viernes, 17 de febrero de 2017

Retropost #1476 (19 de febrero de 2007): Letters from Iwo Jima




Buena película (aquí resumen) del género "horrores y temores de la guerra", en la línea de películas sobre la Segunda Guerra mundial como La Delgada Línea Roja, o la del Soldado Ryan del propio productor Spielberg. Esta vez con muy pocas heroicidades y pocas posibilidades de identificación con los protagonistas, pues se nos presenta la acción desde el punto de vista del enemigo, no como en la película compañera de ésta, Banderas de nuestros padres, también dirigida por Clint Eastwood. Las dos son críticas con el patriotismo comecocos que manda a la gente marcando el paso a la muerte. Pero en este caso al esfuerzo militarista de la guerra se suma la crítica a unas estructuras de pensamiento y actitudes sociales poco menos que medievales todavía...

Entre estos soldados enemigos los hay más y menos ilustrados, y fanatizados, y la película juega a mostrar un abanico de actitudes que se pueden tomar una vez se ve uno encerrado en una ratonera absurda, en la que la propia mentalidad planta la mitad de los barrotes. Así pues, poca empatía se fomenta entre el público (al menos este público) y el mundo retratado en la película. Aviso, de entrada, que hay pocas cosas en el mundo que me repugnen más que el feudalismo Mishima y su conclusión lógica, el harakiri, y ese es el trasfondo ideológico del mundo que aquí vemos retratado; de él participan hasta los personajes más humanos, como los tres protagonistas, el general, el jinete olímpico y el panadero Saigo. En la película los malos son los que (por un problema de carácter, se ve) se crecen en semejante ambiente, y acogotan a los demás poniéndolos firmes y haciéndoles gritar las consignas patrióticas con voz que les sale falsa; algunos personajes tanáticos no dudan en ir a la muerte de cabeza pero llevándose primero por delante a todos los subordinados que puedan. Los buenos son los que dudan, los que intentan vivir y dejar vivir, los que interpretan de modo benevolente el reglamento, los que dan opciones a los demás.

En última instancia, la película es una defensa del individualismo liberal, y una condena del feudalismo, fascismo y autoritarismo. Y aun presentando todas las actitudes en un contexto histórico y cultural, también deja claras, por tanto, las responsabilidades individuales. El totalitarismo como un problema de carácter, vamos, tanto de carácter nacional como individual. Y el tratamiento elegido es poco hollywoodiense; hasta el color apagado, casi blanco y negro, contribuye a ello. Sin escapar a la marca de la casa (que todo lo devora), casi vemos aquí un caso de lo que Bordwell llama la estética del materialismo histórico, como si lo hubiese filmado Kozintsev.

Hay sin embargo, a pesar de la multiplicidad de líneas y la apariencia de acción colectiva, una historia claramente recortada: es la historia de una pistola, en cierto modo. Se la regalaron a Kuribayashi sus amigos americanos, y sí es cierto que su estancia en América, si bien no le resquebraja sus valores patrióticos, contribuye a hacerlo más comprensivo y humano. La pistola la empleará no para matar americanos, como temía en broma y serio una señora durante la cena en la que se la dan, sino para matarse a sí mismo, acción de dudoso gusto moral. En lugar de aceptar la derrota y volver a casa a reformar el suelo de la cocina... bueno, casi lo comprendo. Pero Kuribayashi se mata tras haberle dado al panadero-soldado raso Saigo una salida de la ratonera del honor: le exime del suicidio, y le dice: quédate a quemar mis papeles (y que te cojan prisionero los americanos, que es lo mejor que te puede pasar). Y lo es. Algún yankinazi también hay, pero la bondad general de los individuos y del sistema americanos se demuestra al final. El panadero Saigo ve la pistola de Kuribayashi en el cinto de un americano que la ha encontrado, y pierde el oremus, les ataca, casi opta de nuevo por el suicidio (esta vez por cuestión de fidelidad a su amigo, no al Emperador). Pero los americanos, en lugar de darle un tiro, lo tranquilizan de un mamporro, y lo devuelven a su familia. Como al país entero, parece decirnos la película.

Por otra parte, puede leerse todo esto en clave iraquí. El asalto a la isla es la Tormenta del Desierto tecnológica, y la mentalidad de turbante prieto de los orientales es en cualquier caso el máximo obstáculo. De ahí la importancia de mostrar cómo es necesario liberarlos primero de sí mismos, y de los paraísos imaginarios que les prometen, y de la mentalidad gregaria que les hace preferir volarse por los aires a quedar mal con los compañeros de trabajo. Los ataques suicidas eran en mis años mozos una excepción al orden de las cosas en la que sólo incurrían los kamikazes: desde entonces ha proliferado lo del cinturón de explosivos, y una de las finalidades de esta película es desautorizar la ideología que lleva a esas abominaciones. Pocas escenas hay más patéticas y abyectas que esa en la que el grupo de fanatizados se van volando por los aires uno tras otro, llorando de miedo pero adelante, no me vayan a criticar estos colegas. El mensaje es el mismo a japoneses y sunitas: "Os habéis metido con un enemigo contra el que no podéis.  Habéis llegado lejos, a base de echarle mucha fe y mucha estupidez colectiva, con un coste personal desproporcionado, y gracias a una ideología oficial que desprecia a la vida propia y ajena. Pero el destino de esa ideología es desaparecer, y vuestro destino ser derrotados. Lo mejor que le puede pasar a Japón, y a Irak, es que América le invada y le libre de sus actitudes y voceros más patrióticos, pues no son sólo peligrosos para los demás, sino autodestructivos: es  triste decirlo, pero  sois una vía muerta en la evolución de la mente humana.  Así que mamporro y vuélvete a casa con tu familia, hijo, luego nos darás las gracias. Ya te pondremos tele, y películas americanas; hasta en japonés si hace falta te las pondremos. Y tus jefes, oye, por mí como si se hacen el harakiri, allá ellos, pero que nos dejen en paz a los demás. La verdad es que creíamos que estaba la cosa más avanzada, pero bueno... por lo que parece les hace falta a estos valientes samurais y jihadistas un poquito más de exposición a los valores de Occidente".


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