Es normal por tanto que una historia de la guerra civil empiece con una historia de la República. Siguen unas notas sobre el capítulo de la República en La guerra civil española de Anthony Beevor.
Coincidió la proclamación revolucionaria de la República con una crisis económica internacional, para facilitar las cosas. La etapa de obras públicas de Primo de Rivera había generado una deuda colosal, como nos pasa hoy—y además los ricos retiraban capitales, ya se sabe que nada es más tímido que los capitales ante las revoluciones—y visto lo que pasó, aunque haya un elemento de profecía autocumplida en todo, ¿quién les va a decir que fue una decisión financieramente equivocada?
Beevor habla de medidas económicas "de un calibre y profundidad desconocidos hasta entonces para España"— pero a mí me suenan a medidas populistas y retrógradas—no socialmente, pues iban dirigidas a conservar el empleo (precario), pero sí absolutamente retrógradas desde el punto de vista económico. En suma, limitaciones a los propietarios a la hora de gestionar su contratación de empleo y sus propiedades—obligando a contratar a jornaleros de la localidad, a cultivar la tierra según "los usos y costumbres de la zona".... vamos, lo que se dice una receta de progresismo agrario mal entendido. Con esto iba el campo a la ruina: pan para esta tarde, y hambre para mañana, aunque Beevor no lo ve así en absoluto. La derecha del caso es que una reforma agraria que sea una modernización del campo, o sea, una auténtica reforma agraria, no va a ir en ningún caso a favor de los intereses de los jornaleros.
Abundaron actitudes y medidas innecesariamente ofensivas para el ejército, como el cierre de la Academia de Zaragoza y "la causticidad de Azaña"—sin por ello hacer una reforma en profundidad, dice Beevor. A Beevor le parece que el nombre de la Guardia de Asalto que crearon "no presagiaba nada bueno". La proclamación de una Cataluña federal o independiente no parece considerarla Beevor más que como una especie de malentendido o cuestión de detalle, pschá. (La importancia relativa o la minimización que se hace de ciertas cuestiones es crucial en historia, una disciplina bastante menos objetivista y atenida a los "hechos" de lo que se supone, pues los hechos siempre tienen que ser sopesados. Me pregunto cómo han tratado los ingleses, siempre, la proclamación de independencias unilaterales en su isla).
Al cardenal Segura, que alentó al voto de los católicos contra los republicanos, lo desterró el gobierno así sin más. Hem... oigan, —¿eso se hace? ¿No se supone que en una "democracia" cada cual puede exhortar al voto de los partidos que mejor le parezcan, y denunciar las políticas que van contra sus intereses? Beevor minimiza el alcance de la acción del gobierno contra los intereses y los derechos de la Iglesia en sus escuelas—derechos que desaparecieron sin más, sin mucho diálogo ni negociación. Al gobierno lo ve Beevor actuándo enérgicamente en medio de una vorágine de conflicto—lo que se ve menos claro aquí es en qué medida contribuyó el propio gobierno a crear el conflicto por su propia arrogancia, simplismo y frivolidad.
Los incendios de iglesias y conventos "obligaron finalmente al gobierno provisional a decretar la ley marcial y reprimir con dureza a los revoltosos"—pero para Beevor son problemas heredados del pasado; no se ve aquí en qué medida fueron generados por las políticas de la república.
O veamos la elección de vocabulario de Beevor. Un sindicato anarquista, la CNT, que obviamente quería acabar con el gobierno y el Estado y demás, declara una huelga general. Parece Beevor suponer que una declaración de huelga general es algo por definición respetable, un conflicto social de esos a los que nos vemos abocados, y que hay que aguantar estoicamente, por la justicia social será, digo yo, algo legítimo en suma. Los "sabotajes" (de ferrocarriles, etc.) que menciona se ven como parte de ese necesario panorama social. En cambio, el gobierno restableció el servicio "recurriendo a esquiroles de la UGT". O sea, el saboteador no merece ningún apelativo especial, pero el que repara las líneas es un esquirol. Pues vale.
La guerra civil se dice que empezó en 1936, no sé por qué—bueno, Pío Moa dice que en 1934, con la revolución de Asturias— pero el hecho es que según recuerda Beevor "El gobierno decretó el estado de guerra el día 22" de julio de 1931, pronto empezamos, desbordado por las revueltas anarquistas. Para Beevor, las represiones de las revueltas y peleas callejeras se reprimieron "con la brutalidad de costumbre"—entre un obrero rompiendo un escaparate y un guardia acudiendo con la porra, Beevor parece tenerlo siempre claro. Observen el wording de este párrafo:
"Los trabajadores españoles, que tantas viejas esperanzas habían depositado en la 'traída' de la República, advirtieron con estupor que ésta podía ser tan represiva como la Monarquía. La CNT le declaró la guerra abierta y se propuso derribarla a través de la revolución social". (34)
Comprensible, ¿no? Las presuposiciones son de un simplismo atroz. Ya no entro en las identificaciones globales del sujeto "los trabajadores españoles", o en el papel de Justiciero Enmascarado de la CNT. Está claro en el universo mental de la frase que reprimir es malo, haga lo que haga el reprimible—que la República Traicionó a los Trabajadores—una vez en el poder se envilecen y adoptan las peores maneras—que derribar el régimen a través de la "revolución social" es siempre y en cualquier caso un noble empeño, digno de respeto si no de un elogio que estaría fuera de lugar en una obra histórica. Sobre la viabilidad o fundamentos de las viejas esperanzas, si eran wishful thinking o no, mejor no entrar, pertenecen aquí al terreno de lo sagrado casi. Y en todo esto, los daños a la propiedad (y a los propietarios de la propiedad) no cuentan ni se mencionan—las quejas las manda Beevor al maestro armero. Me pregunto si sería igual de ecuánime si algún insatisfecho social le revienta el coche a él, o le echa un cóctel molotov en su chalet, en aras de la justicia social.
Causó un conflicto en el gobierno la discusión de los artículos 26 y 27 de la Constitución, "que en principio implicaban la disolución de las órdenes religiosas". No parece llamarle la atención a Beevor que esto suponga un atentado a derechos, etc.—sólo ve en ello una actitud "nada sumisa" de las autoridades a la Iglesia. Por ponerlo suavemente será. La Constitución se aprobó el 9 de diciembre del 31—tras muchos debates sobre la posibilidad de expropiar propiedades privadas por el bien común. Esto lo hizo mucho Franco, luego, por cierto, claro que el bien común siempre cada cual lo entiende a su manera.
Los intelectuales promotores de la República se desencantaron con ella, a decir de Beevor, porque vieron que "avanzaba" demasiado aprisa. Lo que no nos dice es hacia dónde era ese avance, o si el avance era tal avance. Porque avanzar hacia el caos habrá que ver si es un avance… pero aquí estos temores (de Ortega y otros supongo) aparecen rodeados de un aura de alarma pequeñoburguesa ante los grandes saltos adelante de la Historia. Beevor empezó como historiador abiertamente pro-republicano, y en sus presuposiciones y elección de vocabulario lo sigue siendo.
Menciona el libro el nacimiento de movimientos antirrepublicanos, fascistas por un lado y anarquistas por otro. Pero los enemigos más peligrosos, dice, eran los generales: el golpe de Sanjurjo fracasó (no queda claro que era un golpe de un republicano). Se nos dice que el gobierno juzgó y condenó a muerte a Sanjurjo. ¿Por el estado de guerra sería? Es que no entiendo cómo un gobierno democrático puede juzgar y condenar a muerte a nadie—indultarlo sí, según parece, no sé si eso no atenta contra la separación de poderes, o mejor sí lo sé, pero se sigue haciendo aun a día de hoy. En cualquier caso a Sanjurjo sí lo indultó el siguiente gobierno, mal indultado según se ve, lo de este gobierno a veces era amagar y no dar. (Franco, por cierto, le dijo a Sanjurjo que le correspondía muy justamente ser ejecutado, por rebelarse ...y fracasar).
Luego, la revuelta de Casasviejas: no queda claro hasta qué punto Rojas, que sirvió de chivo expiatorio, no actuó siguiendo instrucciones del gobierno—o al menos si el gobierno le mandó sofocar la revuelta "a cualquier precio", y luego le pareció alto el precio para su imagen.
A las elecciones del 19 de noviembre del 33 acudió la derecha mejor organizada, y las ganó. Se permitió que siguieran funcionando las escuelas de la Iglesia, que se detuviera la "reforma" agraria, etc... medidas conservadoras y moderadas que según quién las cuente parecen radicales. Mientras, el PSOE se bolchevizaba llevado por un delirante Largo Caballero, a quien las palabras le salían baratas, y le han seguido saliendo, pues la mayoría de los historiadores de izquierdas minimizan sus llamadas a la guerra y al exterminio de la burguesía. Bah, detallitos, incluso cuando se llevan a efecto.
Formaron los socialistas, con la oposición de Besteiro por cierto, una Alianza Obrera que preparó una insurrección contra el gobierno que en palabras de los propios promotores, debía tener "todos los caracteres de una guerra civil", y cuyo éxito dependería "de la extensión que alcance y la violencia con que se produzca"—que habría de ser la mayor posible. Oigan, que algunos aún creen que esto es un delirio de Pío Moa... claro, con Víctor Manuel cantándole nostálgicamente a la Revolución de Asturias, es esto un icono más intocable que el Che Guevara. El mismo Azaña estaba al tanto y avisó de que "el ejército" aplastaría la rebelión (el gobierno al parecer no). "Pero Largo Caballero hizo caso omiso de tales consejos".
Hem... lo que está diciendo Beevor, y lamento subrayarlo, es que el PSOE inició una guerra civil contra la República, en el año 1934. Por cierto, ¿ha pedido alguna vez perdón el PSOE por la revolución de Asturias, o la tiene todavía en el palmarés de los Cien Años de Honradez? Menudos falsarios.
También convocó la UGT una huelga general contra la "contrarrevolución" en el campo, es decir, las medidas del gobierno de Lerroux que echaban atrás las medidas socialistas. Esto no se acogió con filosofía, sino con disturbios que llevaron a la detención de 10.000 braceros y a la suspensión de 200 ayuntamientos socialistas. Pero Beevor no entra en detalles: aquí parece que sólo actúa la Derecha reprimiendo, no se sabe qué se reprime ni qué actividades se hacen en una huelga general, aparte de cantar "no nos moverán." Me temo que muchas son actividades delictivas, pero no busquen por este libro razonamientos de este tipo. En la selección selectiva se encuentra el gusto.
O en una expresión como "facilitar el acceso a la propiedad de los arrendatarios". Claro, si yo arriendo alguna propiedad mía, me parecerá genial que a mitad de camino me cambien la ley y le faciliten al arrendatario el acceso a la propiedad que le he arrendado. Es comprensible que los propietarios se soliviantasen, pero a Beevor (que no arrienda propiedades a nadie) le parece extraño que medidas tan moderadas disgusten a nadie.
Luego está el alarmismo de la izquierda porque la CEDA pudiese entrar en el gobierno. Esto sí que es una ley del embudo de tamaño natural: el PSOE quería destruir el sistema republicano, pero le parecía lógico gobernar si tenía escaños para ello. En cambio, que la CEDA pudiese tener ministros, por muchos escaños que tuviese, les era inaceptable porque consideraban que la CEDA no era especialmente afín a la república. Esto se dice pronto, pero cuesta procesarlo (montones de historiadores hay que siguen repitiendo ese razonamiento PSOE sin pestañear).
"El propio Largo Caballero había reconocido el año anterior que en España no había peligro de fascismo, pero en el verano de 1934 la retórica de los caballeristas viró 180 grados" (43) — y no tanto por un cambio del panorama sino por una estrategia de intoxicación.
"Un PSOE radicalizado y dispuesto a rebelarse contra el Gobierno decidió desencadenar la huelga general revolucionaria. Otros partidos de izquierda y centro izquierda, estimando que se había entregado la República a sus enemigos [!!!], proclamaron que a partir de aquel momento rompían con las instituciones legales. El gobierno se apresuró a declarar fuera de la ley la huelga general convocada por los socialistas y proclamó el estado de guerra en toda España." (43)
—O sea, la guerra civil del 34—y repito que no es Pío Moa, que es Beevor quien lo dice, y les tiene una simpatía especial a los republicanos de izquierdas. Las exclamaciones entre corchetes son mías, porque me parece obvio que quienes le declaran una guerra abierta al régimen son peores enemigos que quienes trabajan dentro de las instituciones, haciendo leyes de acuerdo con sus programas de gobierno y con los votos que han sacado. Así que menos cuento con el PSOE como defensor de la República.
En Madrid fracasó la revuelta armada, en Cataluña Companys volvió a proclamar el Estado Catalán. Fue detenido y condenado a treinta años. Hasta a Azaña detuvieron, que "pasaba por allí". Se suspendió el Estatuto de Cataluña y las leyes agrarias catalanas. Qué quieren que les diga, que no me extraña.
Decenas de muertos hubo en el País Vasco, pero peor fue en Asturias. Asaltos a los cuarteles, luchas callejeras con millares de sublevados, suspensión del orden, comités revolucionarios, nueva moneda... "Los más radicalizados asesinaron a unas cuarenta personas entre sacerdotes y miembros de clases altas asturianas. Era una guerra civil en toda regla, aunque limitada a una región" (46). Claro que lo que dijo Franco de una "conjura roja" le parece a Beevor una excusa... alegando que era el PSOE y no el partido comunista quien lo organizaba. ¡Como si no fuese bastante "rojo" el PSOE de Largo Caballero! En fin, que a Franco le ordenaron que acabase con la rebelión. El ejército de Africa entró como por territorio extranjero, dice Beevor, y hubo fusilamientos, saqueos... en conjunto alrededor de 1000 muertos... pero las cifras aquí no están claras, no se sabe de qué bando son esos muertos así a bulto. De los saqueos de los revolucionarios no dice nada Beevor. Fue una probatina, lo de Asturias, de lo que sería la guerra civil del 36, o de una hipotética revolución a la rusa en España, tal como la que buscaba Largo Caballero:
"Largo Caballero declaraba que quería una república sin lucha de clases, pero que para ello era preciso que una de las clases desapareciera. No necesitaba la derecha que se le recordaran los horrores que siguieron a la Revolución rusa y la determinación de Lenin de aniquilar a la burguesía." (47)
Ahora, que la determinación de la burguesía a sobrevivir y a defenderse... eso ya está mucho peor visto, y goza de desaprobación casi universal entre los historiadores de la guerra civil.
El nuevo gobierno, con CEDA y Gil Robles, buscó no irritar a los ricos y hasta los indemnizó (o horror) por daños a la propiedad, devolvió a los jesuitas sus propiedades—cuando lo obvio quizá sea que a un jesuita hay que expropiarlo, no sé— y mantuvo el estado de alarma todo 1935. Pero a Azaña lo liberaron por no haber participado en los hechos, y preparó la campaña del 36 uniendo a las izquierdas en el Frente Popular. Pero es que hasta "Largo Caballero salió de la cárcel, en noviembre, más bolchevizado que nunca, tras su primera lectura de las obras de Lenin y de las visitas que le hacía en su celda Jacques Duclos, el representante francés de la Comintern" (48). Pues miren lo que hacía antes de leer a Lenin, el Lenin español de las narices... Tuvo que dejar la dirección del PSOE a Prieto, sin embargo.
Sobre el Frente Popular, está claro que había allí partidos con finalidades antidemocráticas, antiliberales y claramente delictivas, incluso, con trayectoria acreditada. Pero se puede preguntar uno (que no sea Beevor)—¿es legítima y democráticamente justificable una alianza de los demás, supuestamente demócratas, Azaña et al., con partidos que acababan de iniciar una guerra civil, y planeaban iniciar otra? ¿Es razonable? ¿No es una alianza estúpida, si no culpable y criminal?
Sobre este panorama de confusión, revuelta y masacre, una memez como el estraperlo, episodio más ridículo que los trajes de Camps, llevó a la caída de uno de los pocos partidos medianamente racionales del panorama, el Partido Radical. Si bien era un partido ineficaz para defenderse, como se ve por su propia caída, y por los indultos a sus enemigos. Esto lo digo yo, no Beevor. Se abría el camino para el gobierno del Frente Popular, que es otra historia y otro capítulo, aún más siniestro si cabe.
—oOo—
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Se aceptan opiniones alternativas, e incluso coincidentes: