No hay normas fijas, aparte de esta regla de oro, pues en cada momento histórico la situación económica es una, las normas bancarias o crediticias son otras, la política monetaria y sus agentes varían, y también las políticas, modas o teorías sobre cómo controlar el precio del dinero y la inflación. Cada vez estamos en un contexto distinto, que trabaja sobre el anterior y es el resultado de su desarrollo—el resultado imprevisible, por definición, auque quienes por chiripa o por su control local de la información lo han previsto en parte, con frecuencia se han hecho ricos. Y en cada momento, quien tiene más información (nunca toda) estudia la situación, estudia los instrumentos financieros a su alcance, las inversiones disponibles, y hace juego maquiavélicamente, si es posible fingiendo que es otra cosa lo que está haciendo, según la teoría paranoica de la observación mutua a la que se atienen los cálculos de las acciones humanas.
Aunque no hay normas fijas, y en el detalle todo el panorama económico y financiero es distinto en cada lugar y momento de la historia, sin embargo sí se aprecian constantes recurrentes—igual que volverán las corbatas estrechas aunque no se parezcan en nada más a las de los ochenta, ni en su tela ni en su color.
Una de las formas recurrentes en este sentido es el siguiente paso de minué: la intervención estatal, creyendo controlar y acotar las actividades económicas con una normativa fija, impone un corsé que de hecho empeora los males que se supone iba a remediar. O remedia unos y da lugar a otros imprevistos. Lo hemos visto en muchos otros aspectos—por ejemplo, con los precios fijos de productos básicos, para protección del pueblo, que no se sabe cómo conducen a lo contrario: a la especulación, escasez y mercado negro. O con la legislación laboral hiperproteccionista para el obrero, que en la práctica lo convierte en un contratado-basura o en un parado, y destruye la creación de empleo. Son un par de ejemplos.
Otro ejemplo quería citar a cuenta de un ensayo de Herbert Spencer "State-tampering with Money and Banks", escrito en 1858 y reimpreso en el segundo volumen de sus Essays. Está comentando Spencer cómo se dictan normas para evitar la quiebra bancaria, impidiendo la emisión de billetes más allá de un máximo sobre los depósitos efectivos—y cómo esa limitación lleva a la proliferación de deuda e hipoteca, que crea un peligro de quiebra mucho mayor. Cosas que casi nos suenan a historia contemporánea, ciento cincuenta años después. Y es que plus ça change…
Podría argüirse
que la versión refinada y realmente envenenada de este
proceso es la que se ha vivido en los últimos años, cuando hablamos no
de la deuda a particulares sino de la deuda pública, que ha alcanzado
su crisis en Europa y está a punto de hacerlo en EE.UU. Ahora el Estado
ya no es sólo árbitro de los préstamos, sino también la principal parte
interesada—juez parcial, abogado, acusado, fiscal, criminal, víctima y
avalista. Cuando
todo el mundo duda del futuro del crecimiento de la economía europea (y
occidental), y
de su capacidad de afrontar la deuda pública—de ahí la acertada
renuencia de la
Merkel a emitir los famosos bonos europeos, que empantanarían más al
sistema entero en la deuda—sin embargo se buscan trampeos para
que podamos prestarnos dinero a nosotros mismos, como si el futuro
fuese boyante y las expectativas inmejorables. Y
si el Banco Central Europeo no puede prestar a los propios países, pues
no es problema:
le presta al FMI para que sea éste quien lo represte a los endeudados.
De lejos se ve dónde acaban estas cosas, a menos que hubiese un serio
plan de controlar la deuda a corto plazo. Pero cómo va a haberlo
mientras sigan al
frente los mismos, y sigan ingeniando estas ingenierías financieras.
Spencer sostenía que el papel del Estado era administrar justicia y
hacer cumplir las leyes, y no invadir el control de la política
monetaria con estrategias cambiantes. No sé en qué se basaría para opinar esto, pues
apenas ha hecho otra
cosa el Estado…
Como el intento de que los gobernantes no intervengan en los procesos financieros, supongo. Es por parte de Spencer un último resto de ingenuidad. Más contundente es cuando dice algo que podría aplicarse a las quiebras apuntaladas por dinero público:
Supongo que en la línea de pensadores como Spencer se sitúa la ahora tan comentada tradición de Hayek y la escuela austríaca liberal, mientras que el siglo XX, y el XXI hasta la fecha, ha estado dominado en la práctica por los keynesianos, para quienes la intervención estatal aporta un elemento de racionalidad. (Eso siempre y cuando las decisiones y políticas económicas sean racionales). Parece previsible que los Estados seguirán siendo mayoritariamente keynesianos, aunque sólo sea por las ventajas especulativas que se derivan de un conocimiento de las maniobras de intervención. No para los gobernantes, claro, sino para sus amigos y sus partidos y sus socios secretos. Que no sé si existen, en la teoría de Keynes.
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