lunes, 10 de octubre de 2011

El Hacedor y sus Obras (metafóricamente hablando)


En su capítulo seis, "Eligiendo nuestro universo", el libro de cosmología de Hawking y Mlodinow, El Gran Diseño (2010),
me recuerda más que nunca  al Hacedor de Estrellas ideado por Stapledon en su novela de cosmología-ficción Star Maker (1937). En un artículo anterior hablé de la dimensión narrativa y reflexiva de esta novela (ver "Apocalipsis de la Comunicación Total"). Ahora me interesa más su teoría del multiverso, en relación a estas especulaciones de la física actual. Por tanto, haremos un breve excurso hacia Stapledon antes de volver a la "elección de universo" según Hawking.

Hacedor de Estrellas está disponible en español en la red, aquí o bien aquí. ¿Necesito decir que es una lectura memorable, imprescindible si las hay? No se diga que no recomiendo cosas.

La novela de Stapledon es un viaje por la complejidad y diversidad del universo, y de los universos, usando de modo muy reflexivo algunas convenciones de la ficción. Así, el narrador observa diversas razas cósmicas, en una especie de visión o ensoñación, y contempla la creación de redes de información y de conexión cósmica, que ligando diferentes mundos y diferentes razas y tipos de mente, dan lugar a una mente cósmica, una mente a través de la cual el universo llega a conocerse a sí mismo, a modo de Noosfera expandida. Supongo yo que Teilhard de Chardin debió leer mucho Stapledon; son, en todo caso, dos mentes paralelas en cierto modo.

Por cierto, observo que no he escrito nada sobre Teilhard—y le tendré que dedicar algún capítulo en tanto que teorizador de la evolución cósmica, y narrativizador del universo; igual que también lo hacen Vico, Hegel, Spencer, o Darwin, o Spier. O Hawking mismo: cada uno lo hizo como Frank Sinatra, a su manera, y por sus Obras los conoceréis. Me interesan todos estos autores no sólo por sus Grandes Historias de todas las cosas, sino más en concreto por el asidero que proporcionan estos marcos teóricos a una teoría del anclaje narrativo, de la cual más aquí. Decididamente, habrá que coger el toro por los cuernos y escribir un día esa obra tanto tiempo postpuesta, The Key to All Mythologies—aunque se quede en un post, o en un post-scriptum.

El viajero de las estrellas, encarnado ahora en la obra de Stapledon, tras haber pasado quizá por la de Jack London, se identifica visionariamente con la mente cósmica, y usando esa mente superior como vía, llega a averiguar una realidad sobre el universo que está más allá de todas las estrellas y planetas por los que ha viajado, pues todos ellos estaban contenidos en un mismo universo. Lo que descubre esa mente cósmica es un multiverso, subyacente a la estructura del universo, de la misma manera que el juego del ajedrez, y todas las partidas posibles en él, subyacen a una partida en concreto que pudiéramos conocer en primera instancia.

Este tipo de relación entre universo y multiverso es lo que Espen J. Aarseth (en Cybertext) ha denominado la dimensión ergódica del texto—un texto ergódico es un sistema generador de textos, que puede ser recorrido en múltiples trayectos o dar lugar a muchos fenotextos a partir del genotexto (y aquí derivo de Aarseth hacia Kristeva y Le Texte du roman, pero es que esta noción de literatura ergódica es inherentemente estructuralista, y tiene todo un aire de época con los generadores automáticos de obras de arte, o de poemas). Esta analogía entre el multiverso como genotexto, y el universo como fenotexto, en una cosmología ergódica, nos llevaría en otra dirección, y a todo un artículo sobre la cuestión, o sea que dejo el tema aquí aparcado, por si un día me animo a desarrollarlo.

El descubrimiento de Dios de Stapledon, llamado Hacedor de Estrellas, es gradual. El capítulo VI, "Intimations of the Star Maker", empieza de modo memorable y lapidario: "No ha de suponerse que el destino habitual de las razas inteligentes de la galaxia sea el triunfo". Narra allí cómo en diversos planetas, las criaturas inteligentes desarrollan religiones en busca de una inteligencia cósmica que explique la totalidad del universo: una entidad poderosa primero, a la que se intenta propiciar, luego un ser bondadoso, o sabio. Veremos que lo más sabio es no reducirlo a proporciones humanamente comprensibles, y así, en una fase avanzada de la búsqueda de una inteligencia divina, los seres pensantes llegan a aceptar que el universo no se ha hecho para ellos, ni según sus parámetros. Es un poco la fase de resignación deísta que correspondería al pensamiento de Pope en el Essay on Man. El universo tiene un orden propio, pero no es un orden a la escala de la moralidad humana. Traduzco del capítulo que narra esta primera intuición del Hacedor de Estrellas.


"Si el Hacedor de Estrellas es Amor, sabemos que eso ha de ser lo correcto. Pero si no lo es, si es algún otro, algún espíritu inhumano, entonces eso ha de ser lo correcto. Y si no es nada, si las estrellas y todo lo demás no son sus creaciones sino que subsisten por sí mismas, y si el espíritu adorado es sólo una exquisita creación de nuestras mentes, entonces esto ha de ser lo correcto, esto y ninguna otra posibilidad. Porque no podemos saber si el lugar más elevado que ocupa el amor está en el trono o en la cruz. No podemos saber qué espíritu gobierna, pues en el trono está sentada la oscuridad. Sabemos, hemos visto, que en el desperdicio de las estrellas el amor es, en efecto, crucificado; y con razón, para probarse a sí mismo, y por la gloria del trono. El amor y todo lo que es compasivo lo preciamos en nuestros corazones. Pero también saludamos al trono, y a la oscuridad que se sienta sobre él trono. Sea Amor o no Amor, nuestros corazones lo alaban, elevándose más allá de la razón." (320).

Reconocemos aquí el dios enigmático de los racionalistas, pero también una imagen del poder absoluto propia de la era de los fascismos y los totalitarismos. (Era de la que participa Stapledon biográfica y en buena medida ideológicamente).

En los capítulos finales, el narrador cuenta cómo al final, alcanzado el nivel de mente cósmica, se le concede contemplar en acción a lo que él llama "la realidad hipercósmica", es decir, el multiverso detrás del universo: al creador de estrellas, que ha creado su cosmos (nuestro cosmos) como uno más entre otros, a una escala de inmensidad que desafía todo lo hasta entonces concebido por el narrador. Todo esto se presenta en el lenguaje mítico de la religión, en una tradición cosmogónica que se remonta no sólo al Génesis o a las cosmogonías de Hesíodo, sino también a las narraciones platónicas sobre el Demiurgo (en el Timeo). 


Pero el narrador deja muy claro que la suya es no tanto una narración teísta, o creacionista, cuanto un artificio narrativo que acude a la tradición de estos mitos para dar una forma expresable a una idea o intuición—en esencia, que nuestro mundo, en el sentido más amplio, puede no ser sino uno de muchos. Podemos en lo que sigue poner entre paréntesis mentales el lenguaje creacionista e intencionalista, para quedarnos con la visión del sistema generativo de cosmos detrás del cosmos.




 Reproduzco aquí la descripción del Hacedor de Estrellas del capítulo XIV, y los multiversos del capítulo XV.


Este pobre mito, esta mera parábola es lo que trataré de narrar aquí, tal como lo recuerdo en mi estado humano. Más no puedo hacer. Pero aun esto no podrá ser cumplido apropiadamente. No una vez sino muchas he escrito unas descripción de mi sueño, y luego la he destruido, como totalmente inadecuada. Con una impresión de fracaso total balbucearé aquí solo unas pocas de sus características más inteligibles. Mi mito reproduce sobre todo muy inadecuadamente uno de los aspectos de la visión real. (...)


De acuerdo con ese sueño raro o mito que se posesionó de mi mente, en su estado creador y finito el Hacedor de Estrellas era en verdad un espíritu que se desarrollaba y despertaba. Que ocurriera así, y que al mismo tiempo él fuese eternamente perfecto es inconcebible desde el punto de vista humano; pero mi mente, abrumada con una visión sobrehumana, no encontró otro modo de expresar el mito de la creación.


Eternamente, y así me dijo mi sueño, el Hacedor de Estrellas es perfecto y absoluto; sin embargo, en los comienzos del tiempo que corresponde a su modo creador era una deidad infantil, inquieta, ansiosa, poderosa, pero sin una voluntad clara. Era dueño de todo el poder creador. Podía crear universos con los más variados atributos físicos y mentales. Solo la lógica lo limitaba. Podía ordenar, por ejemplo, las leyes naturales más sorprendentes, pero no podía hacer que dos mas dos sumasen cinco. En su fase primera estaba limitado también por su inmadurez. Se encontraba todavía en la etapa infantil. Aunque la fuente inconstante de su mente creadora, exploradora y consciente no fuese sino su propia esencia eterna, el Hacedor de Estrellas no era al principio sino un vago anhelo de creatividad.


El Hacedor probó sus poderes desde un principio. Objetivó parte de su propia sustancia inconsciente, como materia para su creación, y la modeló con un propósito consciente. Así, una y otra vez, fue creando sus juguetes: los cosmos.


Pero la propia sustancia inconsciente del Hacedor de Estrellas creador no era sino el espíritu eterno, el Hacedor de Estrellas mismo en su aspecto eterno y perfecto. Así ocurrió que en estas fases primeras, cada vez que el Hacedor sacaba de sus propias profundidades la materia prima de un cosmos, esta materia no era nunca informe sino plena de determinadas potencialidades: lógicas, físicas, biológicas, psícológicas. A veces estas potencialidades se resistían a los propósitos conscientes del joven Hacedor de Estrellas. El Hacedor no podía en ciertas ocasiones acomodarlas a sus fines, y menos aún realizarlas plenamente. Se me ocurrió que esta idiosincrasia del medio lo obligaba a alterar a menudo sus planes, pero que también le sugería una y otra vez más fértiles concepciones. Una y otra vez, de acuerdo con mi mito, el Hacedor de Estrellas aprendía algo de su criatura, y así superaba a su criatura y anhelaba trabajar en un plan más amplio. Una y otra vez apartaba un cosmos terminado y evocaba en sí mismo una nueva creación.


Muchas veces, en la primera parte de mi sueño, me pregunté que pretendería alcanzar el Hacedor con sus creaciones. No pude dejar de pensar que este propósito no era al principio muy claro. El mismo lo había ido descubriendo gradualmente, y muy a menudo, me pareció, su obra era una búsqueda, y su meta algo confuso. Pero ya en su madurez su voluntad era la de crear tan plenamente como fuese posible, realizar enteramente la potencialidad de su medio, idear obras de creciente sutileza, y de una creciente diversidad armónica. A medida que este propósito se hizo más claro, me pareció que incluía también la voluntad de crear universos que alcanzaran un nivel único de conciencia y expresión. Pues la percepción y la voluntad de las criaturas eran aparentemente el instrumento con que el Hacedor mismo, cosmos tras cosmos, despertaba a una mayor lucidez. Fue así que, a través de sucesivas criaturas, el Hacedor de Estrellas avanzó de etapa en etapa desde el estado infantil de la divinidad a su madurez.


Fue así que en la eternidad el Hacedor de Estrellas llegó a ser lo que ya era en el principio, la raíz y coronamiento de todas las cosas. En el modo típicamente irracional de los sueños, este sueño-mito representó el espíritu eterno como siendo a la vez causa y resultado de la multitud infinita de los existentes finitos. De algún modo ininteligible todas las cosas finitas, aunque fuesen en algún sentido imaginaciones del espíritu absoluto, eran también esenciales para la existencia misma de ese espíritu. Separado de ellas, no tenía ser. Pero no puedo decir si esta oscura relación representaba alguna verdad importante o era meramente un sueño trivial.



15 - El Hacedor y sus obras


1. CREACION INMADURA


De acuerdo con el mito o sueño fantástico que evocó mi mente luego de aquel momento supremo de experiencia, el cosmos particular que llegue a confundir conmigo, no fue, en la vasta serie de creaciones, ni uno de los primeros ni uno de los últimos. Era, en cierto modo, la primera creación madura del Hacedor de Estrellas, pero comparada con creaciones posteriores parecía en muchos aspectos una obra de juventud. Aunque las primeras creaciones expresaban la naturaleza del Hacedor de Estrellas en su fase inmatura, en su mayor parte se apartan totalmente de la dirección del pensamiento humano, y por lo tanto no puedo describirlas ahora. No me dejaron mucho mas que una vaga impresión de la multiplicidad y diversidad de las obras del Hacedor de Estrellas. Sin embargo, aun en ellas hay unos pocos aspectos inteligibles para los hombres y que pueden ser recogidos aquí.


El primer cosmos apareció en mi sueño como algo sorprendentemente simple. El Hacedor de Estrellas niño, atormentado -así me pareció a mí- por su potencia inexpresada, concibió y objetivó en sí mismo dos cualidades. Con ellas creó el primer cosmos, un ritmo temporal, compuesto de sonido y silencio. De este primer ritmo sonoro, premonitorio de mil creaciones, desarrolló con un celo infantil pero divino, una música vacilante, de cambiante complejidad. Luego contemplando la forma simple de su criatura, concibió la posibilidad de una creación más sutil. Así la primera de todas las criaturas engendró en su creador una necesidad que ella misma no hubiese podido satisfacer. Por tanto el Hacedor de Estrellas niño consideró que el primer cosmos era obra terminada. Contemplando desde afuera el tiempo que ese cosmos había engendrado, aprehendió todo su ciclo como presente, un presente, que fluía sin embargo. Y cuando hubo valorado serenamente su obra, dejó de prestarle atención y meditó en una segunda creación.


Desde entonces de la ferviente imaginación del Hacedor de Estrellas brotó un cosmos tras otro, cada uno más complejo y sutil que el anterior. En algunas de las primeras creaciones solo se preocupó, aparentemente, por el aspecto físico de la sustancia que había objetivado en sí mismo. No advertía sus posibilidades psíquicas. Uno de esos cosmos primeros, sin embargo, era de una estructura física que podía interpretarse como vida e individualidad, características ajenas realmente a ese mundo. Pero quizá no. En una creación ulterior hubo, si, verdadera vida, la que apareció de pronto del modo mas extraño. Este era un cosmos que el Hacedor de Estrellas sentía físicamente, así como los hombres sienten a veces la música. Era en sí una compleja secuencia de diversos tonos e intensidades. El Hacedor de estrellas niño jugaba complacido con este mundo, inventando infinitas melodías y contrapuntos. Pero antes que hubiera agotado todas las sutilezas de estructura de esta música matemática y fría; antes de haber creado mas mundos sin vida, mas criaturas musicales fue evidente que algunas de las otras creaciones estaban manifestando signos de vida propios, que se resistían a los propósitos conscientes del Hacedor de Estrellas. Los temas musicales comenzaron a ordenarse de acuerdo con cánones ajenos a los dictados por el Hacedor. Me pareció que el Hacedor los observaba con intenso interés, y que esos temas lo impulsaron a nuevas concepciones, que las criaturas eran incapaces de realizar. Decidió entonces dar por terminado este cosmos, pero de un modo nuevo, y dispuso que el ultimo estado del cosmos fuera una fase que llevaba inmediatamente al primero. El final quedó así atado al comienzo de modo que el tiempo cósmico formaba ahora un circulo infinito. Luego de considerar esta obra desde afuera, desde su propio tiempo, la hizo a un lado y meditó en una nueva creación.

Para el cosmos siguiente el Hacedor proyectó conscientemente algo de su propio conocimiento y voluntad, ordenando que ciertas estructuras y ritmos fuesen los cuerpos visibles de mentes perceptivas. Aparentemente estas criaturas estaban destinadas a trabajar juntas produciendo así la armonía que el Hacedor había concebido para este cosmos. Pero cada una de ellas, en cambio, trató de modelar la totalidad del cosmos de acuerdo con su propia forma. Las criaturas lucharon desesperadamente, convencidas de la rectitud de sus propósitos. Y así conocieron el dolor. Esto, pareció, era algo que el Hacedor de Estrellas no había experimentado ni concebido jamás. Asombrado, con un sorprendido interés, y (creí) con una satisfacción casi diabólica, observó las penas y sufrimientos de las primeras criaturas vivientes, hasta que las guerras y los crímenes hicieron de este cosmos un caos.

Desde entonces el Hacedor de Estrellas no olvidó nunca que sus criaturas eran capaces de una vida propia. Me pareció, sin embargo, que algunas de sus primeras experiencias en el campo de la creación vital fueron curiosamente deformes, y que a veces, aparentemente disgustado con el mundo biológico, volvía durante un tiempo a las fantasías meramente físicas.

Solo puedo describir brevemente las miríadas de primeras creaciones. Baste decir que brotaron una tras otra de la imaginación aún infantil, aunque divina, como burbujas brillantes pero triviales, de animado color, con toda clase de sutilezas físicas, amores y odios líricos y a menudo trágicos, y los anhelos, aspiraciones y empresas comunes de las primeras creaciones conscientes y experimentales del Hacedor de Estrellas.

Muchos de estos primeros universos no nacieron en el espacio, aunque no fueron por eso menos físicos. Y de estos, no pocos pertenecieron al tipo "musical". En ellos el espacio estaba curiosamente representado por una dimensión que correspondía al tono musical, con muy variadas diferencias tonales. Estas criaturas se aparecían unas a otras como figuras y ritmos complejos de caracteres de tono. Movían sus cuerpos en una dimensión musical y a veces en otras dimensiones inconcebibles para el hombre. El cuerpo de la criatura era una figura tonal aproximadamente constante, con grados de flexibilidad y capacidad de cambio similares de algún modo a los del cuerpo humano. Atravesaban también otros cuerpos vivientes en la dimensión del tono como se entrecruzan las ondas de un lago. Pero aunque estos cuerpos eran capaces de deslizarse a través de otros, podían alterar y aun dañar los tejidos tonales de los demás. Algunos en verdad vivían devorando a sus semejantes, pues los más complejos necesitaban integrar a sus propias estructuras vitales las estructuras más simples que fluían directamente del poder creador del Hacedor de Estrellas. Las criaturas inteligentes manejaban así para sus propios fines elementos arrancados al ambiente tonal fijo, construyendo artefactos de estructura tonal. Algunos de estos artefactos servían como herramientas para una más eficiente consecución de las actividades "agrícolas", que aumentaban los recursos de alimentos naturales. Estos universos fuera del espacio, aunque incomparablemente más simples y más reducidos que nuestro propio cosmos, eran bastante ricos como para producir sociedades capaces no solo de desarrollar una "agricultura" sino también una "industria", y aun un arte puro que combinaba las características de la canción, la poesía y la danza. La filosofía, de un tipo que podríamos llamar pitagórico, apareció por vez primera en un cosmos de esta especie "musical".


En casi todas las obras del Hacedor de Estrellas, tal como se me aparecieron en aquel sueño, el tiempo era un atributo más fundamental que el espacio. Aunque en algunas de las primeras creaciones el Hacedor excluyó el tiempo, contentándose con corporizar una idea estática, pronto abandonó este plan, demasiado estrecho. Excluía, además, la posibilidad de vida física y mental, y solo podía interesarle como una primera etapa.


El espacio, advertí en mi sueño, apareció al principio como desarrollo de una dimensión ajena en uno de los cosmos "musicales". Las criaturas tonales de este cosmos no solo podían moverse hacia "arriba" y hacia "abajo" en la escala sino también hacia los "lados". En la música humana ciertos temas particulares parecen acercarse o retroceder de acuerdo con variaciones de altura y timbre. De un modo bastante similar las criaturas de este cosmos "musical" se acercaban unas a otras, o se alejaban unas de otras, hasta que al fin eran inaudibles. Cuando se movían a los "lados" atravesaban ambientes tonales que cambiaban incesantemente. En un cosmos ulterior este movimiento de las criaturas se transformó en una verdadera experiencia del espacio.


El espacio alcanzó en creaciones subsiguientes caracteres de varias dimensiones, euclidianas y no euclidianas, muestras de una gran diversidad de principios geométricos y físicos. A veces el tiempo, o el espacio-tiempo, fue la realidad fundamental del cosmos, y las entidades no se manifestaban sino como manifestaciones fugaces del mismo, pero más a menudo los acontecimientos fundamentales eran cualitativos, y se relacionaban en un orden espacio-temporal. En algunos casos el sistema de relaciones de espacio era infinito; en otros finito aunque limitado. La extensión finita del espacio era también a veces una magnitud constante en relación con los constituyentes atómicos materiales del cosmos. En otras ocasiones, como en nuestro propio cosmos, el espacio se manifestaba "en expansión", o se "contraía", de modo que este cosmos, donde abundaban a veces las comunidades inteligentes, terminaba en una colisión y congestión de todas sus partes, que coincidían al fin y se desvanecían en un punto sin dimensión.


En algunas creaciones la expansión y el reposo ultimo eran seguidos por una contracción y actividades físicas enteramente nuevas. A veces, por ejemplo, la antigravedad reemplazaba a la gravedad. Todas las acumulaciones mayores de materia tendían a estallar, y las más pequeñas a apartarse unas de otras. En uno de estos cosmos hubo una reversión de la ley de la entropía. La energía, en vez de extenderse gradual y uniformemente por el cosmos, se acumuló a sí misma en las ultimas unidades de materia. Llegué a sospechar que nuestro propio cosmos continuaba en un cosmos invertido de esta especie, y donde, por supuesto, la naturaleza de los seres vivientes era totalmente ajena a las concepciones del hombre. Pero esto es una digresión, pues los universos que describo ahora eran mucho más simples y muy anteriores.

Muchos universos eran físicamente un fluido continuo donde nadaban las criaturas sólidas. Otros estaban construidos como series de esferas concéntricas, pobladas por diversos órdenes de criaturas, y algunos de estos universos primeros eran casi astronómicos: un vacío rociado con diminutos centros de energía. A veces el Hacedor de Estrellas creaba un cosmos que carecía de naturaleza física simple y objetiva. Las criaturas de este cosmos no influían unas en otras, pero estimuladas directamente por el Hacedor de Estrellas concebían separadamente un
mundo físico ilusorio pero útil, poblado de elementos imaginarios. El genio matemático del Hacedor relacionaba entre sí estos mundos subjetivos de un modo perfectamente sistemático.


No diré mas de la inmensa diversidad de formas físicas que asumieron las primeras creaciones, según las vi en mi sueño. Mencionaré solamente que cada cosmos era en general más complejo, y en cierto sentido más voluminoso, que el anterior. En verdad, en cada uno de ellos las unidades físicas ultimas eran más pequeñas en relación con el todo, y más multitudinarias. En cada uno de ellos, también, las criaturas individuales conscientes eran más numerosas, y de tipos más diversos, y las más despiertas de estas criaturas alcanzaban una mentalidad más lúcida que cualquier otra criatura de un cosmos previo.


Biológica y psicológicamente las primeras creaciones fueron muy distintas entre sí. La evolución biológica fue en ciertos casos como la que nosotros conocemos. Una pequeña minoría de especies ascendía precariamente hacia una mayor individualización y una mayor claridad mental. En otras creaciones de especies biológicamente fijas, el progreso, sí lo había, era solo cultural. Había también unas pocas y sorprendentes creaciones donde la primera de las etapas cósmicas era la más lúcida y el Hacedor de Estrellas asistía luego serenamente a la decadencia de esta conciencia.

En ciertas ocasiones un cosmos nacía como un organismo simple y primario en un ambiente interno e inorgánico. El organismo se propagaba luego por fisión en un creciente número de criaturas cada vez más pequeñas y cada vez mas despiertas. En algunos de estos universos la evolución continuaba hasta que las criaturas llegaban a ser demasiado pequeñas y no podían albergar la compleja estructura orgánica necesaria para el desarrollo de una inteligencia. El Hacedor de Estrellas asistía así a la lucha desesperada de sociedades cósmicas que trataban de detener la fatal degeneración de la raza.


La realización ultima del cosmos era en algunas creaciones un caos de sociedades mutuamente ininteligibles, dedicada cada una de ellas a un modo del espíritu, y hostil a todos los otros. El clímax era una única sociedad utópica de mentes distintas, o una única y compleja mente cósmica. El Hacedor de Estrellas se complacía en determinadas ocasiones ordenando que cada criatura fuese la expresión determinada e inevitable del ambiente. En otras creaciones los individuos gozaba del poder de la elección arbitraria, y algo de la propia creatividad del Hacedor. Así me pareció en mi sueño. pero aún entonces pensé que para algún observador más sutil ambas especies aparecían como determinadas, y a la vez como espontáneas y creadoras.


En general, el Hacedor de Estrellas, una vez que determinaba los principios básicos, deun cosmos y creaba la etapa inicial, se contentaba con ser testigo de los acontecimientos ulteriores; pero a veces decidía intervenir, ya infringiendo las leyes naturales que el mismo había establecido, ya influyendo en las mentes de las criaturas mediante la revelación directa. Esto, de acuerdo con mi sueño, tenía como objetivo a veces mejorar un plan cósmico, pero más a menudo la interferencia estaba ya prevista en el plan original.


Algunas creaciones del Hacedor de Estrellas eran grupos de muchos universos unidos entre sí, sistemas completamente distintos de muy diferentes tipos, y que vivían sucesivamente en un universo tras otro, asumiendo en cada uno de los ambientes una forma física indígena, aunque llevando con ellos en esa transmigración recuerdos débiles y confusos de las existencias anteriores. Este principio de transmigración era a veces empleado de otro modo. Creaciones semejantes que no estaban ligadas sistemáticamente podían contener criaturas que percibían mentalmente ecos vagos aunque también obsesivos de las experiencias o temperamentos de algún otro cosmos opuesto.


Una característica muy dramática aparecía en un cosmos tras otro. Mencioné antes que (en mi sueño) el inmaturo Hacedor de Estrellas parecía haber reaccionado ante el trágico fracaso de su primer experimento biológico con una suerte de alegría diabólica. En muchas creaciones subsiguientes parecía también que se le dividiese la mente. Cada vez que una potencialidad insospechada de la sustancia que había objetivado y sacado de las honduras del inconsciente perturbaba de algún modo su plan creador consciente, el Hacedor parecía sentir no solo frustración sino también una satisfacción sorprendida, como si hubiese satisfecho inesperadamente un apetito que no había reconocido hasta ese entonces.


Esta dualidad mental dio a luz con el tiempo un nuevo modo de crear. Hubo una vez, en el desarrollo del Hacedor de Estrellas, tal como me lo representaba en este sueño, en que llegó a disociarse en dos espíritus independientes: el ser esencial, el espíritu que perseguía la creación positiva de formas espirituales y vitales y una conciencia mas y más lúcida, y por otra parte un espíritu destructivo, rebelde y cínico, que no podía haber existido sino como parásito de las obras del otro.


Una y otra vez el Hacedor disoció estos dos modos de sí mismo, objetivándolos, como espíritus independientes, y permitiéndoles que luchasen entre ellos por el dominio de un cosmos. Uno de estos cosmos -un eslabón de tres universos- recordaba de algún modo a la ortodoxia cristiana. El primer universo estaba habitado por individuos dotados con diversos grados de sensibilidad, inteligencia e integridad moral. Aquí los dos espíritus se disputaban las almas de las criaturas. El espíritu "bueno" exhortaba, socorría, recompensaba, castigaba: el espíritu "malo" engañaba, tentaba, y destruía moralmente.

En la hora de la muerte las criaturas pasaban a uno o a otro de los dos universos secundarios: un cielo intemporal y un infierno intemporal. Allí experimentaban un instante eterno de extática comprensión y adoración o un tormento extremo de remordimiento.

Cuando el sueño me presentó esa imagen bárbara y vulgar, sentí al principio incredulidad y horror. ¿Cómo era posible que el Hacedor de Estrellas, aun en su inmadurez, condenara a la agonía a sus criaturas por una debilidad que él mismo les había impuesto? ¿Cómo una deidad vengadora podía exigir adoración?


En vano me dije que sin duda mi sueño había falsificado la realidad. Yo estaba convencido de que en este aspecto mi sueño no era falso, y que expresaba por lo menos una verdad simbólica. No obstante, aun ante esta actitud brutal, aun sacudido por la repulsión y el horror, veneré al Hacedor de Estrellas.


Para excusar mi adoración me dije a mí mismo que este terrible misterio escapaba a mi comprensión, y que en el Hacedor de Estrellas aun una crueldad tan obvia debía de tener justificación. Quizás la barbarie había aparecido solo en la inmadurez del Hacedor de Estrellas. Quizá mas tarde, cuando fuese completamente él mismo, la dejaría atrás. Pero no. Yo sabía ya, profundamente, que esta crueldad se manifestaría aun en el ultimo cosmos. ¿Era posible que se me hubiese escapado algún hecho clave que podía explicar este humor vengativo? ¿No era posible que todas las criaturas no fuesen más que ensoñaciones del poder creador, y que al atormentar a sus criaturas el Hacedor de Estrellas se atormentara también a sí mismo en esta aventura en la que intentaba expresarse? Quizá el mismo Hacedor de Estrellas, aunque poderoso, estaba limitado por algunos principios de lógica absoluta, y uno de estos principios era quizá el de la indisoluble unión entre la tradición y el remordimiento en todos los espíritus despiertos a medias. ¿Había aceptado entonces el Hacedor en este extraño cosmos, las ineluctables limitaciones de su arte? ¿No era posible que yo respetara en el Hacedor solo el espíritu "bueno" y no el "malo"? ¿No estaría tratando él de arrancar el mal de sí mismo mediante este recurso de la disociación? Esta ultima explicación me fue sugerida por la rara evolución de aquel cosmos. Los habitantes del primero de los mundos tenían una inteligencia y una integridad moral muy bajas y pronto el infierno estuvo atestado mientras que el cielo permanecía casi vacío.


Pero el Hacedor de Estrellas, en su parte "buena", amaba y compadecía a sus criaturas. El "buen" espíritu decidió por lo tanto entrar en la esfera mundana y redimir a los pecadores con su propio sufrimiento. Y así se pobló el cielo, aunque sin despoblarse por eso el infierno. ¿Adoraba yo entonces, únicamente, el aspecto "bueno" del Hacedor? No. Irracionalmente, pero con convicción, me inclinaba ante los dos aspectos de aquella dual naturaleza: el "bien" y el "mal", la gentileza y el terror, lo humanamente ideal y lo incomprensiblemente inhumano. Como un amante ciego que niega o excusa los defectos flagrantes de su amada, yo trataba de paliar la inhumanidad del Hacedor de Estrellas, glorificándola positivamente al mismo tiempo. ¿Había entonces algo cruel en mi propia naturaleza? ¿O mi corazón reconocía vagamente que el amor, la suprema virtud en las criaturas, no era un valor absoluto en el creador?

Este tremendo e insoluble problema se me presentó una y otra vez en el curso de mi sueño. Hubo por ejemplo una creación en la que se permitió que los dos espíritus lucharan de un modo nuevo y más sutil. En su primera etapa este cosmos manifestó sólo caracteres físicos, pero el Hacedor de Estrellas dispuso que la potencialidad vital se expresara allí gradualmente en distintas especies de criaturas que emergían generación tras generación desde el plano puramente físico hacia la inteligencia y la lucidez espiritual.


En este cosmos el Hacedor permitió que los dos espíritus, el "bueno" y el "malo", compitieran aun en la creación misma de las especies.

En las primeras y prolongadas edades los espíritus lucharon tratando de modificar la evolución de innumerables especies. El espíritu "bueno" se empeñó en producir criaturas mas organizadas, más individuales, mas delicadamente relacionadas con el ambiente, más aptas para la acción, dotadas de una conciencia más vívida y comprensiva del mundo, de sí mismas y de los otros. El espíritu "malvado" trató por su parte de obstaculizar esta empresa.


Los órganos y tejidos de todas las especies manifestaron en su estructura el conflicto de los dos espíritus. A veces el espíritu "malo" lograba incorporar a una criatura algunas características aparentemente poco importantes, pero insidiosas, como una habilidad especial para albergar parásitos, alguna debilidad de la maquinaria digestiva, alguna inestabilidad de la organización nerviosa. En otros casos este espíritu "malo" equipaba a una especie inferior con armas especiales capaces de destruir a los pioneros de la evolución, logrando que éstos sucumbieran ya a una enfermedad nueva, o a las plagas o microbios de este cosmos particular, ya a la brutalidad de otros seres de la propia especie.


El espíritu malvado empleaba a veces un plan aún más ingenioso y efectivo. Cuando el espíritu "bueno" descubría algo promisorio, y había provocado en las especies favorecidas la aparición de una estructura orgánica nueva, o alguna nueva costumbre adecuada, el espíritu malvado trataba de que la evolución continuase mas allá de las necesidades reales de la criatura. Los dientes se hacían tan largos que era extremadamente difícil comer, los cuernos tan curvos que presionaban el cerebro, el impulso individualista tan imperioso que destruía la sociedad, o el impulso social tan obsesivo que aplastaba la individualidad.


Así en un mundo tras otro de este cosmos, mucho más complejo que todos los anteriores, casi todas las especies llegaban tarde o temprano a encontrarse en dificultades. Pero en ciertos de estos mundos una de las especies alcanzaba el nivel humano de inteligencia y de sensibilidad espiritual. Una combinación semejante de poderes debieran de haber bastado para levantar una defensa contra cualquier posible ataque. Pero el espíritu "malo" lograba siempre pervertir muy hábilmente tanto esta inteligencia como esta sensibilidad espiritual. Pues aunque por su misma naturaleza estas cualidades eran complementarias, no era imposible ponerlas en conflicto, exagerándolas, por ejemplo, hasta que se convirtieran en algo tan letal como los cuernos y dientes extravagantes de las primeras especies. De este modo la inteligencia, que llevaba por una parte al dominio de la fuerza física, y por otra a la sutileza intelectual, podía ser causa de desastre divorciada de la sensibilidad espiritual. El dominio de la fuerza física provocaba a menudo una manía de poder, y la disección de la sociedad en dos clases antagónicas, la de los poderosos y la de los oprimidos. La sutileza intelectual podía producir de un modo semejante una manía por el análisis, y la consiguiente ceguera a todo lo que no perteneciese al orden del intelecto. La sensibilidad misma, apartada de toda critica intelectual y de los reclamos de la vida cotidiana, se perdía en sueños.







2. CREACION MADURA

De acuerdo con el mito que concibió mi mente cuando el momento supremo de mi experiencia cósmica quedó atrás, el Hacedor de Estrellas entró al fin en un estado de extática meditación, operándose en su propia naturaleza un cambio revolucionario. Así al menos me pareció de acuerdo con las transformaciones que advertí en su actividad creadora.

Luego de haber revisado con nuevos ojos todas sus obras tempranas, desechándolas, así me pareció, con respeto e impaciencia a la vez, el Hacedor de Estrellas descubrió en sí mismo una nueva y fértil creación. El cosmos que creó entonces es el que contiene al lector y al redactor de este libro. El Hacedor recurrió en esta tarea, aunque con un arte más perfecto, a muchos de los principios que había utilizado ya en sus primeras creaciones, entretejiéndolos para formar una unidad más espaciosa y más sutil que las otras.

Me pareció, en mi fantasía, que el Hacedor intentaba esta nueva empresa con una disposición distinta. Los cosmos anteriores parecían haber sido formados con la voluntad consciente de corporizar ciertos principios, físicos, biológicos, psicológicos. Como se dijo antes, muy a menudo se producía un conflicto entre el propósito intelectual del Hacedor y la materia prima que había evocado desde las profundidades oscuras de su propio ser para formar a sus criaturas. Esta vez, sin embargo, manejó con mayor sensibilidad los medios de su creación. El “material” espiritual que había objetivado sacándolo de sus propias honduras ocultas fue adaptado a sus propósitos aún en esbozo con una inteligencia más atenta, con mas respeto por la naturaleza y la potencialidad del "material", y más desprendido de las demandas extravagantes del mismo. Hablar así del espíritu creador universal es casi infantilmente antropomórfico. Pues la vida de un espíritu semejante, si en este caso puede hablarse de vida, tiene que ser completamente inconcebible para el hombre. No obstante, y ya que este simbolismo infantil se me impone de algún modo, lo registro aquí pensando a la vez que contiene probablemente algún reflejo de la verdad, aun distorsionado.

En esta nueva creación apareció una rara discrepancia entre el tiempo propio del Hacedor de Estrellas y el tiempo propio del cosmos. Hasta ese momento, aunque el Hacedor podía desprenderse a sí mismo del tiempo cósmico cuando la historia cósmica se había completado a sí misma, y observar así todas las edades cósmicas como presentes, no había podido crear las últimas fases de un cosmos antes de haber creado
las anteriores. En esta nueva creación no se encontraba limitado de este modo. Por este motivo, aunque este cosmos era el mío, pude observarlo desde un sorprendente punto de vista.


No se me apareció como una familiar secuencia de acontecimientos históricos, que comenzaban con una primera explosión física y terminaban luego en la muerte. Observe este cosmos no desde dentro del flujo cósmico sino de un modo completamente distinto. Asistí a las modificaciones del cosmos desde el tiempo propio del Hacedor de Estrellas, y la secuencia de los actos creadores del Hacedor era, advertí, muy distinta de la secuencia de los acontecimientos históricos.


En un principio el Hacedor de Estrellas concibió en las profundidades de su propio ser algo que no era ni mental ni material, sino de abundante potencialidad, pleno de sugestiones y estímulos para la imaginación creadora. El Hacedor meditó largo tiempo sobre esta delicada sustancia: un medio en el que la unidad y la multiplicidad dependían muy sutilmente una de otra, en el que todas las partes y todos los caracteres invadían las otras partes y caracteres y eran invadidos por ellos, en el que todas las cosas parecían tener influencia en todas las otras cosas. Sin embargo, la totalidad no era mas que la suma de todas las partes, y cada parte un determinante del todo. Era una sustancia cósmica en la que todo espíritu individual debía ser, misteriosamente, a la vez un ser absoluto y una mera ficción del todo.


El Hacedor de Estrellas dio a este medio extremadamente sutil la forma general de un cosmos, con un espacio-tiempo aún indeterminado y ajeno a la geometría: una entidad física amorfa sin cualidades o direcciones, sin intrincadas leyes físicas; una tensión vital mas distintamente concebida y una épica aventura de la mente, un clímax sorprendentemente definido y una cima de lucidez espiritual. Esto ultimo, aunque ocupaba en el tiempo cósmico una posición que podríamos llamar tardía, fue diseñado con cierta precisión en la secuencia del trabajo creador antes que ningún otro factor del cosmos. Y me pareció que esto era así porque la sustancia inicial había manifestado claramente su propia capacidad para adquirir esta forma espiritual. Por este mismo motivo el Hacedor de Estrellas no presto atención en un principio a las minucias físicas de su obra, descuidando asimismo las primeras etapas de la historia cósmica, y dedicándose casi exclusivamente a modelar el clímax espiritual de la criatura.


Sólo luego de haber construido en su interior la fase indiscutiblemente más despierta del espíritu cósmico, esbozó el Hacedor las variadas tendencias psicológicas que conducirían a ese espíritu en el tiempo cosmológico. Solo luego de haber dibujado los increíblemente diversos temas del crecimiento mental presto el Hacedor verdadera atención al trazado de las evoluciones biológicas y a la complejidad física y geométrica más capaces de evocar las sutiles potencialidades del espíritu cósmico aun apenas desbastado.

Pero, mientras ordenaba las formas geométricas, volvía también de cuando en cuando a modificar y elucidar el clímax espiritual. Solo cuando casi había completado las formas físicas y geométricas del cosmos logró dar al clímax espiritual una individualidad plena y concreta. Mientras el Hacedor de Estrellas trabajaba aún en los detalles de las vidas individuales, innumerables e inquietas, de la fortuna de los hombres, de los ictioideos, de los aracnoides y el resto, me convencí de que la actitud del Hacedor hacia sus criaturas era muy distinta de las que yo había conocido en todos los otros cosmos. Pues el Hacedor no se mostraba ahora ni frío con ellas ni simplemente enamorado de ellas. Las amaba aún, por cierto, pero había dejado atrás, aparentemente, todo deseo de salvarlas de las consecuencias de la finitud y del cruel impacto del ambiente. Las amaba sin piedad. Pues sabía ahora que la finitud, las particularidades mínimas, el torturado equilibrio entre la torpeza y la lucidez eran precisamente la virtud distintiva de estas criaturas, y que evitarles todo esto era aniquilarlas. Cuando hubo dado los últimos toques a todas las edades cósmicas desde el momento supremo y luego hacia atrás hasta la explosión inicial, y luego hacia adelante hasta la muerte ultima, el Hacedor de Estrellas contempló su obra. Y vio que era buena. Mientras el Hacedor, amorosa, pero críticamente, revisaba nuestro cosmos en toda su infinita diversidad y en su breve momento de lucidez, sentí que él sentía de pronto una honda reverencia por la criatura que había hecho, o que había sacado de su propia y secreta profundidad por una suerte de autopartería divina. El Hacedor de Estrellas sabía que esta criatura, aunque imperfecta, aunque una mera criatura, una mera ensoñación de su propio poder creador, era de algún modo más real que él mismo. ¿Pues que era él sino una mera potencia abstracta de creación comparado con este resplandor concreto? Además, y en otro sentido, esta criatura que él había hecho era su maestro, su superior. Pues mientras contemplaba con alegría y también con angustia la más sutil y más hermosa de sus obras, sintió un impacto, se sintió él mismo transformado, con una voluntad más clara y más profunda. Mientras examinaba las virtudes y las debilidades de esta criatura, sintió que su propia percepción y su propio arte maduraban en él. Así al menos se presentó a mi mente confundida y estupefacta.


De esta manera, poco a poco, llegó un tiempo, como tantas veces antes, en que el Hacedor de Estrellas dejó atrás a su criatura. Poco a poco se sintió alejado de la hermosura de esa criatura que amaba aún. Luego, aparentemente con un conflicto de reverencia e impaciencia, puso a nuestro cosmos en su lugar entre las otras obras.


Una vez mas el Hacedor de Estrellas cayó en una profunda meditación. Una vez mas se sintió poseído por la urgencia creadora. De las muchas creaciones que siguieron me veo obligado a no decir casi nada, pues en muchos aspectos eran para mis incomprensibles. Yo no podía tener ningún conocimiento de ellas, excepto en tanto contenían -además de muchos elementos inconcebibles- ciertas características que eran la corporización fantástica de algún principio que yo había encontrado antes. Las novedades más vitales se me escapaban, pues, siempre. Puedo decir, por supuesto, de todas estas creaciones, como de nuestro propio cosmos, que eran inmensamente vastas, inmensamente sutiles, y que por alguna razón todas tenían un aspecto físico y un aspecto mental; pero en muchas de ellas lo físico, aunque crucial para el crecimiento del espíritu, era mas transparente, mas patentemente fantasmal que en nuestro propio cosmos. En algunos casos esto era igualmente cierto para lo mental, pues esos seres se confundían menos con la opacidad de los procesos mentales individuales, y parecían más sensibles a la unidad básica.


Puedo decir también que en todas estas creaciones la meta que deseaba alcanzar el Hacedor de Estrellas (o así me pareció) era la riqueza, la delicadeza, la hondura y la armonía de ser. Pero me es difícil explicar el significado íntimo de estas palabras. Sentía yo que en algunos casos, como en nuestro propio cosmos, el Hacedor perseguía este fin por medio de un proceso evolutivo que concluía en una mente cósmica despierta, una mente que anhelaba traer a su conciencia todos los bienes de la existencia cósmica, y acrecentar estos bienes mediante la acción creativa. Pero en muchos casos esta meta era alcanzada con una economía de esfuerzos incomparablemente mayor y con mucho menos sufrimiento, sin ese peso muerto de vidas ineficaces, consumidas en vano que es tan doloroso para nosotros. Sin embargo, en otras creaciones, el sufrimiento parecía tan hondo y extendido como en nuestro propio universo.

El Hacedor de Estrellas concibió en su madurez muchas formas raras de tiempo. Algunas de las ultimas creaciones, por ejemplo, fueron diseñadas con dos o más dimensiones temporales, y las vidas de las criaturas eran secuencias de tiempo en una u otra dimensión del "área" o "volumen" temporal. Estos seres experimentaban su cosmos de un modo muy curioso. Mientras vivían durante un breve período en una dimensión, percibían continua y simultáneamente una imagen -aunque fragmentaria y oscura- de toda una evolución cósmica -"transversal" en otra dimensión. En algunos casos la criatura tenía una vida activa en todas la dimensiones temporales del cosmos. El artificio divino que ordenaba la totalidad del "volumen" temporal, de tal modo que los infinitos actos espontáneos de las distintas criaturas se unían para producir un sistema coherente de evoluciones transversales, sobrepasaba notablemente el ingenio que había establecido en las primeras experiencias una "armonía preestablecida".


En otras creaciones la criatura tenía solo una vida, pero era ésta una "línea zigzagueante", que pasaba de una dimensión temporal a otra de acuerdo con la cualidad de las elecciones de la misma criatura. Las elecciones morales o fuertes llevaban a una dirección temporal, las elecciones inmorales o débiles a otra. En un cosmos inconcebiblemente complejo, cada vez que una criatura se encontraba ante varios posibles cursos de acción, los tomaba todos, creando así muchas dimensiones temporales distintas y muchas historias del cosmos. Como en cada una de las secuencias evolutivas del cosmos había numerosas criaturas, y cada una de ellas se enfrentaba constantemente con muchos cursos posibles, y las combinaciones de estos cursos eran innumerables, de todos los momentos de todas las secuencias temporales de este cosmos nacía una infinitud de universos distintos.


Había otras creaciones donde los individuos tenían una percepción sensoria de todo el cosmos físico desde muchos puntos de vista en el espacio, o aun desde todos los posibles puntos de vista. En este caso, por supuesto, la percepción de cada una de las mentes era idéntica en cuanto al alcance en el espacio, pero variaba de mente en mente en cuanto a penetración o comprensión. Esto dependía del calibre mental y de la disposición de las mentes particulares. A veces estos seres no solo tenían una percepción omnipresente sino también una volición omnipresente. Podían actuar así en todas las regiones del espacio, aunque con precisión y vigor distintos de acuerdo con el nivel mental. En cierto modo eran espíritus desencarnados, que luchaban en el cosmos físico como jugadores de ajedrez, o como dioses griegos en los campos de Troya.


Otras creaciones tenían un aspecto físico pero sin relación con el universo físico sistemático y familiar. La experiencia física de estos seres estaba enteramente determinada por los mutuos impactos de unos contra otros. Cada uno inundaba a sus semejantes con "imágenes" sensorias, y la cualidad y la secuencia de estas "imágenes" dependían de las leyes psicológicas de los impactos mentales. En otras creaciones los procesos de percepción, memoria, inteligencia y aun deseo y sensibilidad eran tan distintos de los nuestros que podían entenderse realmente como una mentalidad de otro orden. De estas mentes, aunque creí percibir unos ecos remotos, nada puedo decir.


No obstante, aunque soy incapaz de describir los extraños modos físicos de estos seres, puedo hablar aquí de un hecho muy sorprendente. Aunque las fibras mentales básicas y las formas en que estas fibras se entretejían fuesen para mi incomprensibles, había algo en estas criaturas que no se me escapaba. Eran seres con vidas muy extrañas, pero que pertenecían a mi especie. Pues todas estas criaturas cósmicas, mas dotadas que yo, enfrentaban constantemente la existencia como yo trato aún de aprender a enfrentarla. Aun en el dolor y en la pena, aun en la lucha moral y en la compasión al rojo vivo, aceptaban con alegría las vicisitudes del destino. Quizá el hecho más sorprendente y alentador de toda mi experiencia cósmica e hipercósmica fue este sentido de relación y de comprensión mutua que encontré entre los seres más ajenos a la experiencia espiritual pura. Pero yo pronto iba a descubrir que en este sentido no había visto todavía todo.




3. EL COSMOS ÚLTIMO Y EL ESPÍRITU ETERNO


En vano mi fatigada, mi torturada atención trataba de seguir las creaciones cada vez más sutiles concebidas por el Hacedor de Estrellas, de acuerdo con mí sueno. Cosmos tras cosmos salieron de esta imaginación ferviente, cada uno de ellos con un espíritu distinto infinitamente diversificado, cada uno de ellos con un momento de plenitud mas despierto, pero cada uno de ellos, también, menos comprensible para mí. Al fin (así me informó mi sueño, mi mito) el Hacedor de Estrellas creó el cosmos ultimo y más sutil. De esta criatura final solo puedo decir que comprendió en su propia textura orgánica las esencias de todos sus predecesores, que no eran mas que primeras pruebas, y muchos otros mas. Fue como el ultimo movimiento de una sinfonía, que puede abarcar, por la significación de sus temas, la esencia de los primeros movimientos, y muchos otros mas.

Esta metáfora extravagante no alcanza a expresar la sutileza y complejidad del cosmos ultimo. Me sentí forzado gradualmente a creer que la relación de este cosmos con cada uno de los anteriores se parecía a la de nuestro propio cosmos con la de un ser humano, o un solo átomo físico. Todos los cosmos que yo había observado hasta entonces no me parecían ahora sino un ejemplo de una clase compuesta por miríadas de individuos, como una especie biológica, o la clase de todos los átomos de un elemento. La vida interna de cada cosmos "atómico" tenía aparentemente la misma suerte de relación (y la misma suerte de falta de relación) con la vida del cosmos ultimo que esos acontecimientos que ocurren en el interior de una célula cerebral, o en uno de sus átomos, con la vida de una mente humana. Sin embargo, y a pesar de esta discrepancia enorme, creí sentir en toda esta vertiginosa jerarquía de creaciones una sorprendente identidad de espíritu. En este acto final la meta era unir la comunidad a la mente creadora y lúcida. Traté una y otra vez, de que mi debilitada inteligencia capturase algo de la forma del cosmos ultimo. Con admiración, y protestando también, vislumbré de cuando en cuando las sutilezas finales del mundo, la carne y el espíritu, y de la comunidad de seres más individuales y diferentes, que despertaban a un pleno conocimiento de sí mismos y a la comprensión mutua. Pero mientras yo trataba de escuchar mas íntimamente esa música de espíritus concretos en mundos innumerables, recogí ecos no solo de alegrías inexpresables sino también de inconsolables tristezas. Algunos de estos seres últimos no solo sufrían, sino que además sufrían en la oscuridad. Pues sus poderes de discernimiento eran estériles. No eran capaces de alcanzar la visión pura. Sufrían como los seres inferiores no habían sufrido nunca. Una intensidad semejante de duras experiencias era insoportable para mí, frágil espíritu de un mundo bajo. En una agonía de horror y de piedad cerré los oídos de mi mente. Grité otra vez en mi pequeñez contra el Hacedor, grité que ninguna gloria de lo eterno y lo absoluto podía redimir una agonía semejante en las criaturas. Aunque esa miseria que yo había vislumbrado no fuese mas que unas pocas franjas oscuras tejidas en un dorado tapiz, y todo el resto fuese beatitud, no debiera existir, no, grité, no debiera existir una tal desolación de espíritus despiertos.


¿Por que diabólica malicia, pregunté, no solo se torturaba a estos espíritus sino que se los privaba también de la consolación suprema, el éxtasis de la contemplación y alabanza que merecen por derecho propio todos los espíritus plenamente despiertos? Había habido un tiempo en que yo mismo, como mente comunal de un cosmos inferior, había contemplado la frustración y la pena de mis pequeños miembros con ecuanimidad, consciente de que el sufrimiento de estas criaturas somnolientas no era un precio demasiado grande para alcanzar la realización de la lucidez, tarea en la que yo también colaboraba. Pero los seres sufrientes de este cosmos ultimo, aunque pocos comparados con el número de seres felices, eran, me pareció, de mi propia estatura mental y cósmica, y no esas frágiles y sombrías criaturas que habían contribuido con sus grises vicisitudes a mi propia aparición. Y esto yo no podía soportarlo.

Sin embargo, oscuramente, yo entendía que el ultimo cosmos era hermoso, y de forma perfecta, y que todas sus frustraciones y agonías, aunque crueles para el ser sufriente, conducían finalmente sin desviaciones a la acrecentada lucidez del mismo espíritu cósmico. En este sentido, al menos, ninguna tragedia individual era vana. Pero esto nada significaba para mí. Como a través de lágrimas de compasión y ardiente protesta, me pareció ver que el espíritu del cosmos ultimo y perfeccionado enfrentaba a su hacedor. En ese mismo cosmos, me pareció, la alabanza dominaba la compasión y la indignación. Y el Hacedor de Estrellas, ese poder oscuro y esa lúcida inteligencia, descubrió en la belleza concreta de su criatura la realización del deseo. Y en la mutua alegría del Hacedor de Estrellas y el cosmos ultimo fue concebido, del modo más extraño, el espíritu absoluto, el que comprende todos los seres y en el que están presentes todos los tiempos; pues el espíritu que fue consecuencia de esta unión se presentó a mi inteligencia vacilante como siendo a la vez el campo y la salida de todas las cosas temporales y finitas.
 

Pero para mí esta perfección mística y remota no significaba nada. Yo sentía piedad por aquellos seres últimos y torturados, sentía vergüenza y furia, y desprecié mi derecho al éxtasis ante aquella perfección inhumana; y deseé volver a mi cosmos inferior, a mi propio mundo, humano y torpe, y a unirme con mi propia especie semianimal contra los poderes de las tinieblas, si, y contra ese tirano invencible, despiadado, indiferente, cuyos pensamientos eran mundos sensibles y torturados.

Luego, junto con esta actitud de desafío, mientras cerraba de un portazo y echaba llave a la celdita oscura de mi ser separado, la presión de una luz irresistible aplastó y derribó mis muros hacia adentro, y mi visión desnuda ardió una vez más en una lucidez insoportable. ¿Una vez más? No. Yo solo había vuelto en mi sueño interpretativo al mismo momento de iluminación, cerrada por la ceguera, en que yo había tendido las alas para ir al encuentro del Hacedor y había sido derribado por una luz terrible. Pero ahora entendía más claramente lo que me había abrumado.


Yo me había enfrentado realmente con el Hacedor de Estrellas, pero el Hacedor de Estrellas era ahora para mí más que el espíritu creador y por lo tanto finito. Se me aparecía ahora como el espíritu perfecto y eterno que comprende todas las cosas y todos los tiempos, y que contempla fuera del tiempo las multitudes infinitamente diversas que él mismo encierra. La iluminación que me inundó y me golpeó y me obligo a una ciega adoración fue un centelleo (o así me pareció) de la experiencia absoluta del espíritu eterno. Con angustia y horror, y no obstante también con aceptación, y aun con alabanza, sentí o creí sentir algo de los modos del espíritu eterno tal como él aprehende en una visión intuitiva e intemporal todas nuestras vidas. Aquí no había piedad, ninguna propuesta de salvación, ninguna ayuda bondadosa. O quizá no había sino piedad y amor, pero dominados por un éxtasis helado. Nuestras vidas rotas, nuestros amores, nuestras locuras, nuestras traiciones, nuestras justificaciones, eran aquí diseccionadas serenamente, tasadas y clasificadas.

Es cierto que eran vividas con completa comprensión, con discernimiento y simpatía, aun con pasión. Pero en los modos del espíritu eterno no era la simpatía lo más importante, sino la contemplación. El amor no era absoluto, si la contemplación. Y aunque en los modos del espíritu había amor, había también odio, y el espíritu se deleitaba cruelmente en la contemplación del horror, y se complacía con la caída de los virtuosos.


El espíritu, creí ver, comprendía todas las pasiones, pero dominadas, fríamente encerradas en el éxtasis de la contemplación, cristalino, claro, helado. Es difícil admitir que éste sea el resultado final de todas nuestras vidas, esta apreciación que podría llamarse científica, o mejor aún estética. Y sin embargo yo adoré.


Pero esto no fue lo peor. Pues al decir que el espíritu era ante todo contemplación, le atribuía yo una experiencia humana finita, y una emoción, consolándome así a mí mismo, aunque éste fuese un triste consuelo. Pero, en verdad, el espíritu eterno era inefable. Nada realmente se podía decir de él. Aun llamarlo "espíritu" era quizá decir demasiado. No obstante, negarle tal nombre no sería un error menos grave, pues, de un modo o de otro, era más y no menos que espíritu, más y no menos que cualquier posible interpretación humana de esa palabra. Y desde el nivel humano, y aun desde el nivel de la mente cósmica, este "más", oscura y agónicamente vislumbrado, era un terrible misterio, un misterio que obligaba a la adoración.




(...)

 
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