Naturalmente hay también una tensión entre simplicidad y satisfacción—una historia demasiado simple no nos satisface, tiene a la vez que crear una coherencia entre elementos discordantes e inconexos. Y así se crea una dialéctica compleja, y muy situacional, entre la coherencia de una representación, su relación con la realidad, su complejidad y la satisfacción que produce.
Con las representaciones y autorrepresentaciones de las personas sucede algo parecido. Demasiada coherencia lleva al simplismo y al estereotipo. Demasiada complejidad confunde y desagrada. Y el público es infinitamente diverso (incluido el propio autointérprete)—con lo cual no hay distancia de enfoque adecuada para toda persona y circunstancia.
Eso nos inspira una estética del oportunismo bastante liberadora. De todos modos, como decía el Rey Actor en Hamlet, nuestras palabras son nuestras, pero no nos pertenece a dónde van a parar ni sus efectos.
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