Estos días de gran calentón animalista con ocasión del torero muerto Víctor Barrio, pongo este comentario en el facebook de mis amistades animalistas:
Adam Smith, un sabio moralista escocés, decía que (contra lo que suponemos muchas veces, o contra lo que predican algunas doctrinas, religiosas incluso) no sentimos lo mismo, ni hemos de sentir lo mismo, por todos los seres por igual. Los más cercanos nos son más cercanos que los más lejanos, y del mismo modo que apreciamos a nuestros familiares más que a los desconocidos, es normal que sintamos más cercanía con quienes nos son más cercanos en todos los sentidos. Por eso, entre otras cosas, sentimos más la muerte de un toro que la de un pez. Creo que es bueno, en general, para nuestros afectos, el distribuirlos de esta manera razonable (y habitual). Sentir lo mismo por todos los seres vivos por igual nos lleva a callejones morales sin salida y a conflictos irresolubles.
Añadiré que incluso con un torero carnicero (por así llamarlo) tienen los animalistas mucho más en común que con un toro, aunque no compartan ni aprueben su disposición a matar toros. Comparten con él la naturaleza humana, que los implica a todos en un mundo de una riqueza y variedad cognitiva, emocional, ética y cultural que potencialmente va mucho más allá de su identificación emotiva con el toro y su muerte. El no ser capaces de ver esto, el perder de vista la prioridad de la comunidad humana, es una forma de miopía moral, lamentablemente muy extendida.
Ahora que, cada vez tengo más claro que el animalismo es una religión, con una misión iluminada que cumplir. Y que esa religión y esa misión exigen a sus creyentes una ceguera hacia muchas cosas humanas que les son ajenas, para mejor poder desempeñar su misión religiosa y activista. El conflicto con los intereses humanos habituales y las prioridades humanas de andar por casa no detendrá a quienes ponen en pie de igualdad a humanos y animales, y consideran un "asesinato" la muerte de un toro. Es una religión que consta en su mayoría de conversos, y de ahí también su ardor creyente.
El animalismo ha adquirido cierta visibilidad y prominencia social, e incluso puede que tenga una influencia importante en determinados aspectos de la ética general en relación a los animales. Pero sólo en algunos. Una ética religiosa tal tiene sus límites políticos: como cualquier menú exótico, es para gustos especiales, y marginales, aunque muchos puedan probarlo ocasionalmente. Y aunque parezca a veces un desvarío oriental, la religión animalista es (en realidad) un lujo occidental.
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