Y yo tampoco—llego a fin de mes con la cuenta pelada, a base de samantas palos que le han dado las derramas. Y encima me toca pasar a los números rojos y encargarme un paquete libros para preparar las asignaturas—porque la Universidad tampoco puede, ni tiene bastantes libros en la biblioteca, y la exigua asignación para gastos docentes ya se ha evaporado. Así que a tirar de tarjeta de crédito, como la Nación, mientras el cuerpo aguante. En fin, no sé si prefiero que reviente antes mi crédito o el del país, está la elección difícil. Por cierto, en una universidad mejor organizada tampoco me pasarían estas cosas, porque sabría yo con un año de antelación lo que iba a dar al año siguiente, y además no me tendría que meter a estudiar cine indio y australiano a estas alturas de la vida, que maldita la falta que me hace, ni a mí ni a los estudiantes.
Y para colmo, otra derrama: se me sale la lavadora, y le hace una filtración al vecino de abajo, que ni Wikileaks. Para estar con el agua al cuello, ya sólo me falta que le pase lo mismo al vecino de arriba.
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