domingo, 6 de junio de 2010

Elsewhere. Abandonment.


Estoy leyéndome un libro de un teólogo ateo norteamericano, Mark C. Taylor, sobre la vida y la muerte que siempre lleva ésta a cuestas: Field Notes from Elsewhere: Reflections on Dying and Living. Lo leo un poco haciendo duelo por anticipado, visto que todos nos tenemos que morir (y no sólo mi padre, pero especialmente mi padre). En la suposición de que pueda servir de algo, el duelo por anticipado. Y en la suposición que las lecciones de un catedrático de religión que es ateo han de tener una relación muy especial con lo sagrado. Ni uno solo quedaremos de los que aquí estamos, para contarlo, ni siquiera para leer lo que quede escrito. Por lo tanto todo duelo es duelo por lo que hay, duelo retrasado por lo que no nos dolió en su momento, y duelo anticipado por lo que aún no sospechamos que vamos a perder; y todo lo vamos a perder un día. 

Traduzco aquí dos secciones aisladas de estas Notas de Campo desde Otro Lugar: Reflexiones sobre Morir y Vivir.

Elsewhere (Otro lugar)

He estado en otro lugar. La distancia es corta, aunque el cruzarla lleva toda una vida. El otro lugar no está lejos—está cerca, siempre próximo, nunca presente. Es un sitio o un sitio sin sitio que es extraño por lo familiar que es. Antes que más allá, el otro lugar está entre los lugares en los que ordinariamente habito o pienso que habito. Al viajar a otro lugar, no dejas el aquí y ahora; es como si el otro lugar estuviese plegado en el presente de una manera que rompe el orden de su presencia. El mundo cotidiano no desaparece cuando te quedas atrás en el otro lugar—todo lo que te importa se acerca desde una distancia que aumenta a medida que disminuye. Gradualmente, empiezas a darte cuenta de que nada es meramente lo que es—todo, todos, son también algo más, otra persona, otra manera, otro lugar.
Cuando estás en otro lugar, la visión, y con ella, la consciencia, se duplica, y al reconocer tú esta duplicación, vuelve a duplicarse. Lejos de producir confusión, esta duplicación y esta duplicación de la duplicación resulta clarificadora, al revelar un lugar otro que siempre está allí no estando—como un mundo espejo en el que pudieses siempre deslizarte dentro pero nunca dejarlo. La mente se parte en dos, se divide, se desgarra no sólo entre la consciencia y la consciencia sino también en el seno de la consciencia misma. Dos en uno, uno en dos—ni separados ni unificados, ni muchos ni uno. Igual que lo cotidiano no desaparece cuando estás en el otro lugar, de la misma manera el otro lugar no se desvanece cuando intentas volver. Una vez has estado en el otro lugar, nunca puedes volver porque el otro lugar siempre vuelve contigo.




Abandonment. (Abandono)

Antes del principio, está el abandono. Soy, estamos, abandonados, no una vez sino otra y otra y otra. El ser viene a tener lugar como abandono; ser, por tanto, es haber sido abandonado. Nada abandona, y sin embargo hay abandono; el abandono se da como algo que ha tenido lugar sin jamás tener (un) lugar. Siempre ya pasado, el abandono permanece amortajado en el olvido. No tengo recuerdo del acontecimiento primigenio que me permite ser, y más importante, volverme lo que podría todavía ser o no ser.
Puesto que el abandono tiene lugar antes del principio, estoy por siempre después—después del pasado que nunca fue pero que vuelve eternamente al futuro que nunca llega. Soy, estoy, por tanto, simultáneamente después del antes y antes del después. Estoy abandonado al tiempo, que siempre me está abandonando. Nunca tengo tiempo—me tiene él. El abandono al tiempo, el abandono del tiempo, mantiene todo en movimiento manteniendo todo en juego. Aunque profundamente turbadora, esta inquietud infinita no es meramente la labor de lo negativo.
El abandono transforma el mundo en un desierto en el que lo que antes llamábamos Dios se acerca mediante su retirada. En la estela de esta retirada, soy, estamos, siempre después de Dios. En el desierto el otro lugar está cerca sin hacerse nunca presente. Dado que el abandono es originario, no implica ninguna pérdida; es después de todo, siempre después de todo, imposible perder lo que nunca posees. El abandono por tanto no conduce a la desposesión, a lo arruinado y deshabitado, a la privación. Antes bien, crea la plenitud del vacío que da, al llevarse lo que nunca tengo. Lejos de la tierra del exilio, el desierto es el lugar sin lugar de un errar que nunca termina. Errar es vagar sin esperanzas de regreso ni de llegada. El abandono mantiene abierto el espacio de deseo en el que la promesa de satisfacción es la máscara de la muerte. Can't get no satisfaction—ni siquiera la quiero. Siempre dando al quitar, el abandono es el don de la vida que es el don de la muerte y el don de la muerte que es el don de la vida.
Al final del día, siempre estoy abandonado. Principio y final son reflejo uno de otro sin cerrar el círculo. Nada abandona, y sin embargo hay abandono. El abandono es una pasividad radical que también es una actividad. Habiendo sido siempre abandonado, inevitablemente abandono a otros, incluso a los que me son más cercanos. Aunque no puedo hacer otra cosa, me siento culpable por abandonar a mis estudiantes, amigos, y familia. Esta culpa no puede ser perdonada—es original, y me hace lo que soy. La leve esperanza que me queda, por frágil que sea, es que pudiera pasarles el don del abandono que me ha sido concedido.

Y por otra parte, sin embargo, todo luto anticipado es hablar por hablar, dolerse por dolerse, pues nunca sabemos quién va a morir antes de quién, por razonables que puedan parecer la sospecha y el temor.


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