Es ésta una película sobre la corrupción político-financiera a altos niveles: sobre la lucha por el control de empresas gigantescas semiestatales, negocios engrasados por diplomacia internacional, y comisiones multimillonarias en "sobres", cuentas en Suiza o mangoneos con los fondos reservados. Y sobre cómo una juez "estrella" que instruye el asunto y empieza a hacer arrestos indiscretos, acaba replegando velas. Vamos, cosas que nos suenan a muchos, la película ideal para salir a verla un sábado noche con Baltasar Garzón, o Gómez de Liaño, o Grande Marlaska, o los jueces del caso Enron, o los que le siguen de cerca el lifting a Berlusconi.
Está rodada en estilo "sosito", evitando grandilocuencias con un exceso de dedicación casi, de tal manera que se queda un tanto escasilla o fría en el tratamiento. Y el final es también de tono muy bajo, sin resoluciones espectaculares de las que nos hubiera ofrecido Hollywood: que hubiera resuelto la cuestión con catarsis grandiosas y purificación del sistema capitalista con expulsión de los corruptos, o al menos con un juez siempre combativo, cuya estrella siguiese igual de rutilante e idealista al final. Aquí parece que aunque algún cabeza de turco caiga en manos de la justicia, la mayoría escaparán en cuanto el caso salga de manos de la juez, y en todo caso el sistema seguirá indemne. La conclusión de la jueza Jeanne Charmant Killman al acabar la película, "¡Que les den!" es una declaración de desprecio pero también de derrota personal. Les seguirán dando, en efecto, como siempre les han dado de lo que les gusta, y ella pasará a otros asuntos menos comprometidos. Una película pesimista, que muestra cómo el voluntarismo, el respeto a la ley y la honradez personal, si bien apreciables, son insuficientes para cambiar las estructuras de poder establecidas.
La borrachera de poder no es la de los capitostes del puro (casi caricaturas, pero los reales así son); aunque a veces se les vaya la mano y queden en evidencia, sobre todo por intrigas entre ellos; el sistema, que es lo importante, nunca peligra. Y raro es el que no sale indemne de las garras de la justicia. Charmant Killman, como su nombre indica, también se acerca a veces a la caricatura, cuando se toma en serio su omnipotencia de jueza de instrucción, entrando a saco en las casas y trastiendas de los ricohombres, y dejando sus trapicheos varoniles al aire, o a los presidentes de Grupos en calzoncillos. Porque la borrachera de poder en realidad es la de la jueza, confiada en el poder de la ley para enderezar la cosas. No logra empapelar al capitoste que la utilizó para empapelar a su predecesor (Patrick Bruel es este avispado sucesor); y al final los esfuerzos de la jueza no han hecho sino entorpecer momentáneamente el flujo de capital y permitir que los nuevos maquiavelos desplacen a los viejos. Y eso con riesgo y coste personal: la juez es workahólica—si no jamás se metería en estos fregados; y una cierta agresividad feminista la lleva a tensiones con su marido (envidiosete que se siente relegado y olvidado por ella). Isabelle Huppert encarna magníficamente a este personaje con la necesaria determinación y tensión interna acumulada. El marido le importa bien poco, es cierto, y puestos a elegir entre el caso y el marido, elige el caso. Aunque al final, cuando el caso se le escapa de las manos, ha de volver a cuidar a su marido, tras un intento de suicidio de éste tirándose por la ventana.
Así que acaba la juez de esposa devota y sufridora, tras haberse reído de la devoción de la esposa del capitoste al que arrestaba al principio, por hacerse la ciega ante la vida de altos vuelos de su marido.
Riesgo personal, digo, porque la jueza tiene un accidente que al parecer es preparado por algún medio de apoyo de los políticos que llevan el tema—sin que los jefes se enteren siquiera, que eso es hacer bien las cosas. No queda claro el asunto, pero parte de lo bueno que tiene la película es lo poco claros que quedan los límites del complot o maniobras de defensa y manipulación de los poderosos. Todos hombres, claro. Primero le ponen una colega jueza a llevar el caso conjuntamente, a ver si riñen. El superior de la jefa en el escalafón judicial está comprado, claro, o vendido—había mucho interés político por medio, y parte de la solución para apartar a la jueza es ir dándole ascensos. También le han plantado topos, aparte del propio jefe: su fiel secretario... Quizá los guardaespaldas que le asignan, simples policías al parecer, pero fácil resultaría colar un espía especialista allí.
Y, por último (y esto es lo que desanima a la jueza y la hace desistir) la corrupción se infiltra hasta su propia casa. Vivía con ella un sobrino perdulario del marido, con quien la juez tiene una relación afectuosa con tentaciones incestuosas. El sobrino no tiene oficio ni beneficio, pero le cae bien a la jueza y es en realidad su único amigo, el que le añade un pelín de ilusión a su vida de legajos y archivos (aparte de la adrenalina de mandar arrestos y hacer raids a domicilio). Pues el sobrino, que se gana la vida haciendo crucigramas y jugando al póker, al final tiene un deportivo impresionante. Y empieza a estar posicionado para ligarse a la colega jueza que va a heredar el caso. "¡En qué mundo vivimos!" reflexiona la jueza Charmant Killman. Y se va con el sobrino en el deportivo. Esto está bien llevado en la película, la incertidumbre sobre si son paranoias de la jueza las sospechas sobre su sobrino, o si realmente el sistema es capaz de corromperlo todo hasta ese punto.
El caso que investiga la Killman recuerda (por lo de ser una jueza, por los capitostes con contactos políticos) al famoso caso Elf, donde las comisiones millonarias iban y venían que daba gusto, y la juez instructora Eva Joy sacó a relucir los asuntos de amantes colocadas, espías en la cama y redes de contactos que iban de Mitterrand a Kohl. Pero lo mismo serviría Enron (aunque ahí había menos erotismo parece), o el famoso asunto Sogecable aquí en España, que llevó a la expulsión de la carrera judicial de Gómez de Liaño tras empapelar a Jesús Polanco. O tantos otros.
Eva Joly era una noruega que había subido a pulso por el sistema judicial francés y no tenía tradiciones familiares que respetar. Aquí la jueza es una "plebeya", una chica de pueblo que se echó novio de buena familia y sacó su puesto en oposiciones. Y cree en el sistema público que le ha vendido la République, y con razón, porque ella es su producto y ese sistema es la base sobre la que ha trabajado ella, le ha permitido ser tratada en pie de igualdad con los hombres, por sus méritos y trabajo, y llegar hasta donde está... pero no más allá. Lo que muestra la película es que ese sistema llega hasta cierto nivel, pero que la realidad es otra. Que en Francia (y no digamos en España), aparte de la transparencia y cuentas claras, el juego limpio, las normas públicamente avaladas y las leyes, están los corros de influencia, los trapicheos, los corralitos con normas no escritas, las prácticas de corrupción establecidas y no nombradas a menos que sea necesario. Y que son las auténticas normas no escritas que regulan el ejercicio del poder.
La juez es una "plain dealer" que entra a saco en este sistema de entendimientos y favores mutuos en el que se basan las altas finanzas, y da entre miedo, pena y risa a los peces gordos. Su sueldo, le da a entender uno, es patético, en uno de sus sobres él pasa el sueldo de ella de varios años, y encuentra ridículo que le vengan a recriminar lo que son las prácticas habituales para quienes entienden. Se protestan unos a otros escandalizados que esta mujer no se entera de "las reglas del juego". Y es cierto, no las entiende o no quiere entenderlas, pero ya le va llegando la lección al final.
La película es pues sarcástica y amarga, no ofrece soluciones para los problemas que denuncia. Que sólo son problemas según quien los vea, claro. El dinero y las influencias indebidas engrasan los altos negocios. ¿Y esta tía se cree que lo va a cambiar? Ilusa. Igual se piensa que se pagan comisiones porque a la gente le encanta ser corrupta. No, es porque fluya el capital. No es que haya "corruptos" en el sistema, es que el sistema es así, aunque algunos prefieran pensar otra cosa. Que se vaya a empujarle la silla de ruedas al marido, anda. Los del petit comité ya saben de lo que hablan, y son sus reglas las que se aplican en última instancia, no esas interpretaciones literales y estrictas de las leyes en las que sólo creen los que no tienen ni cultura interna, ni clase. Que no tienen ni idea de cómo funciona el cotarro, y aún vienen queriendo dar lecciones.
L'Ivresse du pouvoir (A Comedy of Power / Borrachera de poder). Dir. Claude Chabrol. Written by Odile Barski and Claude Chabrol. Cast: Isabelle Huppert, François Berléand, Patrick Bruel, Marilyne Canto, Robin Renucci, Thomas Chabrol, Jean-François Balmer, Pierre Vernier, Jacques Boudet, Philippe Duclos, Roger Dumas. Photog. Eduardo Serra. Music by Matthieu Chabrol. Music dir. Laurent Petitgirard. Ed. Monique Fardoulis. Prod. des. Françoise Benoît-Fresco. France: Alicéléo / France 2 Cinéma / AJOZ Films / Integral Film, 2006.
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