Historia de allá por febrero y marzo de 1936, del libro La
Guerra Civil Española, de Anthony Beevor, y comentarios míos en
cursiva. Las
elecciones del 16 de febrero de 1936 "iban a ser las últimas elecciones
democráticas que se celebrarían en España durante cuarenta años" (51) (suponiendo que en un ambiente tan
antidemocrático pueda llamarse a las elecciones democráticas... )
"Los sentimientos de unos y de otros eran demasiado fuertes como para
permitir que la democracia funcionara normalmente. Ambas partes
recurrían a un lenguaje apocalíptico que canalizaba las expectativas de
sus seguidores hacia una salida violenta, no política. Largo Caballero
había dicho que si las derechas ganaban las elecciones, se iría ala
guerra civil abierta" (51)—y los otros parecido. La ley electoral
favoreía además la polarización. La CEDA constituye un frente
contrarrevolucionario con monárquicos y carlistas (si
bien habría que apuntar que la democracia es de por sí
contrarrevolucionaria en sentido estricto, y que los revolucionarios no
eran demócratas. Beevor participa de la presentación distorsionada de
Gil Robles haciéndolo parecer un pequeño Mussolini). La
manipulación ideológica de los votantes y demonización del adversario
era extrema. La Iglesia incitaba a la insurrección contra el gobierno
cuando perjudicaba sus intereses (pero
me parece excesivo hablar del "tren de vida" de los obispos como hace
Beevor). Los
fieles no mantenían adecuadamente a los sacerdotes. En el programa de
la izquierda estaba "promulgar una amnistía para los 20.000 o 25.000
presos políticos que había en España tras la revolución de Octubre" —(Aquí
es posiblemente tendencioso llamarlos presos "políticos", pues se había
tratado de una insurrección armada con muchas víctimas y grandes
destrozos). "La firme decisión de la izquierda de liberar del a
cárcel a todos los condenados por el levantamiento de 1934 no era
precisamente garantía de su resepto por el imperio de la ley y el
gobierno constitucional" (53). Muchos querían disolver el Ejército, la
Guañrdia Civil, las órdenes religiosas... y la derecha decía que había
cláusulas secretas en el programa que se llevarían a efecto al ganar la
izquierda. (Lo cual es altamente
probable).
Miembros del Frente Popular: "Izquierda Republicana, Unión Republicana,
Partido Socialista Obrero Español, Juventudes Socialistas, Partido
Comunista de España, Partido Obrero de Unificación Marxista, Partido
Sindicalista y Unión General de Trabajadores." En Cataluña, Esquerra
Republicana, Acció Catalana Republicana, Partit Nacionalista Republicà
Català, Unió Socialista de Catalunya, Unió de Rabassaires, y pequeños
partidos comunistas constituyeron el Front d'Esquerres. El PNV fue por
libre. La estrategia de la Comintern pasaba por una victoria de la
izquierda moderada para debilitara la posición de la derecha. Sin
embargo, los dirigentes de la Comintern difícilmente estaban
interesados en preservar, a la larga, a la clase media. La estrategia
del Frente Popular no era más que un medio para conseguir el poder"
(55). (O sea que sí había
maquiavélica estrategia comunista, como decían las derechas...).
La bandera de la defensa de la república era un instrumento, luego se
iría "más allá", lo cual "significaba también que la eliminación de los
rivales políticos tenía máxima prioridad desde el principio" (55)—por
ejemplo haciendo correr el bulo de que los anarquistas eran en realidad
elementos controlados por los fascistas. Largo Caballero usaba una
retórica leninista más extremada que la de los "discretos" comunistas,
llamando a la eliminación de las clases medias. "Pero, fueran o no sus
discursos producto de la intoxicación revolucionaria, o revelaran sus
propias intenciones en aquel momento, no es sorprendente que la
derecha, amenazada de extinción por la izquierda, se preparara para dar
una respuesta" (56 - en lo cual veo
que conviene Beevor más bien con Pío Moa que con los historiadores
universitarios españoles o con Preston. También merecería comentario
que los partidos de izquierda supuestamente no violentos, como
Izquierda Republicana o Unión Republicana—no se puede incluir entre
ellos al PSOE, claro—iban o bien engañados o bien autoengañados al
juntarse en una coalición de guerracivilistas, y contribuir a darle
fuerzas). Contribuyó a la victoria de la izquierda que la CNT
no pidió la abstención, quería sacar de la cárcel a sus militantes. (Hay
que observar que con una ley de partidos como la actual la mitad de
estos partidos del año 36 se considerarían o bien organizaciones
terroristas, o afines a ellas, y estarían fuera de la ley... a menos
que se les aplicase la vista gorda que ha aplicado el Tribunal
Constitucional a los partidos etarras).
(A continuación da Beevor unas cifras
de las elecciones del 36 que son claramente engañosas, si no
directamente falsas. En el texto va contabilizado hasta el último voto,
como si se tuviesen las cifras, pero la nota explica que son cifras
procedentes de unos cálculos estadísticos de Tusell, basados en "los
votos recibidos por el cabeza de cada lista"—lo cual no es lo mismo. La
izquierda gana por un margen exiguo, las cifras de votos son dudosas, y
aunque Beevor observa que el día de la votación no hubo coacciones, es
precipitado sacar la conclusión de que fue una jornada democrática así
sin más, y que las denuncias franquistas de que había un ambiente de
amedrentamiento y manipulación sean una pura invención. Como siempre la
verdad es más complicada de lo que dice una de las partes en conflicto).
Ganó la izquierda por menos del 2%, y obtuvo más escaños; sorprendente
el mínimo apoyo a la Falange, "lo que que da una idea algo más real de
la amenaza fascista de la que proclamaba Largo Caballero" (57)—la
mayoría de los votos fueron a la CEDA (a
la que luego la izquierda ha demonizado como fascista, hasta Beevor
dice que "no se atrevió" a llevar a cabo un golpe de estado o de
hacerse con el poder por medios violentos, en lugar de decir que "no
quería" o "no le parecía adecuado"—y le reprocha su discurso
socialdemócrata como "hipócrita"). "La izquierda, sin pararse a
considerar la estrechez de su victoria, procedió a comportarse como si
hubiese recibido un mandato aplastante para el cambio revolucionario.
Como era de esperar, la derecha se exasperó al ver cómo las multitudes
corrían a liberar a los presos, sin esperar siquiera a una amnistía"
(57). Sí se decretó el estado de alarma unos días; "El jefe del Estado
Mayor Central, general Franco, lo amplió por su cuenta al 'estado de
guerra' en Zaragoza, Valencia, Oviedo y Alicante para reprimir lo que
Gil Robles llamaba 'locura colectiva de las masas'" (58) (—que,
desde luego, no estaban ateniéndose a la lay y el orden, aunque en
España suele opinarse que eso es pecatta minuta, siempre que lo hagan
los del bando de uno).
(Los militares ya estaban preparando
un golpe, primero digamos que "por las buenas": "Ante
su escasa confianza en que el golpe saliese adelante, Franco se
entrevistó de nuevo con Portela el día 19 de febrero para espetarle que
'si deja[ba] pasar al comunismo' contraería una gravísima
responsabilidad ante la historia. Pero Portela no estaba para chantajes
morales: hundido, deshecho ('produce la impresión de un fantasma, no de
un jefe de gobierno' en palabras de Azaña), dimitió aquel mismo día"
(59) y Alcalá Zamora pidió a Azaña que formara gobierno. (Tal
como lo pone Beevor parece como si fuese una fantasmada de Franco el
decir que sería una gran responsabilidad ante la historia el no detener
el avance del comunismo. Que se lo pregunten a las víctimas de Stalin,
o a los de Paracuellos. Pero aquí todo lo que se hiciese llevaba a
contraer grandes responsabilidades, hasta dimitir y no hacer nada). El
PSOE no entró en el gobierno, ni el PC, sólo Izquierda Republicana y
Unión Republicana, pero la derecha y la Iglesia estaban alarmadas (—Vistas las matanzas de curas que
siguieron, no parece que fuera sin razón...).
"La derecha había comprendido que para salvaguardar su idea de España
la vía parlamentaria ya no le era de utilidad, aunque sólo fuera porque
sus oponentes de la izquierda ya habían demostrado su propia voluntad
de ignorar el imperio de la ley" (59).
Azaña se apresuró a conceder una amnistía (en parte cediendo al chantaje)
y cambió de destino a los generales sospechosos. March, mangoneante
mangante ayudado por Calvo Sotelo, ayudó con otros a financiar a la
Falange, y al golpe por venir (el conde de los Andes presidía una
comisión antirrepublicana a este efecto). La economía se hundía, el
dinero huía, y Azaña indultaba a los expropiadores de tierras y
ocupadores de fincas y proseguía las expropiaciones (Aquí
se suele acudir a la explicación de la maldad de los inversores, pero
es que no se hace economía próspera con buenas intenciones—ni quemando
los muebles. La izquierda, tuerta de un ojo, tiende a ver sólo las
consecuencias deseables de sus expropiaciones y revoluciones). "El
problema real con que se enfrentaba el gobierno de centro-izquierda de
Azaña nacía de su pacto fáustico con la izquierda dura de los
caballeristas, que veían aquel gobierno como el equivalente del régimen
de Kerenski en Rusia, cosa que compartía la derecha" (61). (¿Y
esto no lo veía Azaña? Parece que sí veía que lo veían así. Pero ahí
seguía, aliado con sus aliados. Eso no se llama altura intelectual,
carácter que se le suele atribuir con demasiada precipitación a Azaña). Mientras crecía Falange, con un ideario entre fascista y tradicionalista militar y autoritario (Aunque
se definía no de izquierdas ni de derechas, sino de centro. De extremo
centro, sería. Y supuestamente anticapitalista, porque sí adoptaba un
ideario antiliberal y socializante). Para Beevor, la Falange
era más conservadora que los revolucionarios movimientos nazi y
fascista: "La ideología de la Falange eno era ya contradictoria sino
esquizofrénica" (64). Entre atentados y entrevistas con Franco, Jose
Antonio fue detenido por tenencia ilícita de armas, caballero educado y
encantador según todos, pero con ideas asesinas. Como los carlistas,
iban ya comprando armas para la guerra en ciernes. A través del general
Varela contactaron con los generales golpistas en la primavera del 36;
como los falangistas, eran no sólo anti-izquierdistas, sino también
antiliberales. (No se sabe muy bien
por qué, pues de hecho, lo que se echa en falta en toda esta historia
es a los liberales... o no los había, o no se votaban ni a sí mismos).
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