Leyendo el ensayo Sobre la gloria, de Montaigne (II.xvi). Unas palabras sobre el escepticismo y el uso maquiavélico de la religión como apoyatura del gobierno político:
Puesto que los hombres, por su
incapacidad, no pueden pagarse con moneda buena, empléese para ello la
falsa. Fue practicado este recurso por todos los legisladores, y no hay
sociedad en la que no exista cierta mezcla de vanidad ceremoniosa o de
opinión mentirosa que sirva de brida para mantener al pueblo en el
deber. Por ello la mayor parte tienen unos orígenes y comienzos
fabulosos y enriquecidos con misterios sobrenaturales. Y esto es lo que
dio crédito a las religiones bastardas e hizo que las favorecieran las
gentes de entendimiento; y por esto Numa y Sertorio, para aumentar la
fe de sus hombres, alimentábanles con esta necedad: el uno que si la
ninfa Egeria, el otro que si su cierva blanca, aconsejábanles de parte
de los dioses en todas las decisiones que tomaban.
Y la autoridad que Numa dio a sus leyes con la excusa del patronazgo de esta dios, diola a las suyas Zoroastro, legislador de los bactrianos y de los persas, con el nombre del dios Oromasis; Trismegisto, de los egipcios, con el de Mercurio; Zamolxis, de los escitas, con el de Vesta; Carondas, de los calcidios, con el de Saturno; Minos, de los candiotas, con el de Júpiter; Licurgo, de los lacedemonios, con el de Apolo; Dracón y Solón, de los atenienses, con el de Minerva. Y toda sociedad tiene un dios a la cabeza, falsamente las otras, con verdad la que Moisés fundó con el pueblo de Judea salido de Egipto.
Y la autoridad que Numa dio a sus leyes con la excusa del patronazgo de esta dios, diola a las suyas Zoroastro, legislador de los bactrianos y de los persas, con el nombre del dios Oromasis; Trismegisto, de los egipcios, con el de Mercurio; Zamolxis, de los escitas, con el de Vesta; Carondas, de los calcidios, con el de Saturno; Minos, de los candiotas, con el de Júpiter; Licurgo, de los lacedemonios, con el de Apolo; Dracón y Solón, de los atenienses, con el de Minerva. Y toda sociedad tiene un dios a la cabeza, falsamente las otras, con verdad la que Moisés fundó con el pueblo de Judea salido de Egipto.
La ironía es magistral—y donde esperábamos que fuese Montaigne a decir "falsamente las otras, con verdad la nuestra", da una ligera quebrada lateral, y nos dice que "con verdad la de los judíos". Montaigne era demasiado inteligente como para soltar inconveniencias sobre el cristianismo y arriesgarse (más) a sufrir persecución, en tiempos tan calenturientos como los de las guerras de religión, pero también era demasiado amante de la verdad como para no decir lo que pensaba a quien lo sepa leer.
Claro que siempre habrá—y me temo que muchos más de los que podría uno suponer—quien diga que Montaigne es miope porque no aplica al cristianismo el mismo pensamiento crítico y escéptico que usa con las demás religiones... cuando en realidad quien eso cree está siendo víctima de una pequeña broma en la que los lectores literalistas desempeñan el papel de tonto útil.
Me recuerda la maniobra de Montaigne (y realmente no sé cuál muestra una ironía más sutil) a una pirueta semejante de Hobbes en el Leviatán, cuando dice que todas las religiones son verdaderas en su propia nación no por autoridad divina (pues ésta no se manifiesta, o lo hace mediante falsas evidencias) sino por decreto gubernamental... excepto en el caso de Inglaterra, pues allí resulta que esa verdad política de conveniencia universal es, además, realmente correcta, pero de verdad de la buena. Que a las leyes del país, hay que obedecerlas. Y entendedores, que entiendan.
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