepto—si tal puede llamársele—o hecho, de lo Real, escapando a las determinaciones culturales, conceptuales, se sitúa más allá de la frontera de nuestra experiencia, en una dimensión que (para Panagopoulos) pertenece más al discurso religioso que al racional: "for like God (or his postmodern version, Godot) the real can mean all things to all people" (81). "De hecho, Dios y lo Real lacaniano no están tan distantes conceptualmente, pues la naturaleza de ambos puede deducirse sólo imperfectamente de sus efectos, en lugar de ser directamente aprehendida" (82). El sublime kantiano/zizekiano le parece a Belsey demasiado teológico y nebuloso—Viga en tu ojo, le dice Panagopoulos, pues lo Real que tú invocas sí que es inefable, incognoscible, impresentable diríamos. Hasta el noúmeno lacaniano es menos metafísico (en el mal sentido del término) pues por lo menos se presenta explícitamente como un concepto metafísico (en sentido propio y recto).
Podríamos decir que este "Real" lacaniano es sólo parte de la realidad entendida en sentido amplio. La realidad simbólica, o más bien el juego descrito por Lacan entre relaciones imaginarias y simbólicas, sería "en realidad" lo que solemos entender por realidad. Lo Real queda más allá. (Y si tenemos en cuenta que es un elemento conceptual de una teoría, se abren interesantes aporías, conceptos abymés y estropeados, vértigos in infinitum). Es más partidario Panagopoulos de ubicar (con Zizek) a lo Real como un espectro fantasmático pero no situado fuera del orden simbólico, pues de lo contrario no estaríamos hablando de ello. En cualquier caso, no deja de ser curioso (nos dice Panagopoulos) que elija Lacan el término "Real" para esta parte inasible e imperceptible de la realidad-en-sentido-amplio. "O bien está siguiendo a Kant demasiado de cerca al proponer algo más ’real’ de lo que puede aprehender el sujeto, o bien está volviendo nuestro universo conceptual patas arriba para confundirnos más" (82—qué mal pensado, aunque razones podrían aducirse... Sea como sea, a su entender Belsey no soluciona el problema creado por Lacan, sino que lo vuelve más inasible).
Según Lacan no podemos conocer nada fuera de nuestro universo simbólico, "nada ... que no tenga la estructura de un lenguaje", le cita Panagopoulos. Y a continuación reduce Panagopoulos al absurdo este Real que sin embargo hacía entrar Lacan por la puerta trasera, pues si (como decía Platón) lo que es plenamente (las Ideas para Platón) es plenamente cognoscible, y lo que no es es incognoscible.... "entonces, algo que es enteramente incognoscible es también inexistente" (Panagopoulos 82-83). O sea... lo Real, lo externo al lenguaje, a la representación, a los signos, no existe. (Algo así parecían deducir no sólo los fenomenólogos con su epokhé, sino también Berkeley con su inmaterialismo, y hoy en día los físicos cuánticos cuando relacionan la existencia del universo y su observabilidad).
Conclusión de Panagopoulos: "Si existe o no algo más allá del lenguaje es una cuestión indecidible, porque nunca podemos acceder a ello; para nosotros, no hay nada fuera del texto, o, por usar términos lacanianos, el sujeto de la cultura existe siempre en y a través del significante" (83).
Pues vaya—digo yo—lo que parecía empezar como una crítica al panlinguisticismo postestructuralista resulta que al final cae en el mismo pecado, y además invocando los términos lacanianos....
Esto sucede por acudir de manera demasiado precipitada (algo que hacen también con frecuencia Lacan, Derrida y muchos de sus exégetas) a la generalización de "lo lingüístico" para referirse alegremente a todo tipo de semiosis. Así sí que se compran boletos para sufrir de panlinguisticismo, y para encerrarse en la "cárcel del lenguaje", etc.
Reduciendo a "lenguaje" toda semiosis, no sólo se falsifica la frontera entre lo semiótico y lo "real" (lo "no lingüístico") sino que se pierde de vista por completo qué pueda ser eso de lo real, porque se ha renunciado al instrumento que permitiría definirlo. Porque lo real es... siempre comparativamente real, o más o menos real, y hace falta un contraste entre tipos de semiosis para generar esos "efectos de Real", como podríamos llamarlos si reciclásemos a Lacan a través de Barthes.
Si ando por ahí en bicicleta diciendo, "mamá, mamá, sin manos; mamá, mamá, sin pies..." ese malabarismo lingüístico generador de lo Imaginario acaba topándose con lo Real, en forma de piñazo; ese Real no es que sea a-semiótico, pero sí necesito para definirlo el contraste entre la semiosis del equilibrio perfecto imaginado y la semiosis fisiológica, las sensaciones físicas producidas por el batacazo. Al igual que la verdad es un efecto de traducibilidad entre sistemas de sentido, y sólo puede definirse de modo relativo a la no-verdad, así también lo Real no es nunca una Realidad absoluta, "en sí", sino un efecto de relación o contraste entre efectos lingüístico-semióticos de distinta naturaleza. Si queremos tratar toda la semiosis en términos de lenguaje—o de psiquismo consciente—mal enfocaremos esta cuestión. Por esto mismo, no hay una magna entrada en lo Simbólico, o en el Lenguaje, en el Dominio del Padre, etc. etc., sino que estamos ya desde siempre en la cárcel del lenguaje ésa, sólo que no es una cárcel a no ser que el mundo (y no sólo Dinamarca) sea una cárcel, y sólo que no está hecha de lenguaje; el mundo no está hecho de lenguaje, aunque sí está hecho de semiosis.
Epilogo sobre el 11-M y lo Real...
Tampoco cambió la historia el 11-S, ni el 11-M, aunque algunos hacedores de símbolos los quieran presentar como el inicio de un nuevo orden simbólico.
Belsey alude al 11-S (al 9/II digo) como la prueba del algodón de la existencia de lo Real—entendido como la intrusión de la realidad material en las construcciones del psiquismo. Como de costumbre, se crea aquí una alegorización, un desplazamiento que falsea los términos supuestamente esenciales que supuestamente se están representando con esta imagen. Para Belsey, esos emblemáticos aviones que impactaron en las torres gemelas "no eran un fragmento reprimido de nuestra propia psique sino, por el contrario, una violenta intrusión material del exterior" que "impugnaba la soberanía de las defensas de América y la fiabilidad de la inteligencia occidental" (60). —Lo que digo, ¡antes que materiales, parece más bien que estos aviones están hechos de carne de simbolismo! Cada cual los resimbolizará a su manera, parece claro. Lo hace Belsey, y lo hace a continuación su comentador Panagopoulos, cito y traduzco el fin de su reseña:
"Sin
embargo, conforme emergen más y más hechos sobre lo que realmente
sucedió en el día que esencialmente cambió la historia postmoderna,
parece que fue éste en efecto la orquestación de un gran espectáculo
mediático diseñado para conmocionar al pueblo norteamericano para que
fuese a la guerra contra un enemigo esencialmente imaginario, y al
hacerlo diese su consentimiento al sacrificio de miles de vidas
inocentes, así como a la renuncia a sus libertades constitucionales y
derechos humanos. Esos ’aviones’ (y el objeto que golpeó al Pentágono
no parece siquiera caer dentro de esta categoría) en realidad vinieron
de ’dentro’ del sistema: esta fue la razón por la que no se hizo nada
para detenerlos, y no servicios de inteligencia defectuosos o una
defensa civil inadecuada. Con la perspectiva del tiempo, la única cosa
real sobre el 11-S es el coste que tiene en términos humanos el confiar
a otros la definición de lo que significa ’real’."
Los paralelos entre el 11-S ese y el 11-M hispano no dejan de ser, como diría Freud, uncanny, aparte de obedecer a lógicas similares de la relación entre Occidente, el Islam, el Estado, el terrorismo y los servicios de inteligencia que circulan entre unos y otros con subcontratas, arriendos y deslocalizaciones. Reconocemos en las palabras de Panagopoulos la famosa teoría de la conspiración, que (al contrario de lo que sucede en España) es de izquierdas en tanto que se opone a la versión oficial de Bush—La similaridad es que la teoría de la conspiración en España es de derechas en tanto que se opone a la versión oficial del gobierno. Creo que izquierdas y derechas quedan en esta cuestión un tanto neutralizadas en su esencia, pues la oposición entre unas y otras se subordina a los automatismos estructurales del sistema en su vigilancia del terrorismo ’desde dentro'..
Obsérvese que (a modo de Lacan apabullando con su retórica a sus oyentes) Panagopoulos presupone que hay una verdad del 11-S (o del 11-M, pongamos) y que él la conoce... —Que si bien los aviones no vienen de "fuera" del sistema, el observador / teorizador sí está "fuera" del sistema, y puede dar cuenta objetiva de los procesos "reales" que se oponen a la fantasía imaginaria que Bush & Co. quieren imponer al país. Del mismo modo, la teoría de la conspiración local del 11-M presupone que de dentro del sistema vienen los complots, atentados, confidentes, y matanzas de Leganés. (¿Serán esto maneras de rechazar la posibilidad de esas intrusiones de lo real en la imaginación, reprimirlas occidentalmente, a la manera en que dice Belsey?)
Estas explicaciones conspirativas son explicaciones que creen en planes: planes que se elaboran en secreto, y que tienen éxito. Golpes de estado calculados a distancia. Ahora bien, este observador de aquí cree que si bien conspiraciones hay, y abundantes, cualquier plan tan complejo fracasa. Y que hay que tener en cuenta lo imprevisto, que siempre se da, las reacciones imprevisibles, las colisiones de complots, las apropiaciones sobrevenidas, lo todavía imprevisto por quienes estamos pillados. La Realidad del 11-S, o del 11-M, es en estos momentos una entelequia; no hay un discurso unificado a un nivel básico aceptable para estos acontecimientos. Por tanto, en cierto modo, no son reales—ni las conspiraciones gubernamentales, ni las de los servicios de inteligencia, ni las de los islamistas, etarras, mineros y nacionalistas. Son constructos ideológicos con alto grado de evanescencia. Las muertes, sí, ésas no están sujetas a debate, son reales. Pero claro, son lo de menos en todo este asunto, por extraña que parezca esta realidad. Nos puede el simbolismo, y las representaciones claritas y bien ordenadas. La sentencia que salga del juicio, me parece, va a ser un modelo de claridad—un tribunal siempre proporciona una representación bien ordenada. Pero lo Real es desordenado, y no responde a un único lenguaje ni a una lógica de significación unificada.
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