Tengo un poco de tirria a los viajes, porque por una razón u otra, a poco largo que sea un viaje siempre hay algún momento en que corres riesgo de pegarte un piñazo. Por ejemplo, subiendo a Biescas, de repente se corta el doble carril a la entrada del primer túnel de Monrepós, y el coche que estábamos adelantando se nos echa encima sin previo aviso. Volantazo y paso al carril contrario, y dí que no venía nadie, porque si no en lugar de anécdota tenemos colisión frontal y esquela. Conducir es deporte de riesgo; y con el coche o con la moto, en cada trayecto hay uno o más segundos en que tienes la cabeza en otra parte, o en piloto automático, y ves que no te ha pasado nada pues porque no, por azar, no porque estés en una situación que puedas controlar. ¿Que la vida es siempre así, a cada momento y en todas partes? De acuerdo, pero no seamos todoonadistas: es así en algunas situaciones más que en otras. Y eso que aún tengo la costumbre de salir a darme una vuelta con la moto porque sí, o sea que no estoy totalmente histerizado contra esta costumbre occidental. Pero, por ejemplo, subirme a un tubo hueco de metal y salir despedido por los aires, sólo por darme una vuelta, pues qué quieres que te diga... que ójala ójala aterrices bien, pero a mí no me atrae. Y que creo que me va a atraer cada vez menos. Cuánto menos subir allí a críos pequeños que no deciden al respecto. (¿Qué será de mí, en Occidente? ¿Estoy loco, o lo estamos todos? ¿Un poquito al menos?).
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