miércoles, 28 de agosto de 2013

Cárceles y mundos de la mente



Hay un pasaje de Hamlet en el que Shakespeare esboza una teoría de la realidad como una dimensión subjetiva, generada por la mente y sus actitudes más que por la objetividad del mundo. El mundo es una cárcel en la que se siente atrapado Hamlet, y Dinamarca es una celda, una de las peores—les dice Hamlet a sus "amigos" Rosencrantz y Guildenstern. A ellos no se lo parece, replican—pero Hamlet les espeta que las cosas son o no lo que son según el color de la mente con que se miran. El color de Hamlet es, claro, el negro.

Decía James Shapiro (en 1599: Un año en la vida de William Shakespeare) que los soliloquios de Hamlet pudieron verse influidos por el nuevo género ensayístico que por entonces ensayaban William Cornwallis y otros, siguiendo a Montaigne. Algo leyó Shakespeare a Montaigne, desde luego—por ejemplo el ensayo sobre los caníbales que daría algunas ideas a La Tempestad.  Yo creo que también leyó el importante ensayo (I.xiv) "Que el gusto de los bienes y los males depende en gran parte de la idea que de ellos tenemos." Todo el ensayo es una especie de meditación admirada sobre la multiplicidad de las realidades humanas, de la manera en que la mente es un filtro que transforma la realidad de tal modo que proporciona a cada cual una realidad a su medida, podíamos decír una realidad virtual en la que habitar—al igual que la labor del poeta, diría Shakespeare en A Midsummer Night's Dream, proporciona a las fantasías aéreas un nombre y un lugar donde habitar. La realidad humana—no la de los animales, especifica Montaigne—es una realidad virtual:


Es fácil ver que lo que aguijonea en nosotros el dolor y la voluptuosidad es la punta de nuestra mente. Los animales, que la tienen embridada, dejan las sensaciones libres y originales en sus cuerpos y por consiguiente son las mismas, más o menos, en cada especie, como vemos por la aplicación similar de sus movimientos. Si no estorbásemos en nuestros miembros la jurisdicción que les pertenece en esto, es de creer que estaríamos mejor, pues la naturaleza les ha dado un temperamento justo y moderado hacia la voluptuosidad y el dolor; y no puede dejar de ser justa, al ser igual y común. Mas, puesto que nos hemos emancipado de sus reglas para entregarnos a la libertad vagabunda de nuestras fantasías, al menos ayudémonos a nosotros mismos inclinándolas del lado más agradable.


Es curiosa la elección de términos de Montaigne. El hombre está liberado de la brida de la naturaleza; está "emancipado"—términos que parecen sugerir un estado previo de naturaleza, quizá el Paraíso o la Edad de Oro, cuando el hombre estaba en armonía con la naturaleza, o domesticado por ella. Pero asoma en la reflexión de Montaigne una visión del hombre como el mono loco, el que no tiene justo medio ni sigue su propia naturaleza—el que no tiene naturaleza, de hecho, porque se ha liberado de ella, y ahora no vive en un mundo natural sino en un mundo generado por su propia imaginación, regido no por la sensatez del cuerpo animal sino por "la libertad vagabunda de nuestras fantasías." Los animales (podríamos apostillarle) viven cada especie en su propio mundo virtual o mental; el mundo del topo no es el del águila y en ese sentido también es a la vez un nicho ecológico diferente y una realidad mental "virtualizada". The emmet's inch and the eagle's mile / Cause lame philosophy to smile" decía Blake—el poeta, en cambio, sabe que la realidad es múltiple. A lo que parece referirse Montaigne no es a que todos los animales hagan lo mismo, sino que todos los animales de la misma especie hacen lo mismo, habitan en la misma realidad, reaccionan parecido, se mueven igual, no ensayan danzas extrañas, no hablan idiomas mutuamente incomprensibles ni inventan artilugios diferentes, no crean mundos mentales distintos  e incomunicados sino que viven en el mundo que comparten de modo natural, el mundo de los sentidos y del cuerpo. Mientras que el hombre, el mono loco...

Es interesante la reflexión de Montaigne por la manera en que es protoevolucionista—a la manera de muchos otros loci classici, empezando por los mitos, pero llevando la reflexión un poco más allá. Sugiere el desarrollo de la evolución humana como una creación de mundos mentales, emancipados de la naturaleza, para bien o para mal; unos absurdos, otros maravillosos, algunos las dos cosas a la vez.  Lleva a reflexión sobre la manera en que las culturas humanas son otras tantas realidades virtuales en las que habitamos, mundos (o cárceles) de la mente, mind-forged manacles como decía también Blake, y a la vez palacios imaginarios sin los cuales no llegarían a existir los palacios reales. Que también son, en buena medida, imaginarios—tanto los de los libros de arte como esos otros palacios flotantes en los que cada uno somos les rois du monde. 




Y también es este ensayo, por cierto, muy sugestivo a la hora de desarrollar una teoría de la atención. Porque en efecto, la atención es un instrumento de primer orden para la creación de estas realidades mentales alternativas. La atención es de por sí una modificación de la realidad. Donde están las mujeres en general, yo veo sólo a esa mujer. En un mundo de fútbol y coches de alta gama, yo paso por medio sin ver nada, y centro mi atención en este ensayo de Montaigne, que otros no ven. Y así organizo en torno mío un mundo mental en el que vivir, y que da forma al resto de la realidad, o lo que de ella pueda verse desde este observatorio, desde la casa de enfrente a Alpha Centauri. Y así nos vamos haciendo cada vez más parecidos a nosotros mismos, creando formas sostenidas en el aire, organizando la realidad a nuestra imagen y semejanza. Casi como dioses, decía Hamlet.

 
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