La vida de los otros
Publicado en Cine. com. José Ángel García Landa
Las
películas sobre fisgones, curiosos y espías, en especial las que
incluyen a un personaje que contempla a otros desde la oscuridad,
convirtiéndolo en espectáculo inconsciente, son altamente
cinematográficas, pues añaden a la situación del personaje (o a la del
espectador) la intensidad reflexiva de la propia situación de percepción
de la película, situación voyeurística que nos coloca en situaciones de
percepción privilegiadas e ideales, en las cuales nunca deberíamos
haber estado. Así esta película tiene en común cosas con Peeping Tom, con La ventana indiscreta, con Retrato de una obsesión
(aquella de Robin Williams en la tienda de fotos)—además de con todas
las películas de espías e identidades secretas que colocan al espectador
en un punto de vista privilegiado, en esa ventanita casi omnisciente
junto al tapado, o al espía, desde la que se sabe quién es quién
mientras los demás vagan por los errores del orden público creyendo que
las gentes son quienes son.
La historia la resumo: un agente de
la Stasi, funcionario simplista, gris y falso como el propio régimen al
que sirve, recibe el encargo de espiar a un escritor, todo porque la
novia del escritor le gusta al ministro y quiere quitarlo de enmedio.
Entre la mala conciencia de su papel corrupto y el contacto secreto con
el mundo de los artistas (Brecht, el músico autor de la partitura
dedicada a un hombre bueno...) y se va humanizando—un poco como el monstruo de Frankenstein en la novela, aprendiendo a medida que escucha, eavesdropping,
captando lo que sería la decencia y una vida más plena que la que él
tiene (es patética la escena en su piso con la prostituta). Así que
cuando se entera de que en efecto puede hacer arrestar al escritor, que
ha publicado en Occidente un artículo comprometedor con seudónimo,
falsifica el informe, no da cuenta de lo que realmente escucha por los
micrófonos ocultos, y hasta oculta las pruebas corriendo riesgos
considerables.
El asunto cuesta, no obstante, la muerte a la
amante disputada entre el ministro y el escritor. Era una actriz un
tanto vendida a su carrera, lo cual si se suma a lo que invitaba el
régimen a venderse, la lleva a escenas realmente abyectas, primero
dejándose violar por el ministro en aras de su carrera, y luego
haciéndose confidente de la Stasi. Pero la vergüenza propia la lleva a
suicidarse, al parecer, saltando delante de un camión—un sacrificio
inútil pues el espía le dice mientras muere que había ocultado las
pruebas que ella acababa de revelar (la máquina de escribir
incriminatoria). Como la tinta roja de la máquina, la huella de la
sangre de la actriz queda impresa en el último informe redactado un
minuto después por el espía.
Estos informes son leídos años
más tarde por el escritor, en una Alemania unificada que ha
desclasificado los documentos de la Stasi. Allí descubre que el hombre
encargado de espiarlo corrió riesgos ocultando los informes—y le dedica
una novela, con el título de la pieza musical que les había emocionado a
los dos, "Sonata para un hombre bueno". Termina la película con el
oscuro funcionario, ahora repartidor buzonero, comprando la novela y
descubriendo la dedicatoria. Quizá para no desilusionarse, el escritor
decidió no abordarlo en persona cuando lo ve un día por la calle, y
prefiere dedicarle una novela—posiblemente esta historia u otra
parecida. Hay algo un poco ñoño en esa remisión de las verdades y la
autenticidad al mundo de la Literatura, como si las más importantes no
pudieran decirse cara a cara.
Esta trasposición al mundo del
Arte, a una dimensión trascendente y superior, de los conflictos
humanos, como modo de darles resolución, también emparenta a la película
con una cierta tradición. Se me ocurren novelas en las que el acto de
escribir la propia novela era un acto de expiación, como La Dentellière de Pascal Lainé, o Atonement de
Ian McEwan. En ellas resulta ser la propia novela que leemos el propio
acto de expiación y reconciliación. No es tan reflexiva la situación en
esta película (como hubiera sido si la propia película hubiera sido la
obra dedicada al gris espía, en lugar de una novela).
Como sucede en otras películas alemanas sobre la mala conciencia nacional (se me ocurre El Hundimiento,
de Olivier Hirschbiegel) la película busca la humanidad aun donde era
difícil encontrarla, en el corazón del régimen inhumano. Aquí el año es
1984 (—alusión a Orwell, claro, con un Big Brother que responde
plenamente a sus pesadillas), y la cosa está reciente. Así que no deja
de haber aquí también un ingrediente de auto-reconciliación de Alemania
consigo misma (en plan 'hasta en la Stasi podía surgir la decencia')...
lo cual sin duda tiene el inconveniente de poner la lupa en un punto
altamente atípico de la Stasi y sus actividades. Una pieza de la máquina
decidió volverse persona: sin duda es algo de celebrar, pero ¿ha pasado
esto realmente alguna vez? Más típica de estos regímenes parece ser la
experiencia contraria, la de ver cómo se renuncia a supuestos ideales
mantenidos de boquilla y se pasa abiertamente a abrazar la corrupción y
la sumisión abyecta ante el poder.
Un cierto valor histórico
(en el sentido del tipismo que según Lukács ha de estar presente en la
narración histórica para que no sea falsa) lo daría esta película en
tanto que trasfondo de la caída del régimen comunista. Hacia el final,
los espías de la Stasi abandonan su puesto donde abrían el correo de la
gente al oir por la radio que ha caído el Muro. Se nos deja intuir,
quizá, que el muro cayó por la propia insostenibilidad del régimen,
minado desde dentro por su falsedad—un ejemplo de la cual hemos visto en
directo en la película. Aunque la caída del régimen no fue precisamente
debida a la pérdida de fe o a la benevolencia de los hombres de la
Stasi. Ni a los artistas y escritores de la RDA.
Así que en lo que tiene de factor corrector imaginario la película produce un cierto efecto de falsedad o de special pleading.
Aunque son suficientemente creíbles, por desgracia, los muchos
servilismos y bajezas que retrata en el trasfondo de la historia.
Especialmente siniestra es la escena del chiste en la cantina. Un jefe
de la Stasi pilla a un subordinado contando un chiste contra el
gobierno, y le obliga a terminarlo con falsa camaradería. Luego lo
aterra diciéndole que este es el fin de su carrera, etc. Y cuando lo
tiene acoquinado, dice: "jaja, era broma, hombre", y cuenta él un chiste
aún más fuerte sobre el jefe del Partido. Pero luego vemos al
empleadillo destinado a un mal puesto en efecto: ahí se ve en claro la
falta de criterio, la arbitrariedad y la ley del embudo que impera en
los sistemas autoritarios, donde todo el mundo ha de estar vigilado
hasta por sí mismo por la cuenta que le trae, y no hay relación
auténtica posible entre las personas, todos sometidos a una inseguridad
permanente sobre si están en privado o en público, todos bajo el Ojo
Escrutador del Estado. El retrato que da la película de la pobreza
espiritual, la cutrez ambiental y la sociedad de pesadilla a que lleva
el totalitarismo. Es escalofriante pensar la de funcionarios perfectos
que pasaron de servir al régimen nazi a servir al régimen comunista de
la RDA- y los que aún continuarán lamiendo pólizas hoy en el nuevo
régimen, mientras no les pidan que hagan otra cosa.
La vida de los otros.
Dir. Florian Henckel von Donnersmarck. Intérpretes: Ulrich Mühe,
Sebastian Koch, Martina Gedeck, Ulrich Tukur, Thomas Thieme, Hans-Uwe
Bauer. Alemania, 2006.
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