He estado en una conferencia o encuentro con Joan
Fontcuberta en el museo Pablo Gargallo, sobre las transformaciones de
las imágenes en la cultura actual. Ha empezado a modo de hoax, exponiendo un proyecto de
centro de interpretación de unos fósiles del hidropithecus o sirénidos
humanoides en la Provenza, hallazgo que para mucha gente es posible que
revolucione la historia de la evolución humana, no menos que el cráneo
del Hombre de Piltdown. Decía Fontcuberta que le interesa el arte no
convencional, el que no va a galerías ni museos, allí donde se vuelve
ambiguo o pisa un terreno extraño al arte, para incorporarlo al mismo.
(Pero ese sí acaba por fin en los libros de arte, diría yo....).
De
Fontcuberta conocía su manifiesto o esbozo de manifiesto Por
un manifiesto posfotográfico. Y de eso ha ido la segunda
parte de la conferencia, una charla con Antonio Ansón, colega de mi
Facultad muy metido en la teoría de la fotografía. Para Fontcuberta lo
digital ha transformado radicalmente la fotografía, e incluso los
desarrollos retros, la vuelta al papel de sal y el daguerrotipo etc.
son síntomas de una reacción a lo digital. Es más que un soporte, es un
nuevo régimen de las imágenes, supone una transformación total no sólo
en su capacidad de manipulación o en pura cantidad, sino también en los
usos sociales de la fotografía: para intercambiar y tirar, no para
guardar; para interactuar, para llamar la atención sobre el uso que se
da a la fotografía—cada vez importa menos la foto en sí y más el
contexto discursivo en el que se ubica.
Mis preguntas han ido por
allí—he llamado la atención sobre el hecho de que la palabra atención aparecía varias veces en
su ponencia, y claro, un artista ha de llamar la atención. Google, la
web, transforman el régimen de atención, y en consecuencia transforman
todo. La atención es un
fenómeno que merece más atención, no sólo en arte (hoy Munsch
estaba hipercotizado, y no será por el monigote en sí, sino por la nube
de atención, la herencia de Kafka, Scream, Van
Gogh, los robos de originales de la obra si es que hay originales,
etc.).
He llamado la atención sobre el doble movimiento de su proyecto hoax: debe engañar, pero también
confesar el engaño, para ubicarse como obra de arte. Si no, sería quizá
una obra de arte, pero una obra de arte desapercibida (como lo fue
quizá el cráneo de Piltdown, según se mire). También sobre el hecho de
que una vez el arte se hace conceptual, y ya no hay que mirar en la imagen
misma sino el uso que se hace de ella, nos encontramos frente a
frente con las observaciones de Oscar Wilde en El crítico como artista. Es el
crítico el que conceptualiza la obra, la vuelve más compleja con su
mirada, y desvela profundidades en lo que creíamos que ya habíamos
visto.
Otras cosas que han salido: el cine como regido por la convención de
ficción (a pesar de los documentales, documentales-ficción, etc.)—
mientras que la fotografía ha sido el testigo de la verdad y la
realidad. En principio, entiéndase. Por ejemplo, una fotografía
ficticia no conseguía emocionar, una película sí.
Y se me viene a las mientes el ejemplo de la fotografía supuestamente
documental y captura del momento
de Robert Capa, la del miliciano republicano cayendo en el campo de batalla, y cómo
ese documento vivo resultó al fin ser una ficción construida haciéndose
pasar por tranche de vie.
Pero toda fotografía es construcción. El encuadre es crucial, el
encuadre es el que aísla la atención y la guía, y por tanto,
seleccionado la realidad, la distorsiona. La fotografía de por sí guía
la atención, y el encuadre es crucial para convertir en forma estética
el objeto que aparece dentro. Al menos en mis fotografías—hay otros
regímenes posibles supongo. Pero, como dato para quedarse: la fotografía digital y la fotografía en
red suponen un nuevo régimen de la imagen, cuyas consecuencias
aún estamos explorando.
El asunto del falso documental del miliciano—otro estilo de hoax:
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