lunes, 6 de agosto de 2012

Compradores de deuda

Un psicodrama a la europea. La escena viene del capítulo "An Agitation", de la novela de Fanny Burney Cecilia (1782). La rica heredera Cecilia Beverley, aún menor de edad, está de invitada en casa de los aparentemente prósperos Sres. Harrel—pero estos le empiezan a pedir dinero como quien no quiere la cosa. Y una mañana, acosado por los acreedores y embargadores, el despilfarrador Sr. Harrel le amenaza con suicidarse si no le ayuda de alguna manera.

 


 


Personajes:

Cecilia: la Unión Europea, Merkel...
Su Herencia: El Banco Central Europeo
El Sr. Harrel: España, Grecia, Rajoy, Italia...
Los bonos del Sr. Harrel: Las emisiones de deuda española, griega...
La Sra. Harrel: Los españoles, los griegos, los votantes del PP...
El Sr. Arnott: Durao Barroso
Los acreedores: Los Mercados
El Judío: El Fondo de Rescate
El anciano Tío: Jacques Delors
Miss Belfield: Islandia


This idea sufficed to determine her; and the apprehension of self-reproach, should the threat of Mr. Harrel be put in execution, was more insupportable to her blameless and upright mind, than any loss or diminution which her fortune could sustain.

Slowly however, with tardy and unwilling steps, her judgment repugnant, and her spirit repining, she obeyed the summons of Mr. Harrel, who, impatient of her delay, came forward to meet her.

"Miss Beverley," he cried, "there is not a moment to be lost; this good man [the Jew] will bring you any sum of money, upon a proper consideration, that you will command; but if he is not immediately commissioned, and these cursed fellows are not got out of my house, the affair will be blown,—and what will follow," added he, lowering his voice, "I will not again frighten you by repeating, though I shall never recant."

Cecilia turned from him in horror; and with a faltering voice and heavy heart, entreated Mr. Arnott to settle for her with the Jew.

Large as was the sum, she was so near being of age, and her security was so good, that the transaction was soon finished: 7500l. was received of the Jew, Mr. Harrel gave Cecilia his bond for the payment, the creditors were satisfied, the bailiffs were dismissed, and the house was soon restored to its customary appearance of splendid gaiety.

Mrs. Harrel, who during this scene had shut herself up in her own room to weep and lament, now fled to Cecilia, and in a transport of joy and gratitude, thanked her upon her knees for thus preserving her from utter ruin; the gentle Mr. Arnott seemed uncertain whether most to grieve or rejoice; and Mr. Harrel repeatedly protested she should have the sole guidance of his future conduct.

This promise, the hope of his amendment, and the joy she had expanded, somewhat revived the spirits of Cecilia, who, however, deeply affected by what had passed, hastened from them all to her own room.

She had now parted with 8050l. to Mr. Harrel, without any security when or how it was to be paid; and that ardour of benevolence which taught her to do good and generous actions, was here of no avail to console or reward her, for her gift was compelled, and its receiver was all but detested. "How much better," cried she, would this have been bestowed upon the aimable Miss Belfield! or upon her noble-minded, though proud-spirited brother! and how much less a sum would have made the industrious Hills easy and happy for life! but here, to become the tool of the extravagance I abhor! to be made responsible for the luxury I condemn! to be liberal in opposition to my principles, and lavish in defiance of my judgment! —Oh that my much-deceived Uncle had known to what dangerous hands she committed me! and that my weak and unhappy friend had met with a worthier protector of her virtue and safety!"

As soon, however, as she recovered from the first shock of her reflections, she turned her thoughts from herself to the formation of some plan that might, at least, render her donation of serious and lasting use. The signal service she had just done them gave her at present an ascendency over the Harrels, which she hoped, if immediately exerted, might prevent the return of so calamitous a scene. (....)




Traduzco:

Esta idea bastó para decidirla, y el temor a los reproches que se haría a sí misma, si la amenaza del Sr. Harrel llegara a cumplirse, le resultaba más insoportable a su espíritu intachable y recto, que cualquier pérdida o disminución que fuese a sufrir su fortuna.

Lentamente, sin embargo, con pasos lentos y renuentes, repugnándole a su criterio y doliéndole a su espíritu, obedeció la llamada del Sr. Harrel, quien, impaciente por su retraso, se adelantó a recibirla.

"Srta. Beverley", exclamó, "¡no hay un momento que perder! Este buen hombre [el judío] le traerá a Vd. cualquier cantidad de dinero que, tras el arreglo oportuno, encargue Vd.; pero si no se lo encargamos al momento, y si no sacamos de mi casa a estos malditos individuos, el asunto correrá por todas partes—y lo que seguirá a eso" (añadió, bajando la voz) "no la asustaré a Vd. otra vez repitiéndolo, pero en ningún momento me echaré atrás."

Cecilia se apartó de él con horror, y con una voz quebrada y un peso en el corazón, le rogó al Sr. Arnott que negociase por ella con el judío.

Por grande que fuese la cantidad, estaba tan cerca de ser mayor de edad, y sus avales eran tan buenos, que pronto concluyó la transacción: se recibieron 7.500 libras del judío, el Sr. Harrel le dio a Cecilia un bono por el pago, los acreedores quedaron satisfechos, se despidió a los alguaciles, y pronto la casa volvió a su acostumbrada apariencia de alegría espléndida.

La Sra. Harrel, que durante esta escena se había encerrado en su habitación a llorar y a lamentarse, ahora corrió a Cecilia, y en un arrebato de alegría y gratitud, le dio las gracias de rodillas por protegerla así de la ruina total; el buen Sr. Arnott parecía dudar entre si apenarse o alegrarse, y el Sr. Harrel repetidamente declaró que en su conducta futura se dejaría guiar en todo únicamente por ella.

Esta promesa, la esperaza de la enmienda del Sr. Harrel, y la alegría que había repartido, revivieron algo el ánimo de Cecilia, quien sin embargo, muy alterada por lo que había pasado, los dejó a toda prisa para retirarse a su habitación.

Ya había dejado 8.050 libras en manos del Sr. Harrel, sin ninguna seguridad de cuándo o cómo habría de recuperarlas; y ese ardor suyo por la benevolencia, que la impulsaba a hacer acciones buenas y generosas, no servía aquí de nada para consolarla o recompensarla, puesto que su don había sido forzado, y el receptor del mismo era completamente detestable. "¡Cuánto mejor", exclamó, "habría sido conceder esto a la amable Srta. Belfield! ¡O a su hermano de espíritu tan noble aunque orgulloso! ¡Qué cierto es que una cantidad mucho menor hubiera servido para acomodar a la familia Hill, tan trabajadores, y hacerlos felices de por vida! ¡Pero aquí, volverme en el instrumento de la extravgancia a la que aborrezco! ¡Hacerme responsable del lujo que condeno! ¡Ser desprendida en oposición a mis principios, y malgastadora contra mi propio criterio! —¡Oh, si mi Tío, tan engañado, hubiese sabido a qué manos tan peligrosas me entregaba! ¡Y si mi amiga débil y desdichada [la Sra. Harrel] hubiese encontrado un protector más digno de su virtud y de su seguridad!"

Tan pronto, no obstante, como se recuperó de la primera impresión de sus reflexiones, apartó sus pensamientos de sí misma para dirigirlos a la formación de algún plan que pudiese por lo menos hacer que a su donación se le diese un uso serio y duradero. El destacadísimo favor que les acababa de hacer a los Sres. de Harrel le daba ahora una influencia sobre ellos, que si se llevaba a efecto al punto, podría impedir la repetición de una escena tan calamitosa. (...)"

 
—oOo—



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