William Drummond of
Hawthornden
From Urania,
or Spiritual Poems
Sonnet 1
Triumphing chariots, statues, crowns of
bays,
Sky-threat’ning arches, the rewards of
worth,
Works heavenly wise in sweet harmonious
lays,
Which sprites divine unto the world set
forth;
States, which ambitious minds with blood
do raise,
From frozen Tanaïs to sun-gilded Gange,
Gigantic frames, held wonders rarely
strange,
Like spiders’ webs, are made the sport of
days.
All only constant is in constant change;
What done is, is undone, and when undone,
Into some other fashion doth it range:
Thus goes the floating world beneath the
moon:
Wherefore,
my mind, above time, motion, place,
Thee
raise, and steps unknown to nature trace.
—y lo haremos utilizando meramente las palabras de Max Scheler en El puesto del hombre en el cosmos. Puesto que es de ese puesto de lo que está hablando Drummond—de la naturaleza y sentido último de los empeños humanos, entendidos como un conocerse a sí mismos. Esta es la sección en que Max Scheler define más específicamente la peculiaridad de la cognición humana como ideación. Y empieza comentando la rebelión del espíritu contra el saberse una cosa entre las cosas, una cosa sometida a la impermanencia y a la muerte que angustian y hastían al poeta Drummond.
La reducción fenomenológica como técnica
para anular la resistencia. (Realidad, Resistencia, Conciencia).
Para penetrar desde aquí más profundamente en la esencia del hombre, debemos representarnos la trama de los actos que conducen al acto de la ideación. Consciente o inconscientemente, el hombre pone en práctica una técnica que puede llamarse anulación ficticia del carácter de realidad. El animal vive totalmente en lo concreto y en la realidad. Mas toda realidad implica o un lugar en el espacio, o un lugar en el tiempo, un ahora, un aquí, y, en segundo término, un modo de ser accidental, como el que suministra la percepción sensible de cada "aspecto." Pues bien, ser hombre significa lanzar un enérgico "no" al rostro de esa clase de realidad. Ya Buda lo sabía, cuando decía que es magnífico contemplar todas las cosas, pero terrible ser una. Ya Platón lo sabía, cuando explicaba la contemplación de las ideas como un acto por el cual el alma se desvía de la faz sensible de las cosas y se encierra en sí misma para encontrar los "orígenes" de las cosas. Ni tampoco E. Husserl piensa otra cosa, cuando funda el conocimiento de las ideas en una reducción fenomenológica, esto es, en la operación de "borrar" o de "poner entre paréntesis" el coeficiente existencial (contingente) de las cosas, para alcanzar su essentia. No puedo asentir en detalle a la teoría de esta reducción dada por Husserl, pero sí debo conceder que en ella está significado el acto que define más propiamente al espíritu humano.
Para saber cómo tiene lugar este acto de reducción, es necesario saber en qué consiste propiamente nuestra vivencia de la realidad. No puede señalarse sensación alguna (azul, duro, etc.) que corresponda especialmente a la impresión de la realidad. Ni la percepción, ni el recuerdo, ni el pensamiento, ni ningún otro acto perceptivo posible puede procurarnos esta impresión, pues lo que nos dan es exclusivamente la manera de ser las cosas, jamás su existencia. La existencia nos es dada por la vivencia de la resistencia que ofrecen las esferas del mundo ya descubiertas. Ahora bien: resistencia solamente la hay para nuestros impulsos, para nuestra vida impulsiva, para nuestro impulso vital central. La vivencia primaria de la realidad, como vivencia de "la resistencia que ofrece el mundo", precede a toda conciencia, a toda representación, a toda percepción. La percepción sensible más penetrante no viene nunca condicionada por sólo el estímulo y el proceso normal del sistema nervioso. Ha de existir a la vez un movimiento impulsivo, ya sea de apetencia o de repugnancia, aun cuando se trate de la más simple sensación. Por tanto, si una sacudida de nuestro impulso vital es condición ineludible de toda posible percepción, las resistencias ejercidas contra aquel impulso vital por los centros y los campos de fuerzas residentes en el fondo de las imágenes de los cuerpos que integran el medio—las "imágenes sensibles" mismas carecen de toda acción causal—pueden ser vividas ya en un punto del proceso temporal de una percepción, en el cual no se haya llegado todavía a la percepción consciente de una imagen. La vivencia de la realidad no es, pues, posterior, sino anterior a toda "representación" del mundo. ¿Qué significa, pues, aquel enérgico "no" de que antes hablábamos? ¿Qué significa desrealizar el mundo o "idear" el mundo? No significa, como cree Husserl, reservar el juicio existencial; significa más bien abolir, aniquilar fictivamente el momento de la realidad misma, toda esa impresión indivisa, poderosa, de realidad, con su correlato afectivo; significa eliminar esa angustia de lo terreno que como dice Schiller profundamente, sólo "desaparece en aquellas regiones donde habitan las formas puras". Este acto de desrealización, acto ascético en el fondo, sólo puede consistir —si existencia es "resistencia"—en la anulación, en la examinación de ese impulso vital, para el cual el mundo se presenta como "resistencia", y que es a la vez la condición de toda percepción sensible del ahora, del aquí y del modo contingentes. Pero ese acto sólo puede ser realizado por aquel ser que llamamos "espíritu". Sólo el espíritu, en su forma de "voluntad pura", puede operar la inactualización de ese centro de impulso afectivo, que hemos conocido como el acceso a la realidad de lo real.
El hombre como asceta de la vida
El hombre es, según esto, el ser vivo que puede adoptar una conducta ascética frente a la vida—vida que le estremece con violencia—. El hombre puede reprimir y someter los propios impulsos; puede rehusarles el pábulo de las imágenes perceptivas y de las representaciones. Comparado con el animal, que dice siempre "sí" a la realidad, incluso cuando la teme y rehuye, el hombre es el ser que sabe decir no, el asceta da la vida, el eterno protestante contra toda mera realidad. En comparación también con el animal (cuya existencia es la encarnación del filisteísmo), es el eterno "Fausto", la bestia cupidissima rerum novarum, nunca satisfecha con la realidad circundante, siempre ávida de romper los límites de su ser ahora, aquí y de este modo, de su "medio" y de su propia realidad actual. En este sentido ve también S. Freud en el hombre el "represor de sus impuslso"—en su obra Allende el principio del placer—. Y sólo porque es esto, puede el hombre edificar sobre el mundo de su percepción, un reino ideal del pensamiento; y por otra parte, puede canalizar la energía—latente en los impulsos reprimidos—hacia el espíritu que habita en él. Esto es: el hombre puede sublimar la energía de sus impulsos en actividades espirituales.
Para penetrar desde aquí más profundamente en la esencia del hombre, debemos representarnos la trama de los actos que conducen al acto de la ideación. Consciente o inconscientemente, el hombre pone en práctica una técnica que puede llamarse anulación ficticia del carácter de realidad. El animal vive totalmente en lo concreto y en la realidad. Mas toda realidad implica o un lugar en el espacio, o un lugar en el tiempo, un ahora, un aquí, y, en segundo término, un modo de ser accidental, como el que suministra la percepción sensible de cada "aspecto." Pues bien, ser hombre significa lanzar un enérgico "no" al rostro de esa clase de realidad. Ya Buda lo sabía, cuando decía que es magnífico contemplar todas las cosas, pero terrible ser una. Ya Platón lo sabía, cuando explicaba la contemplación de las ideas como un acto por el cual el alma se desvía de la faz sensible de las cosas y se encierra en sí misma para encontrar los "orígenes" de las cosas. Ni tampoco E. Husserl piensa otra cosa, cuando funda el conocimiento de las ideas en una reducción fenomenológica, esto es, en la operación de "borrar" o de "poner entre paréntesis" el coeficiente existencial (contingente) de las cosas, para alcanzar su essentia. No puedo asentir en detalle a la teoría de esta reducción dada por Husserl, pero sí debo conceder que en ella está significado el acto que define más propiamente al espíritu humano.
Para saber cómo tiene lugar este acto de reducción, es necesario saber en qué consiste propiamente nuestra vivencia de la realidad. No puede señalarse sensación alguna (azul, duro, etc.) que corresponda especialmente a la impresión de la realidad. Ni la percepción, ni el recuerdo, ni el pensamiento, ni ningún otro acto perceptivo posible puede procurarnos esta impresión, pues lo que nos dan es exclusivamente la manera de ser las cosas, jamás su existencia. La existencia nos es dada por la vivencia de la resistencia que ofrecen las esferas del mundo ya descubiertas. Ahora bien: resistencia solamente la hay para nuestros impulsos, para nuestra vida impulsiva, para nuestro impulso vital central. La vivencia primaria de la realidad, como vivencia de "la resistencia que ofrece el mundo", precede a toda conciencia, a toda representación, a toda percepción. La percepción sensible más penetrante no viene nunca condicionada por sólo el estímulo y el proceso normal del sistema nervioso. Ha de existir a la vez un movimiento impulsivo, ya sea de apetencia o de repugnancia, aun cuando se trate de la más simple sensación. Por tanto, si una sacudida de nuestro impulso vital es condición ineludible de toda posible percepción, las resistencias ejercidas contra aquel impulso vital por los centros y los campos de fuerzas residentes en el fondo de las imágenes de los cuerpos que integran el medio—las "imágenes sensibles" mismas carecen de toda acción causal—pueden ser vividas ya en un punto del proceso temporal de una percepción, en el cual no se haya llegado todavía a la percepción consciente de una imagen. La vivencia de la realidad no es, pues, posterior, sino anterior a toda "representación" del mundo. ¿Qué significa, pues, aquel enérgico "no" de que antes hablábamos? ¿Qué significa desrealizar el mundo o "idear" el mundo? No significa, como cree Husserl, reservar el juicio existencial; significa más bien abolir, aniquilar fictivamente el momento de la realidad misma, toda esa impresión indivisa, poderosa, de realidad, con su correlato afectivo; significa eliminar esa angustia de lo terreno que como dice Schiller profundamente, sólo "desaparece en aquellas regiones donde habitan las formas puras". Este acto de desrealización, acto ascético en el fondo, sólo puede consistir —si existencia es "resistencia"—en la anulación, en la examinación de ese impulso vital, para el cual el mundo se presenta como "resistencia", y que es a la vez la condición de toda percepción sensible del ahora, del aquí y del modo contingentes. Pero ese acto sólo puede ser realizado por aquel ser que llamamos "espíritu". Sólo el espíritu, en su forma de "voluntad pura", puede operar la inactualización de ese centro de impulso afectivo, que hemos conocido como el acceso a la realidad de lo real.
El hombre como asceta de la vida
El hombre es, según esto, el ser vivo que puede adoptar una conducta ascética frente a la vida—vida que le estremece con violencia—. El hombre puede reprimir y someter los propios impulsos; puede rehusarles el pábulo de las imágenes perceptivas y de las representaciones. Comparado con el animal, que dice siempre "sí" a la realidad, incluso cuando la teme y rehuye, el hombre es el ser que sabe decir no, el asceta da la vida, el eterno protestante contra toda mera realidad. En comparación también con el animal (cuya existencia es la encarnación del filisteísmo), es el eterno "Fausto", la bestia cupidissima rerum novarum, nunca satisfecha con la realidad circundante, siempre ávida de romper los límites de su ser ahora, aquí y de este modo, de su "medio" y de su propia realidad actual. En este sentido ve también S. Freud en el hombre el "represor de sus impuslso"—en su obra Allende el principio del placer—. Y sólo porque es esto, puede el hombre edificar sobre el mundo de su percepción, un reino ideal del pensamiento; y por otra parte, puede canalizar la energía—latente en los impulsos reprimidos—hacia el espíritu que habita en él. Esto es: el hombre puede sublimar la energía de sus impulsos en actividades espirituales.
—oOo—
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Se aceptan opiniones alternativas, e incluso coincidentes: