Acabo de dejar a los nenes en el cole, como todos los días; está a cinco minutos de la Universidad. Hasta a Otas, que es el más pequeño, me he fiado de dejarlo en su fila, de tan ambientado que está y tan responsable que es. Recuerdo que cuando aún no llegaba ni a parvulito, Otas estaba impaciente por ir al cole como sus hermanos. Un día lo llevamos a esperar a Ivo a la salida, y el chaval hizo lo siguiente: como para dar pruebas de que él no estaba fuera de lugar, o que ya merecía estar allí, se cogió un folleto de propaganda que había a la entrada, y se puso a leerlo dando muestras obvias de concentración y de mucha reflexión. Evidentemente no sabía leer aún, pero no quería en absoluto que se le notase. Es conmovedor tanto interés. O igual es que el pobre Otas ya empezaba a interiorizar, por ósmosis ambiental, una de las reglas básicas del discurso académico. Nos dicen Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron en Rapport Pédagogique et Communication:
"Para admitir la incomprensión, o la
comprensión sólo a medias, el estudiante debería apartarse de la luz
que tan bien sienta a los entes ideales que los buenos alumnos deben
esforzarse por ser, y que el tono elevado del profesor, al menos, da a
entender que efectivamente se hallan ante él. El grupo serial de
co-discípulos actúa como un censor que obliga a cada uno de ellos a no
formular preguntas, por miedo a aparecer ingenuo o ridículo. Imitando
al buen alumno --pues todo el mundo puede estar imitando sin imitar a
nadie en concreto-- el estudiante se esconde entre el público amorfo
del aula". (Traduzco de Bourdieu et al., Academic Discourse; Cambridge: Polity Press, 1994, p. 18).
Una regla básica aprendida en la academia es: hay que fingir que se sabe. Es una regla que no se olvida, y el conocimiento auténtico (que lo hay también) reposa no sólo en el conocimiento real previo, sino también en ese fingimiento, hasta llegar al punto de perfección en que ya no se distingue lo que se conoce de lo que se finge conocer, y nadie, ni siquiera el interesado, nota ya la diferencia.
Bueno, pero me he olvidado de decir que, de momento, a pesar de su simulación casi perfecta, Otas cogía el folleto al revés.
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