Irène Némirovsky, SUITE FRANÇAISE
Publicado en Literatura y crítica. com. José Ángel García Landa
Muy recomendado viene este libro desde que le dieron el Prix Renaudot
en 2004; tiene su historia excepcional, pues se escribió en 1942, poco
antes de que deportasen a su autora, judía rusa exiliada en Francia, a
la cámara de gas. Su marido corrió la misma suerte; sus hijas se
salvaron con la asistenta, y guardaron el manuscrito durante años hasta
su reciente edición. Tiene delito que quienes la arrestasen para su
deportación fuesen los gendarmes franceses, que también buscaron a sus
hijas sin éxito. Y casi aún más delito tiene que la madre de Irène,
personaje frívolo y egoísta hasta decir vale, se negase a recibir a sus
nietas en su pisazo de Niza; murió en 1989 a los 102 años de edad. Había
hostilidad entre madre e hija, y parte del sarcasmo frío de la Suite française
y de otras obras de Némirovsky va dirigido contra personajes de la
clase y actitudes de su madre. Incluso se han intentado buscar elementos
antisemitas en su obra... por ejemplo lo intentó su marido, con la vana
esperanza de defenderla ante los nazis como una conversa cristiana (que
lo era, técnicamente) enemiga de los judíos (que evidentemente no lo
era).
La Suite Française está inacabada; consta de dos
partes de las cinco que iba a tener, si bien las notas de Némirovsky
dejan claro que el argumento de conjunto apenas estaba esbozado, y que
iba improvisando conforme escribía. Tenemos lo que le dio tiempo a hacer
antes de su deportación: una primera parte llamada Tempête en juin, que
narra la huiída de París de grandes y pequeños burgueses ante el temor
de la llegada de los alemanes en 1940; y una segunda parte llamada Dolce,
sólo levemente conectada con la primera, centrada en la estancia de las
tropas alemanas en un pueblo de la Francia ocupada, y en las reacciones
de los vecinos a lo largo de los tres meses que dura su convivencia. En
las dos partes, la voz narrativa no se explaya por cuenta propia en
reflexiones ni interpretaciones, sino que más bien se atiene a reflejar
los pensamientos e impresiones de diversas clases de personajes: en sus
notas muestra Némirovsky una voluntad de estilo muy modernista de mostraren lugar de decir.
Lo más que se permite es poner en evidencia irónica la mezquindad,
egoísmo e hipocresía de los ricachones que intentan ante todo conservar
sus bienes y privilegios, mejor que ayudar a sus vecinos en apuros.
Aunque de todo hay: la primera parte es una panorámica de diversos
personajes y escenas, y también hay comentaristas fiables (al menos
moralmente rectos) de la situación., como el matrimonio de bancarios que
no consiguen huir de París y son despedidos por el típico patrón avaro
Corbin (posbilemente una caricatura judaica de las que se solían achacar
a Némirovsky). La mayoría de los personajes de esta primera parte
pertenecen a una familia adinerada que es contemplada con bastante
ironía fría, aunque varios de sus miembros mueren durante la invasión
alemana. La segunda parte se centra en Lucile angellier, una joven dama
en un sofocante ambiente de provincias, esposa de un prisionero de
guerra al que no ama, y que vive con su suegra en un caserón, pendiente
del ausente; y su amistad romántica, casi amores, con el oficial alemán
que les asignan para alojamiento. Termina esta parte con los alemanes
retirándose cantando a la lejanía, partiendo hacia las batallas de
Rusia, y sin que ni el conflicto ni el amor hayan llegado a los extremos
que eran de temer o de desear. Casi se les va a echar de menos...
Así
pues, la obra, fuese a ser lo que fuese en tanto que novela organizada,
no nos queda sino como dos fragmentos autónomos, cuyo mayor valor está
en mostrar desde dentro la psicología e impresiones del tiempo de la
ocupación. Lo realmente curioso de leer la Suite Française
tal como se ha publicado actualmente es que a la vez que tenemos la
visión de los personajes controlados por la autora, tenemos las notas de
la novelista que muestran otra narración de guerra, la de su propia
escritura, con reflexiones sobre cómo limitarse a retratar y crear
sensaciones, comentando sobre los alemanes que su marido y ella tuvieron
que alojar en el pueblo de Issy-l'Évêque donde estuvieron entre 1941 y
1942, y después las cartas desesperadas de su pobre marido buscando
ayuda para liberar a su esposa, intentando demostrar su antibolchevismo,
antijudaísmo... (en vano, claro; pronto sería gaseado él mismo). Las
dos historias no coinciden totalmente. Por supuesto, una es ficción, con
personajes inventados, etc., y la otra no, pero me refiero a que las
prioridades no parecen ser las mismas. En la Suite française,
los alemanes aparecen vistos un tanto exteriormente; apenas unos
ejércitos que pasan en la primera parte, y unas disciplinadas tropas de
ocupación en la segunda. Los malos, o los personajes caricaturizados o
expuestos a la ironía de la autora, no son nunca los alemanes; siempre
los franceses, sobre todo los de las clases más pudientes y más
dispuestos al colaboracionismo tras el primer sofoco de terror al
invasor. Los que alaban a Pétain y barren para casa mientras moralizan a
los demás, o los denuncian, como hace la vizcondesa de Montmort en Dolce.
Por supuesto, era prudente para la autora no criticar abiertamente a
los alemanes por si se encontraba su manuscrito. Y sin embargo, he aquí
que los alemanes aparecen en exceso bien parados. Poco imaginativos, en
todo caso dados a un romanticismo educado; guapos, bien perfilados,
pulcros, disciplinados, gente de orden, educados, cordiales con los
invadidos, si bien de una cordialidad ligeramente siniestra a veces,
basada como está en la fuerza que no se muestra. Hay amenazas de
ejecuciones, etc., pero las únicas muertes violentas e injustas son los
franceses quienes las llevan a cabo, y no los más admirables. En este
sentido la novela recuerda mucho a la célebre de Vercors, Le Silence de la mer,
de la misma época, donde un culto y educado oficial alemán de las
fuerzas de ocupación se encontraba con el muro de silencio y el rechazo
gélido que le ofrecen una joven y su padre en la casa donde se aloja. No
es el caso aquí, donde Lucile casi casi es seducida por el alemán,
aunque no puede vencer su rechazo interno al final, y hasta ayuda a
ocultar al vecino que ha matado al alemán que le alojaban a él en casa
(a traición, un gesto feo). Pero, como digo, la novela es casi
germanófila, triste paradoja. Con estos encantadores alemanes, la
colaboración no parece sino una conveniencia sin apenas contrapartida
moral, algo más que sorprendente aunque ciertamente sí ayuda a entender
la percepción y la ambivalencia de tantos franceses de entonces... Pero
ni un pensamiento dedicado jamás por nadie a las políticas brutales del
Reich, o a las opresiones mentales del nazismo. Podría decirse,
tristemente, que es un libro desbordado por la historia, que se
concentra en las pequeñas mezquindades y pasa por alto los grandes
crímenes... Hasta el asesinato del alemán Bonnet se diluye
convirtiéndolo en cuestión más de celos que de guerra o política. Así
pues, mal puede ser ésta la gran novela de Francia en la segunda guerra
mundial. La cosa que más llama la atención en la ficción la ausencia
total de referencias a las persecuciones de los judíos—algo que desde
luego ocupa un primerísimo plano en las notas y cartas de la autora y su
marido, la novela detrás de la novela. Expulsados de París, fichados,
despedidos de su empleo... y ni una la menor alusión a las "desventajas"
de la política judía del Reich en la ficción. ¿Prudencia también?
¿Incredulidad, o inconsciencia, de hasta dónde podían llegar las cosas?
Es curioso que el "tema judío" sólo aparezca en las notas de la autora
cuando se refiere a su vida cotidiana, nunca a sus planes para la
escritura. Y el desagradable Corbin sí parece ser judío... Así que,
aunque la Suite française es un
relato apreciable, lo es tanto más como síntoma de los tiempos, por lo
que no cuenta y quizás no podía contar, y por las extrañas prioridades
que muestra en lo que sí cuenta. Requiere, en todo caso, ser leída como
parte de la historia y destino de su autora, pues lo que aparece en el
texto marginal es tan indicativo, y tan trágico, como la novela que se
premió. ¿O quizá se premió el conjunto de novela inacabada, culminando en muerte trágica de la autora? Así, inhabitualmente, en la edición de Folio
se ha elegido un retrato de la autora para la portada. Es, en todo
caso, un fenómeno literario de poco habitual de conjunción, y contraste,
entre vida y obra.
PS: comentario que pongo a una reseña poco positiva de Suite française en solodelibros:
Veo
que te ha chocado lo mismo que a mí: lo suavísimo que es el libro con
los alemanes, que poco después iban a exterminar a Némirovsky y a su
marido y su comunidad; aunque de antisemitismo no hay ni palabra en el
libro: todos los alemanes son idealistas, correctos, guapos… y son los
franceses los que son falsos y vendidos y rastreros la mayoría, que
seguramente sí lo eran. Supongo que la intención de Némirovsky era
publicar su libro… si vivía, y malamente podía poner de vuelta y media a
los alemanes. Triste ironía, que ahora se celebre como un retrato
ajustado de la situación un libro hecho para publicarse en condiciones
de tiranía asesina y opresión. Y que sin embargo, como dices, se deja
leer… pero ojo con él. Saludos.
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