sábado, 25 de abril de 2015

Muñoz Molina sobre 'la cátedra'

El libro de Antonio Muñoz Molina Todo lo que era sólido es un repaso desilusionado a la España del pelotazo, entre 1990 y 2010, la que llevó a la famosa crisis que nos aqueja, y que nos explica "qué hemos hecho para merecer esto." Es una llamada a la responsabilidad de cada cual en el desbarajuste nacional español, y el diagnóstico retrospectivo viene acompañado de meditaciones sobre la retrospección, como ésta:


He hablado en Nueva York con bastantes personas que vivían en Yugoslavia en 1989 y todas me han contado que nadie dudaba de la solidez del país y que la idea de una guerra civil era tan inverosímil que ni siquiera se pensaba en ella.
     Porque las cosas han sucedido de una cierta manera nos convencemos de que tenían que suceder así. Lo que en la vida real es indeterminación y azar los relatos históricos lo convierten en desenlace necesario. Pero no está el mañana ni el ayer escrito, y la renuncia racional al cautiverio religioso de la predestinación es a la vez motivo de esperanza y de alerta. No estamos condenados a lo peor, ni el pasado nos ata a un porvenir inevitable: pero tampoco hay ninguna garantía de que durará lo bueno que hemos logrado, o de que no se volverá insufrible lo que por ahora toleramos sin mucha dificultad, o de que no añoraremos lo que por haber formado parte de la vida diaria nos resultaba indiferente, y hasta invisible. No hay facultad que no se atrofie sin la práctica.

Y, ya que estamos en el tema de las facultades, esto es lo que dice sobre la cátedra:

Cuando la barbarie triunfa no es gracias a la fuerza de los bárbaros sino a la capitulación de los civilizados.
     Me ha entristecido ver la aceptación cínica del éxito de los trepadores, los corruptos y los enchufados, y la dificultad de muchas personas brillantes y honradas para desarrollar sus capacidades y recibir una recompensa justa por sus méritos que al mismo tiempo contribuyen al progreso de la comunidad. Me ha llenado de abatimiento que muchas veces diera igual que se hicieran las cosas bien o que se hicieran de cualquier modo o no se hicieran, que el mérito se quedara sin elogio y la trapacería o el engaño sin censura, que se aceptara con naturalidad el favor y la trampa, lo mismo en un premio literario que en la provisión de una cátedra (énfasis mío).  (...)
     Nada importaba. La capilaridad de la corrupción puede infectar de cinismo a una sociedad entera: en cada ámbito de lo privado y lo público, cada pequeña corruptela agregando su dosis de toxicidad a la atmósfera viciada que respira por igual todo el mundo, cada claudicación menor favoreciendo las de gran escala. Para obtener lo mismo una cátedra universitaria que un puesto de conserje no había que estar preparado sino tener mejores conexiones.





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