Un amor de Adam Smith
Adam Smith es célebre, aparte de ser uno de los pilares de la
teoría económica clásica, por su vida carente de anécdotas, como no sea
la de ser el modelo mismo del sabio distraído. Vivió la mayor parte de
su vida con su madre, sin formar otra familia, y muchos han creído que
era insensible a las mujeres o a las emociones humanas, o que no prestó
atención a ellas (a pesar de haber escrito una voluminosa Teoría de
los sentimientos morales, en
la que el amor romántico no sale precisamente bien parado o valorado).
Por qué esa persona y no otra, se pregunta Adam Smith—y ante la
carencia de respuesta, concluye que es imposible simpatizar con el
enamoramiento de un tercero. Que se le pasó la vida sin prestar
atención al amor lo podrían creer algunos de sus conocidos, que
disfrutaban de las curiosidades de su conversación, al decir de su
amigo Dugald Stewart, "aún más porque él parecía normalmente, y en un
grado extraordinario, desatento a todo lo que lo rodeaba." A
pesar de ser una persona educada y afable, Adam Smith no pasó a la
historia por sus amores. Es bien conocida también su gran amistad con
Hume, y algunos creen que hasta allí se extendió su vida emocional. Sin
embargo el mismo Dugald Stewart nos habla en una nota de un amor de
Adam Smith. Un amor que quizá sea discretamente trágico, o quizá
kafkiano. Cito de su prefacio a los Essays de Smith (en
español, epílogo a los Ensayos Filosóficos, 312-13):
Nota (K.)
En la primera parte de la vida del Sr. Smith, como bien sabían sus
amigos, se había sentido durante varios años atraído por una joven dama
de gran belleza y mérito. No he podido averiguar en qué medida sus
intenciones fueron favorablemente acogidas, ni qué circunstancias
impidieron la unión; pero creo que es casi seguro que después de este
desengaño apartó de sí toda idea de matrimonio. La dama a la que me
refiero también murió soltera. Sobrevivió al Sr. Smith por muchos años,
y aún vivía mucho después de la publicación de la primera edición de
esta memoria [1795]. La fuerza de su inteligencia y la alegría de su
temperamento no parecían haber sufrido en absoluto por el paso del
tiempo.
Señala David Marshall (The Figure of Theater)
en la admiración de Smith por el estoicismo una aversión a la
teatralización ostentosa de los sentimientos. Es mejor no exhibir los
sentimientos a menos que se vaya a obtener simpatía, cosa que es harto
improbable. Todo esto es más que congruente
con lo que se nos cuenta en esta nota. Especialmente
el amor de los demás, nos dice Smith,
no despierta de por sí ninguna simpatía, y parece más bien una pasión
gratuita o excesiva, mal justificada. Marshall también observa la casi
total ausencia de mujeres en la teoría de Smith; un libro éste que está
escrito en una época sentimental, y que trata sobre los sentimientos,
pero que va contra el sentimentalismo.
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