Hay quien no aguanta a Javier Marías—yo, en cambio, disintiendo a menudo con el columnista, disfruto con el novelista, con sus análisis minuciosos de las impresiones e interpretaciones, y con sus reflexiones sobre cómo vivimos las cosas, y cómo las recordamos. En la narración, y en la memoria: lo que llama la negra espalda del tiempo. De sus reflexiones sobre la retrospección, y cómo nos condiciona la manera en que vivimos por anticipado nuestra vida, o nuestro personaje, ya apunté algo a cuenta de su novela Tu rostro mañana—es lo que ahí llamaba el pánico narrativo. Ahora me estoy leyendo Los enamoramientos, infinitamente más recomendable que Crazy Stupid Love. Y allí vuelve a atacar la temática retrospectiva, a cuenta de un personaje que fue inesperadamente asesinado—claro que pocas veces alguien es esperadamente asesinado, aunque casos hay. La muerte atroz, o todo final atroz, proyecta una sombra retroactiva sobre toda la vida de aquél a quien no es que le esperase esa muerte entonces, pero ahora sí, ahora ya le esperaba.
Toda muerte marca la vida previa, pero la muerte inesperada, o
chocante, lo hace más. Quizá por esta fatalidad retroactiva del destino
trágico es por lo que decía Sófocles, al final de Edipo Rey, "no llaméis a un hombre
feliz hasta que haya llegado el día de su muerte."
Es injusto, como piensa la narradora, la Joven Prudente. Deberíamos poder retroceder imaginativamente a la vida que no fue envenenada por el final que llegó—muerte o desastre, o divorcio, o riña, o golpe del destino, y rescatar el tiempo que entonces era inocente, sobre el que no se proyectaba la negra sombra retroactiva de la catástrofe. A veces lo hacemos, podemos hacerlo un poco, pero poquito, está obligado a vivir ese tiempo con la compañía indeseable del final que le esperaba.
Para liberar el
tiempo escribió un libro Gary Saul Morson, Narrative and Freedom, y otro
Michael André Bernstein: Foregone
Conclusions: Against Apocalyptic History. Aquí
hablo algo de ellos, y del noble empeño de rescatar los pasados tal
y como fueron entonces, con sus futuros correspondientes—los que no llegarían a ser. Son libros medicinales; alivian la presión retroactiva. Pero también
tengo que reconocer que el tiempo que pasó vive siempre atado,
indisolublemente, al que luego le ha seguido, para bien o para mal. Si
lo pierde de vista un momento, enseguida se le descubre un poco más
allá, mirando desde la sombra, retirado ahí de pie y quizá fumando
mientras observa, con sombrero y abrigo negro, man in the long black coat.
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