El lenguaje educado, para hablar sobre el sexo, lo presenta con construcciones de doble sujeto, y con esquemas semánticos que representan a dos sujetos actuando conjuntamente. En cambio, en los verbos y expresiones malsonantes, las construcciones sintácticas son de sujeto (masculino) y objeto (femenino). Y el sentido figurativo en el que se usan es para representar la explotación de alguien o el daño infligido a alguien o algo: "Me jodieron bien con ese horario", "Le dieron por culo con ese contrato", "se ha jodido el invento". O la falta de control, podríamos añadir: "iba follao". O la humillación y sometimiento públicos: "Le ha tocao bajarse los pantalones"; "A poner el culo."
Concluye Pinker, magistralmente:
"So
the syntax of the verbs of sex unconvers two very different mental
models of sexuality. The first is reminiscent of sex-education
curricula, marriage manuals, and other sanctioned views: Sex is a joint
activity, details unspecified, which is mutually engaged in by two
equal partners. The second is a darker view, somewhere between
mammalian sociobiology and Dworkin-style feminism: Sex is a forceful
act, instigated by an active male and impinging on a passive female,
exploiting her or damaging her. Both models capture human sexuality in
its full range of manifestations, and if language is our guide, the
first model is approved for public discourse, while the second is
taboo, though widely recognized in private." (356-57)
Traduzco: "Así pues, la sintaxis de los verbos relativos al sexo desvela dos modelos mentales de sexualidad muy diferentes. El primero nos recuerda los programas de educación sexual, los manuales para matrimonios y a otras perspectivas socialmente aprobadas: las relaciones sexuales son una actividad conjunta, con detalles sin especificar, en la cual se implican mutuamente dos personas asociadas en igualdad de condiciones. El segundo ofrece una visión más negra, situada un poco entre la sociobiología de los mamíferos y el feminismo estilo Dworkin: las relaciones sexuales son un acto impuesto a la fuerza, instigado por un macho activo y que afecta a una hembra pasiva, explotándola o dañándola. Ambos modelos cubren entre sí la sexualidad humana en todo el abanico de sus manifestaciones, y si hemos de guiarnos por el lenguaje, el primer modelo está aprobado para el discurso público, mientras que el seguido es tabú, aunque tiene amplio reconocimiento en el ámbito privado".
Traduzco: "Así pues, la sintaxis de los verbos relativos al sexo desvela dos modelos mentales de sexualidad muy diferentes. El primero nos recuerda los programas de educación sexual, los manuales para matrimonios y a otras perspectivas socialmente aprobadas: las relaciones sexuales son una actividad conjunta, con detalles sin especificar, en la cual se implican mutuamente dos personas asociadas en igualdad de condiciones. El segundo ofrece una visión más negra, situada un poco entre la sociobiología de los mamíferos y el feminismo estilo Dworkin: las relaciones sexuales son un acto impuesto a la fuerza, instigado por un macho activo y que afecta a una hembra pasiva, explotándola o dañándola. Ambos modelos cubren entre sí la sexualidad humana en todo el abanico de sus manifestaciones, y si hemos de guiarnos por el lenguaje, el primer modelo está aprobado para el discurso público, mientras que el seguido es tabú, aunque tiene amplio reconocimiento en el ámbito privado".
Siendo así, no es de extrañar que estas expresiones sean, además de malsonantes, inherentemente sexistas, o machistas si se prefiere, aun cuando se usen en un sentido figurado. Es como si revelasen un orden sexual oculto—semioculto más bien—bajo una apariencia hipócrita de corrección política, pues cuando se usan en público, o en privado incluso, rara vez se hace con sentido sexual, sino más bien como representación figurativa. Sin que por ello dejen de tener un sentido sexual, con el inconsciente público de la sexualidad comentado, o caracterizado, en su ser, estar, o parecer. Casi podría decirse que cada vez que empleamos una expresión malsonante de este tipo, reforzamos este reparto imaginario de tareas y de ámbitos, esta curiosa división conceptual de trabajo que se da en las representaciones de la sexualidad, articulando el inconsciente público, públicamente, como tal inconsciente. A mí, particularmente, no sólo no me sale usarlas, sino que me desagradan bastante estas expresiones copulativas que sexualizan la humillación, la violencia o el dominio en su expresión pública; debo de ser muy hipócrita.
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