Nos vamos a ver al Centro de Historia de Zaragoza la exposición 77 million paintings de Brian Eno, aunque no los vemos todos; todo lo más unos pocos cientos. Consta de varias salas con pantallas de vídeo donde van proyectándose imágenes abstractas que cambian muy lentamente, combinando automáticamente diversas diapositivas con figuras abstractas, manchas de colores, patrones o motivos geométricos. Combinados por ordenador, claro (Eno, como yo, es un Macman). Y así en efecto logra Brian Eno pintar más cuadros que ningún otro pintor, por muy furiosamente que brochease Picasso en busca del dólar, y por mínimo que fuese el trabajo que le echasen los minimalistas como Rothko a cada cuadro. Lo que pasa es que estos de Eno se venden todos juntos, los 77 millones—deben salir a un céntimo los mil cuadros. Eso sí que es bajar los precios y reventar el mercado.
La exposición está bien montada, en salas grandes, oscuras y vacías, con la música ambient que le va a Eno y a esta experiencia. Eno ha colaborado con Roxy Music, David Bowie, U2... pero esta música no es nada parecido a ellos: parecida en todo caso a las variaciones lentas y minimalistas de imágenes en la oscuridad que se exponen. Así que es una buena exposición para relajar la mente, y nada apta para acelerados, hay que ir con ganas de estar un rato pensando en nada para pasar un rato un tanto zen—o Zeno— a la Dra. Penas le ha parecido sin embargo de lo más típico psicodélico-postmoderno-occidental-decadente la cosa. Una vidriera digital. Un caleidoscopio electrónico. En fin, para gustos hay combinaciones de colores.
La idea del arte generativo recuerda, eso sí, a las gramáticas generativas de Chomsky y las obsesiones combinatorias del estructuralismo y la literatura estructuralizante, como la del Oulipo. Eno, Eno... Queneau, Queneau. Que ya Queneau escribió aquel librito de los Cent mille milliards de poèmes en 1961, creando millones de sonetos (ninguno memorable) a partir de unos pocos. Y en combinatoria visual... la televisión es de por sí una exposición cambiante y permanente de millones de cuadros. Sobre todo combinada con el zapping. Aunque esta obra de Eno parece un híbrido entre la televisión y el caleidoscopio—que es quizá el primer artefacto para producir arte autogenerativo, aunque con menos aura.
Supongo que la idea del arte combinatorio viene de la propia cualidad combinatoria de nuestra mente, o del alfabeto, o del lenguaje (lingüístico, musical, o pictórico). Las fugas de Bach o las sinfonías de Mozart también parecen arte combinatorio tomadas en conjunto. Pero claro, se pasa a una dimensión metaartística superior cuando la obra de arte ya no es la obra de arte, sino el sistema generador de obras de arte (—aunque me pregunto si al inventor del zapping o del caleidoscopio lo consideraban artista conceptual...).
En cualquier caso, aún nos falta un poquito para llegar al arte del futuro tal como aparece en el relato de James Blish "A Work of Art": ahí la obra de arte es la "escultura mental" que crea (o recrea) a un artista completo, con su experiencia vital y estilo, y le deja producir sus obras. El artista del cuento recrea/resucita a Richard Strauss, que compone una nueva pieza de su obra (quizá una que podría haber compuesto de haber vivido más tiempo). Y la dirige en público, este Strauss artificial... para darse cuenta al final de que los aplausos no son para él y su obra, sino para el escultor de mentes que lo ha creado. O para Blish, que ha escrito el cuento. Todo arte es arte conceptual, al fin y al cabo, aunque unos conceptos sean más conceptistas que otros.
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