Acabo de enterarme de que ha muerto María Antonia Fatás. Siento dar la noticia a quien le apene. Fue maestra mía en Biescas ("La señorita María Antonia" era entonces), y era además la vecina de arriba en la casa de los maestros, cuando era niño. La vi la semana pasada, y aunque intenté darle ánimos, se veía que estaba muy débil, y que no había muchas posibilidades de que fuera a mejor. Pero nunca quieres pensar que la muerte pueda estar sólo unas horas por delante—dices aquello de "no hay enfermo que no pueda vivir un año más, ni niño que no pueda caer fulminado de repente". Luego parece estúpido y cruel no haberlos visitado más, a los enfermos, mientras podías. Pero siempre ha de ser así. Las últimas despedidas, normalmente, son retrospectivas. Se reparte así la pena. Aunque se le añade el sentimiento de culpa que nos dejan las muertes, de no haber atendido más a las personas mientras vivían, creyendo que iban a seguir viviendo. Me recuerdan de mi última (última fue) visita: "y cómo quiso despedirse de ti diciéndote lo mejor que sabía de ti"... Me tenía aprecio, como yo a ella. Y muchas personas se lo tenían, también, pero murió sola, después de haber pasado la vida cuidando y acompañando a su madre. Este es un cuadro suyo, de entre otros que me regaló (pintaba por afición, y aunque a todos nos gustaban, ella no tenía para sus pinturas más que comentarios pesimistas, resignados y escépticos...). Igual ella sí que sabía que se despedía, no sé.
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