jueves, 18 de agosto de 2016

Retropost # 1109 (18 de agosto de 2006): Crítica acrítica, crítica crítica



Crítica acrítica, crítica crítica

Publicado en Literatura y crítica. com. José Ángel García Landa

He terminado de traducir mi artículo sobre la relectura y la repetición. Ya sé que me repito, pero al releerlo me han dado ganas de separar en un articulillo aparte, y desarrollarla, mi distinción entre la crítica propiamente crítica y la crítica acrítica, que es uno de los temas que allí trato, en estos términos (autocito mi autotraducción):
La narración es, entre otras cosas, un drama de identidades, en el cual el autor y el lector interactúan de manera compleja, a través de una interaccion simbolizada entre diversos sujetos textuales: autores y lectores implícitos, narradores y narratarios, personajes. El lector es invitado, a veces mediante una compleja retórica de alocución a narratarios ficticios, a adoptar un identidad propuesta por la narración--a comportarse como el lector implícito. La posición del lector implícito es, pues, el lugar provisional para la instalación del lector en el intercambio discursivo--en tanto que lector, no en tanto que interlocutor plenamente autorizado. Desde el momento en que el lector se convierte en alguien más, en escritor, en crítico, etc., se plantea la elección entre dos alternativas: o bien seguir siendo un lector ideal que simpatiza con el texto, o bien delimitar una actitud fuera de los cálculos del texto, volviéndose un lector resistente (10). La lectura resistente conlleva delimitar la posición ideológica del lector frente al texto. La lectura resistente encuentra su espacio de expresión más propio en la escritura crítica: en realidad deberíamos hablar de crítica resistente o de escritura resistente. La lectura de por sí estimula la participación, la aceptación temporal de los presupuestos del texto (excepto en el caso de textos provocativos u ofensivos). Sólo la escritura tras la relectura invita a las modalidades más sutiles de análisis ideológico y respuesta crítica considerada.

Podemos ahora reexaminar desde esta perspectiva el concepto de configuración narrativa desarrollado por teorizadores como Mink y Ricoeur. Ambos insistieron en que la narración tiene una dimensión retrospectiva o aun retroactiva, haciendo resaltar un esquema interpretativo en los acontecimientos de la historia o de la experiencia personal. Así lo expresa Polkinghorne:

"La actividad del argumento consiste en extraer una estructura a partir de una sucesión, y supone un tipo de razonamiento que va y viene desde los acontecimientos hasta el argumento hasta que se da forma a un argumento que a la vez respeta los acontecimientos y los comprende en un todo. Hasta la 'más humilde' de las narraciones es siempre más que una serie cronológica de acontecimientos: es la recopilación de los acontecimientos para formar una historia con sentido". (Polkinghorne 1988: 131, trad. mía)

La perspectiva hermenéutica, que considera a la narración un modo particular de conocimiento, ha resultado en una revalorización del concepto de argumento. Para Paul Ricoeur, "el argumento puede aislarse de los juicios acerca de la referencia y contenido de una historia, y puede verse en lugar de eso como el sentido de una narración" (Polkinghorne 1988: 131). Naturalmente, el argumento de una narración es "el sentido" propuesto por la propia narración. El ojo de un lector resistente, de un crítico crítico o "disonante" con el texto, puede detectar la violencia que se ha usado con los acontecimientos para configurar el argumento. Este es el tipo de razonamiento que emplean aquellas tendencias de la hermenéutica narrativa que denuncian la "distorsión retrospectiva" (hindsight bias) y las ilusiones perspectivísticas que se imponen mediante la forma narrativa, como por ejemplo la ilusión de fatalidad o la imposición artificial de esquemas interpretativos trágicos o cómicos sobre la experiencia (Bernstein 1994; Morson 1994).

La narración tiene una fuerza configuracional retrospectiva que puede llegar a ser incluso una especie de retroacción, ya que los acontecimientos pasados son "generados" en tanto que tales por las perspectivas actuales, y reciben la clase de identidad ideal que describía Hume. Lo que deberíamos enfatizar aquí es que la observación o valoración de una narración supone un nuevo tipo de reconfiguración, especialmente cuando la narración es recontextualizada críticamente. (11). Se genera un nuevo argumento, uno que incluye al observador o lector. Una de las principales tareas de la críticaa (incluso de la crítica hermenéutica "consonante" con la ideología del texto) es hacer explícito lo que estaba implícito. Pero esto implica también transformar, interpretar, deplazar el énfasis, apropiarse del sentido, dar una nueva configuración a acontecimientos y relaciones.

(Notas)
(10) El término es de Judith Fetterley (1978). Cf. las "lecturas sintomáticas" de Abbott (2002: 97ss.), y mi artículo (2004) sobre las transformaciones de las situaciones comunicativas triangulares cuando son interpretadas por un tercero (o por un cuarto).
(11) Cf. Kerby sobre las autonarraciones: "También aparece aquí8 una división o no-coincidencia en el sujeto debido a la naturaleza interpretativa de esta participación. Puede ser, por ejemplo, que uno no acepte la expresión como una representación adecuada de sí mismo, lo cual puede hacer que el ciclo continúe de nuevo. Este ciclo de significaciones nuevas no es, naturalmente, sino el marco dinámico en el cual tiene lugar el desarrollo personal" (1991: 108). Estas nociones de Kerby sobre la situación circular y hermenéutica del yo, interpretándose con sus propias expresiones, están también influidas por Taylor (1985).

Repito aquí los términos del binomio de actitudes críticas que opongo una a otra:

Crítica acrítica - Crítica crítica (términos míos)
(Lectura aquiescente) - Lectura resistente (Judith Fetterley)
Hermenéutica de la recuperación del sentido - Hermenéutica de la sospecha (Paul Ricoeur)
Lectura intencionalista - Lectura sintomática (H. Porter Abbott)
Friendly criticism - Unfriendly criticism (términos míos)
Crítica simpática - Crítica antipática (podría ser la traducción de los anteriores)
Crítica (ideológicamente) consonante - Crítica (ideológicamente) disonante
Crítica constructiva - Crítica desconstructiva (o hasta destructiva)

Con lo cual no quiero decir que sea propio de una mentalidad poco constructiva el dedicarse a la desconstrucción. Los términos podrían multiplicarse, como se ve. Una de las formulaciones más influyentes de este binomio la daba Ricoeur en su De l'interprétation: Essai sur Freud. Allí la actitud hermenéutica tradicional, en la que el intérprete se acerca humildemente a un texto considerándolo como un foco de autoridad y sabiduría del cual hay que aprender, cuyo sentido ha de recuperarse por bien del propio intérprete, se contrapone a las "hermenéuticas de la sospecha (marxismo, estructuralismo, psicoanálisis--tembién desconstrucción, feminismo, postestructuralismos diversos, etc.). Estas hermenéuticas de la sospecha son, además de suspicaces, un tanto orgullosas o engreídas, puesto que consideran al texto como ciego sobre sí mismo, y se erigen en tanto que intérpretes en depositarias de la verdad y la iluminación que ha de desentrañar los errores y cegueras del texto sobre el mundo y sobre sí mismo.

Los beneficios que reporta la humildad (crítica simpática) frente a la soberbia hermenéutica (crítica antipática) son mayores, parece sugerir Ricoeur. Pero a mí me toca romper una lanza en favor de la soberbia del lector escéptico, en favor de la crítica antipática, que es (como el término sugiere) la más propiamente crítica. Primero entender, luego criticar. Tras la hermenéutica, la crítica; no en vano la hermenéutica se asocia a la reverencia debida por la tradición a los textos sagrados, y la crítica se asocia más bien a la indagación filosófica sobre el mito, al humanismo que contesta las verdades reveladas, o recibidas de la autoridad de la Iglesia, y al escepticismo hacia los sistemas explicativos que pretenden dar una versión demasiado acabada o demasiado bonita y totalizante de la realidad. Un texto propone su sistema, su interpretación de la realidad (reducida a sistema); y es labor del crítico buscar los límites de ese sistema o las falsificaciones que ha habido que imponer a la realidad para reducirlaa a sistema, o a texto. Como diría H. Porter Abbott, en esta modalidad interpretativa dejamos de considerar el razonamiento o argumento del texto como tal razonamiento o argumento (tan cuidadosamente estructurado) y pasamos a considerarlo como un síntoma que espera nuestro diagnóstico; y la supuesta verdad revelada por el texto ya no es sino un síndrome intelectual, un delirio de la razón, una ideología por diseccionar.

La crítica contestataria, antipática y disonante tiene su lado de soberbia, insistiendo en la visión que tiene el crítico e intentando anteponerla al texto comentado ("Os comento a Shakespeare, que es quien os interesa; pero no le hagáis caso a él, hacedme caso a mí, él no se conoce, yo lo conozco, ergo es mi texto el que os interesa, ¡leedme a mí, no leáis a Shakespeare!"). Pero la otra versión de la crítica también tiene su soberbia, más insidiosa por humilde. A su manera viene a decirnos: no hace falta indagar más en la verdad. La verdad ya la conocemos, nos ha sido revelada, o nos la transmite esta Escritura (la Biblia, Shakespeare, Derrida, etc.). Podemos añadirle glosas aclarativas, pero no, por supuesto, un comentario que contradiga sus presupuestos básicos. Eso es destrucción de la Escritura. No necesitamos críticos de la Escritura, ya tenemos la Escritura. Y nosotros estamos de su lado. Cerrad la boca, críticos, vuestras verdades no son necesarias, la Verdad ya está dicha, no hemos de hacer sino aprenderla, entenderla y aceptarla.-- ¿No es eso siniestro, por muy humilde y respetuoso con el texto que sea?

Por suerte, esta diferencia entre la crítica crítica y la crítica acrítica es, como todas las polaridades absolutas, ideal más que real. No es que no se manifieste a veces en estado muy puro: las reseñas de encargo por un lado, y las reseñas destructivas, por otro, se acercan bastante a la pureza. También suelen ser las modalidades de la crítica menos interesantes de por sí (si bien la destructiva, especialmente, puede tener sus amenidades y ser muy divertida). El terreno más propio para la crítica reflexiva y considerada se hallará más bien en el terreno intermedio en el que la crítica, sin dejar de ser crítica, también sintoniza con las preocupaciones o argumentación del texto, en lugar de simplemente rechazarlo por irrelevante. Una crítica meramente negativa no aporta mucho al conocimiento, simplemente suprime el texto del autor y propone en su lugar otras preocupaciones, otra ideología, otra visión del mundo. Una crítica parcialmente sintónica, en cambio, puede suponer una síntesis entre la postura del crítico y la del texto. Una síntesis que es efectuada por el crítico, claro, en cuyo caso el crítico ocupa tanto la posición de antítesis com ola de síntesis (y se ha llevado a sí mismo a superar su postura inicial o a ahondar en ella). La síntesis entre ambas posturas, la del texto y la del crítico, la puede efectuar si no el lector, pero es entonces al lectora a quien se remite la función del crítico. La crítica más constructiva, aunque sea desconstructiva, tiene que hacer parte sustancial de ese trabajo de síntesis, si ha de ahondar en el pensamiento propuesto por el texto, y no meramente suprimirlo o declararlo improcedente.

Y en todo caso, lo que merece un crítico crítico es un poco de su propia medicina. Que le desconstruyan su texto; que le den una recepción antipática, que contesten sus presupuestos y sus conclusiones. ¿O esperaba el crítico crítico hallar interlocutores mansos y aquiescentes? Una vez roto el consenso en torno a la Escritura, no hay esperanzas de recomponerlo. Aunque constantemente se propongan nuevas Escrituras--"Silence once broken", decía Beckett en El Innombrable, "will never again be whole".






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