Mi padre me suscribió al National Geographic
hace como 35 años, y todavía sigue llegando a Biescas, donde me voy
poniendo al día cada vez que subo. Sale en el número de marzo un
artículo interesantísimo sobre la inteligencia de los animales.
Durante
mucho tiempo, siguiendo las escuelas principales del siglo XX, los
psicólogos animales los trataron como autómatas en la práctica,
interpretando su comportamiento con teorías conductistas basadas en
estímulo-respuesta que eliminaban de entrada múltiples factores—y
múltiples especies, aparte de las ratas y algún otro bicho de
laboratorio. Los testimonios de propietarios de animales sobre la
inteligencia y sentimientos de sus mascotas eran ignorados por
sentimentales y acientíficos. Hoy muchos científicos tienen otras
actitudes. Estudian por ejemplo cómo los animales hacen planes que
suponen una teoría recíproca de la mente, para disimular o engañar a
otros animales. Eso que decía Umberto Eco de que el hombre es el único
animal que miente me temo que quedó atrás (aunque mentimos más y mejor,
eso sí).
Me
llama la atención en el artículo la historia de Alex, un loro al que
entrenó para hablar la investigadora Irene Pepperberg. Ya se sabe que
los loros hablan, pero la gente no habla con ellos. Bueno, pues con éste
sí hablaron, y llegó a aprender a contar, a pedir lo que quería, a
abstraer formas… En un ejercicio por ejemplo combinando figuras
geométricas, le preguntaban "¿qué es lo mismo?" y contestaba "la forma",
o "el color". E incluso, impaciente con loritos del laboratorio menos
avanzados que él, les gritaba "¡Habla claro!" cuando pronunciaban mal.
Me
ha recordado que el verano pasado, yendo por Galicia, paramos a comer
en un restaurante de Carballo donde hay un loro que nos dijo la dueña
"es el más listo del país". Además de listo era equilibrista, y hacía
posturas ridículas que quizá sólo las pueda hacer alguien con
inteligencia como para saber que son extrañas. Naturalmente les encantó a
los críos y se lo quedaron mirando. Pues bien, el loro, sin que nadie
entablase conversación con él ni intentase educarlo, al poco rato llamó a
Oscar por su nombre—sólo de oírnos hablar entre nosotros.
Y,
a poco que pensemos, recordaremos sin duda otros casos de inteligencia
animal. Aunque normalmente preferimos no pensar mucho—nos inquieta la
idea de que los animales sean inteligentes, y nos plantea problemas
éticos que quizá no queramos tener.
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