En Los enamoramientos, de
Javier Marías, ésta la respuesta que da Díaz-Varela a la narradora,
cuando le pregunta por su amiga Luisa, cómo sigue, unos meses después
de perder súbitamente a su esposo Miguel Deverne. ¿Cómo sigue?
—Pues no bien —respondió por fin—,
y ya me voy preocupando. No es que haya pasado demasiado tiempo, desde
luego, pero no acaba de reaccionar, no avanza un milímetro, no es capaz
de alzar la cabeza ni siquiera fugazmente y mirar a su alrededor y ver
cuánto le queda. Después de la muerte de un marido aún quedan muchas
cosas; a su edad, de hecho, queda otra vida entera. La mayoría de las
viudas salen adelante pronto, sobre todo si son más o menos jóvenes y
además tienen hijos de los que ocuparse. Pero no son sólo los niños,
que en seguida dejan de serlo. Si ella pudiera verse dentro de unos
pocos años, de un año incluso, comprobaría que la imagen de Miguel que
ahora la ronda incesantemente se le difumina cada día que pasa y cuánto
se le ha adelgazado, y que sus nuevos afectos no le permiten acordarse
de él más que de tarde en tarde, con una quietud hoy sorprendente, con
invariable pena pero sin apenas desasosiego. Porque tendrá nuevos
afectos y su primer matrimonio acabará por parecerle algo casi soñado,
un recuerdo vacilante y amortiguado. Lo que hoy es visto como anomalía
trágica será percibido como normalidad irremediable, y aun deseable,
puesto que habrá sucedido. Hoy le resulta inadmisible que Miguel ya no
sea, pero llegará un momento en que lo incomprensible sería que
volviera a ser, que sí fuera; en que la mera fantasía de una
reaparición milagrosa, de una resurrección, de su vuelta, se le haría
intolerable, porque ya le habría asignado su lugar definitivo y su
rostro apaciguado en el tiempo, y no consentiría que ese retrato suyo
acabado y fijo se expusiera de nuevo a las modificaciones de lo que
permanece vivo y por lo tanto es imprevisible. Tendemos a desear que
nadie se muera y que nada termine, de lo que nos acompaña y es nuestra
querida costumbre, sin darnos cuenta de que lo único que mantiene las
costumbres intactas es que nos las supriman de golpe, sin desviación ni
evolución posibles, sin que nos abandonen ni las abandonemos. Lo
que dura se estropea y acaba pudriéndose, nos aburre, se vuelve contra
nosotros, nos satura, nos cansa. Cuántas personas que nos parecían
vitales se nos quedan en el camino, cuántas se nos agotan y con cuántas
se nos diluye el trato sin que haya aparente motivo ni desde luego uno
de peso. Las únicas que no nos fallan ni defraudan son las que se nos
arrebata, las únicas que no dejamos caer son las que desaparecen contra
nuestra voluntad, abruptamente, y así carecen de tiempo para darnos
disgustos y decepcionarnos. Cuando eso ocurre nos desesperamos
momentáneamente, porque creemos que podríamos haber seguido con ellas
mucho más, sin ponerles plazo. Es una equivocación, aunque
comprensible. La prolongación lo altera
todo, y lo que ayer era estupendo mañana habría sido un tormento. La
reacción que tenemos todos ante la muerte de alguien cercano es
parecida a la que tuvo Macbeth ante el anuncio de la de su mujer, la
Reina. 'She should have died hereafter',
responde de manera algo enigmática: 'Debería haber muerto a partir de
ahora', es lo que dice, o 'de ahora en adelante'. También podría
entenderse con menos ambigüedad y más llaneza, esto es, 'más adelante'
a secas, o 'Debería haber esperado un poco más, haber aguantado'; en
todo caso lo que se dice es 'no en este instante, no en el elegido'. ¿Y
cuál sería el instante elegido? Nunca nos parece el momento justo,
siempre pensamos que lo que nos gusta o alegra, lo que nos alivia o
ayuda, lo que nos empuja a través de los días, podía haber durado un
poco más, un año, unos meses, unas semanas, unas cuantas horas, nos
parece que siempre es temprano para que se les ponga fin a las cosas o
a las personas, nunca vemos el momento oportuno, aquel en el que
nosotros mismos diríamos, 'Ya. Ya está bien. Es suficiente y más vale.
Lo que venga a partir de ahora será peor, un deterioro, un
rebajamiento, una mancha'. A eso nunca nos atrevemos, a decir 'Este
tiempo ha pasado, aunque sea el nuestro', y por eso no está en nuestras
manos el final de nada, porque si dependiera de ellas todo continuaría
indefinidamente contaminándose y ensuciándose, sin que ningún vivo
pasara jamás a ser muerto'.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Se aceptan opiniones alternativas, e incluso coincidentes: