Para nosotros, humanos, la realidad se confunde con la realidad humana– y no podría ser de otra manera. Hay muchas dimensiones posibles para definir, estudiar o medir la realidad, pero todas sin excepción son relativas a nuestros intereses—algunos muy básicos y ligados a la experiencia humana general, otros especializados y sólo relevantes en alguna área específica de interés —también humana, cómo no.
Por ejemplo, una dimensión habitual de la realidad es la de la comunicación humana: lo que forma parte de nuestros intereses más compartidos y generalizados en cuanto seres humanos, o más específicamente como miembros de la cultura en la que se define esa realidad. Tomemos, por ejemplo, Google News: lo que es real en esta dimensión se puede incluso cuantificar y automatizar, en cuanto al volumen de información que mueve. Reconocemos las dimensiones básicas de esa realidad: la política o la economía internacional, el momento de la historia en que nos encontramos, los desarrollos científicos y tecnológicos, el uso del medio ambiente (agua, aire, tierra, fuego), la cultura de masas de espectáculos y deportes, las tensiones entre Occidente, que así cuenta la historia, y otras culturas menos prominentes, etc.
Casi pasamos, espontáneamente, a definir la realidad como un sistema de información, de organización y de circulación de la información (sobre la realidad). Y a eso habrá que volver.
Otro aspecto de la realidad sería el de las otras realidades que captamos, parcial o liminalmente, desde la realidad humana. Así, por ejemplo, podemos concebir desde nuestra realidad cómo es la realidad de una mosca, o la experiencia de un murciélago, o el mundo social e intelectual de un chimpancé. Sin abandonar nuestro punto de referencia, en alguna disciplina de estudio que pertenece a nuestra propia realidad. Aun si comprendemos que gran parte de esas realidades animales se nos escapan, o no están bien estudiadas (quizá no lo estén nunca), también vemos que en un sentido son realidades más limitadas que nuestra concepción de ellas, por definición—en un sentido, las contiene y abarca, necesariamente. Tenemos más información (de la relevante para nosotros) sobre esa realidad de la que cabe en esa realidad misma, y en ese sentido nuestra realidad humana contiene a esas realidades animales.
Alguien podría decir que esas realidades animales contienen igualmente a la humana en sus propios términos, en los de esas realidades animales—pero esos términos no son los nuestros. La realidad de una mosca nos contiene en cierto modo (lenta montaña de carne, etc.), pero no tienen cabida en ella más que aspectos muy limitados de nuestra realidad. En lo que se nos alcanza, nuestras representaciones de la realidad son mucho más ricas e inclusivas; es nuestra definición de la realidad la que es más potente y comprensiva que las realidades definidas por los mundos animales.
Una pista o prueba al respecto la da este comentario de Fred Spier en El lugar del hombre en el cosmos, sobre la evolución de los sentidos en los animales—los considera como instrumentos para construir modelos del mundo:
Y por eso tenemos telecomunicaciones, y estamos en esto. La realidad es o bien lo que podemos entender y manejar, o (en el sentido de la dura realidad) aquello que puede frustrar nuestra acción y nuestros proyectos, o nos puede matar, aunque no tengamos ni idea de que existe. Los humanos podemos utilizar y controlar aspectos de la realidad que ni siquiera merecen tal nombre para los animales, tan fuera están de su experiencia—empezando por el hecho de que no tienen un conocimiento reflexivo y conceptual de estas dimensiones de la experiencia, y siguiendo porque no tienen una cultura que les permita organizar o usar estos aspectos de la realidad.
Así, por ejemplo, el aire que nos rodea está lleno de programas de los Simpson zumbando en todas direcciones, pero ésa es una dimensión de la realidad a la que no acceden los animales, y nosotros tan sólo mediante una serie de instrumentos electrónicos y protocolos sociales. Y la realidad de las ovejas está contenida por la realidad del pastor, y la realidad de los bonobos está. para bien o para mal supongo, contenida por la realidad de los humanos que los rodean. Nuestra realidad, nos da para saber que aparte de lo que podemos controlar hay fuerzas que nos desbordan y limitan y escapan a nuestro control—se sabe limitada, y contenida en una burbuja, nuestra realidad.
La definición conceptual de la realidad, y su clasificación y tratamiento, no es la menos importante de las dimensiones de la realidad a la que únicamente accedemos los humanos. Para dominar un territorio hay que hacer mapas mentales de él, y sólo los humanos tienen mapas complejos (mapas conceptuales) de las diversas dimensiones de la realidad. Los animales tienen otros gatos que azotar, como dicen los franceses—y así les va en general, en cuanto interfieren con los intereses del mundo humano.
La información y su gestión, decíamos, es esencial no sólo para orientarse en la realidad, sino para permitir ampliarla. Y esa es una de las cosas que hemos hecho continuamente los humanos: ampliar los límites de la realidad en que vivimos, multiplicar también las realidades, y conectar en una sola distintas realidades inconexas. En el principio era el Verbo, o la Palabra, dice el evangelio de Juan. Y aunque pueda argüirse que había muchas cosas antes que el verbo, y de las que surgió el verbo, sí podemos convenir en que la Palabra fue el comienzo de un mundo nuevo, y que creó al menos gran parte del mundo en que habitamos, en plan hágase la luz.
Es una realidad móvil, compleja, emergente, la realidad humana. El hecho mismo de que distingamos entre la realidad humana y la realidad, distinción imposible pero necesaria, nos indica algo sobre la naturaleza de esas realidades, y su relación paradójica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Se aceptan opiniones alternativas, e incluso coincidentes: