La realidad humana es, en gran medida, ficticia o imaginada. Lo expone de manera muy gráfica Yuval Noah Harari en su libro Sapiens (Penguin Random House, 2014), saltando ágilmente del hombre-león de Stadel al león de Peugeot. Traduzco del capítulo "El mito de Peugeot":
¿Cómo
exactamente creó Armand Peugeot, el hombre, la compañía Peugeot? De una
manera muy parecida a como los sacerdotes y los brujos han creado
demonios a lo largo de la historia, la manera en que miles de curas
franceses seguían creando el cuerpo de Cristo cada domingo en las
iglesias parroquiales. Todo giraba alrededor de contar historias, y de
convencer a la gente para que las creyese. En el caso de los curas
franceses, la historia crucial era la de la vida y muerte de Cristo,
tal como la contaba la Iglesia Católica. Según este relato, si un
sacerdote católico vestido con sus vestimentas sagradas decía
solemnemente las palabras adecuadas en el momento adecuado, un pan y
vino corrientes se transformaban en la carne y la sangre de Cristo. El
sacerdote exclamaba 'Hoc est corpus
meum!' ('Este
es mi cuerpo' en latín), y, abracadabra—el pan se convertía en la carne
de Cristo. Viendo que el sacerdote había observado con propiedad y
asiduidad todos los procedimientos, millones de católicos franceses
devotos se comportaban como si Dios realmente existiese en el pan y
vino consagrados.
En el caso de Peugeot S.A., el relato crucial era el código legal francés, tal y como lo escribió el Parlamento francés. Según los legisladores franceses, si un abogado titulado seguía toda la liturgia y los rituales apropiados, escribía todos los conjuros y juramentos necesarios en un trozo de papel extraordinariamente adornado, y añadía su adornada firma al pie del documento, entonces, abracadabra, quedaba formada una nueva compañía. Cuando en 1896 Armand Peugeot quiso crear su compañía, le pagó a un abogado para que realizase todos estos procedimientos sagrados. Una vez el abogado hubo realizado los rituales apropiados y hubo pronunciado todas las palabras mágicas y juramentos, millones de ciudadanos franceses decentes se comportaron como si la compañía Peugeot existiese realmente.
Contar historias eficaces no es fácil. La dificultad se halla no en contar la historia, sino en convencer a todos los demás de que se la crean. [O, añadiría yo, en convencerlos para que hagan como que se la creen, visto que todo el mundo parece haber acordado creerla, y parece conveniente creer eso por las actitudes que vemos tomar a los demás y el giro que han tomado los acontecimientos]. Gran parte de la historia de la humanidad gira alrededor de esta cuestión: cómo hace uno para convencer a millones de personas para creerse determinadas historias sobre dioses, o naciones, o sociedades anónimas? Pero cuando tiene éxito, le da al Sapiens un poder inmenso, porque permite que millones de extraños entre sí cooperen y trabajen con vistas a fines comunes. Intentemos imaginar lo difícil que habría sido crear estados, o iglesias, o sistemas legales, si pudiésemos hablar sólo de cosas que realmente existen, como ríos, árboles, o leones.
A lo largo de los años, la gente ha tejido una red de relatos
increíblemente compleja. En esta red, ficciones como Peugeot no sólo
existen, sino que acumulan un poder inmenso. Las clases de cosas que la
gente crea mediante esta red de relatos se conocen en círculos
académicos como "ficciones", "constructos sociales", o "realidades
imaginadas". Una realidad imaginada no es una mentira. Miento cuando
digo que hay un león cerca del río cuando sé perfectamente bien que no
hay ningún león allí. Las mentiras no tienen nada de particular. Los
monos verdes y los chimpancés saben mentir. Se ha visto, por ejemplo, a
un mono verde lanzando la llamada de "¡Cuidado, león!" cuando no había
ningún león cerca. Esta alarma espantó convenientemente a otro mono que
acababa de encontrar un plátano, dejando campo libre para que el
mentiroso le robase el premio.
A diferencia de la mentira, una realidad imaginada es algo en lo que todo el mundo cree, y mientras persista esta creencia comunitaria, la realidad imaginada ejerce fuerza en el mundo. El escultor de la cueva de Stadel puede que creyese sinceramente en la existencia del hombre-león como espíritu guardián. Algunos hechiceros son charlatanes, pero la mayoría creen sinceramente en la existencia de dioses y demonios. La mayoría de los millonarios creen sinceramente en la existencia del dinero y de las sociedades anónimas. La mayoría de los activistas pro derechos humanos creen sinceramente en la existencia de los derechos humanos. Nadie mentía cuando, en 2011, la ONU exigió que el gobierno libio respetase los derechos humanos de sus ciudadanos, aunque la ONU, Libia y los derechos humanos son todos productos de nuestras fértiles imaginaciones.
Desde la Revolución Cognitiva (alrededor de los siglos 500-600 A.C.) los Sapiens han estado viviendo, por tanto, en una realidad dual. Por una parte, la realidad objetiva de los ríos, los árboles y los leones; y por otra parte, la realidad imaginada de los dioses, las naciones y las empresas. A medida que pasaba el tiempo, la realidad imaginada se iba volviendo cada vez más poderosa, de manera que hoy la supervivencia misma de ríos, árboles y leones, depende de la gracia de entidades imaginadas como los Estados Unidos y Google.
En el caso de Peugeot S.A., el relato crucial era el código legal francés, tal y como lo escribió el Parlamento francés. Según los legisladores franceses, si un abogado titulado seguía toda la liturgia y los rituales apropiados, escribía todos los conjuros y juramentos necesarios en un trozo de papel extraordinariamente adornado, y añadía su adornada firma al pie del documento, entonces, abracadabra, quedaba formada una nueva compañía. Cuando en 1896 Armand Peugeot quiso crear su compañía, le pagó a un abogado para que realizase todos estos procedimientos sagrados. Una vez el abogado hubo realizado los rituales apropiados y hubo pronunciado todas las palabras mágicas y juramentos, millones de ciudadanos franceses decentes se comportaron como si la compañía Peugeot existiese realmente.
Contar historias eficaces no es fácil. La dificultad se halla no en contar la historia, sino en convencer a todos los demás de que se la crean. [O, añadiría yo, en convencerlos para que hagan como que se la creen, visto que todo el mundo parece haber acordado creerla, y parece conveniente creer eso por las actitudes que vemos tomar a los demás y el giro que han tomado los acontecimientos]. Gran parte de la historia de la humanidad gira alrededor de esta cuestión: cómo hace uno para convencer a millones de personas para creerse determinadas historias sobre dioses, o naciones, o sociedades anónimas? Pero cuando tiene éxito, le da al Sapiens un poder inmenso, porque permite que millones de extraños entre sí cooperen y trabajen con vistas a fines comunes. Intentemos imaginar lo difícil que habría sido crear estados, o iglesias, o sistemas legales, si pudiésemos hablar sólo de cosas que realmente existen, como ríos, árboles, o leones.
A diferencia de la mentira, una realidad imaginada es algo en lo que todo el mundo cree, y mientras persista esta creencia comunitaria, la realidad imaginada ejerce fuerza en el mundo. El escultor de la cueva de Stadel puede que creyese sinceramente en la existencia del hombre-león como espíritu guardián. Algunos hechiceros son charlatanes, pero la mayoría creen sinceramente en la existencia de dioses y demonios. La mayoría de los millonarios creen sinceramente en la existencia del dinero y de las sociedades anónimas. La mayoría de los activistas pro derechos humanos creen sinceramente en la existencia de los derechos humanos. Nadie mentía cuando, en 2011, la ONU exigió que el gobierno libio respetase los derechos humanos de sus ciudadanos, aunque la ONU, Libia y los derechos humanos son todos productos de nuestras fértiles imaginaciones.
Desde la Revolución Cognitiva (alrededor de los siglos 500-600 A.C.) los Sapiens han estado viviendo, por tanto, en una realidad dual. Por una parte, la realidad objetiva de los ríos, los árboles y los leones; y por otra parte, la realidad imaginada de los dioses, las naciones y las empresas. A medida que pasaba el tiempo, la realidad imaginada se iba volviendo cada vez más poderosa, de manera que hoy la supervivencia misma de ríos, árboles y leones, depende de la gracia de entidades imaginadas como los Estados Unidos y Google.
El tejido de ficciones se sostiene porque aunque tomadas una a una parezcan insolventes, están implicadas con otras, y toda la red de intereses creados conspira para sujetarse entre sí y sujetar la realidad virtual en su sitio. Obsérvese que, donde Umberto Eco decía que el hombre es el único animal capaz de mentir, la mentira aparece aquí como una habilidad más bien simiesca. Es la capacidad de creer en lo inexistente lo que define a la humanidad como tal, o lo que ha surgido sólo en el seno de la humanidad a modo de historias, mitos, rituales, costumbres e instituciones—para permitir la organización de grandes grupos. Grupos que aseguran su supervivencia, y la de sus mitos, explotando organizadamente la naturaleza—y desplazando o dominando a grupos menos organizados, e imponiéndoles sus imaginaciones hechas realidad.
En YouTube puede encontrarse todo un curso de Harari sobre la historia de la humanidad y el desarrollo de la civilización como una gigantesca red de convenciones y ficciones que se convierten en la sustancia misma del mundo.
Harari formula de manera sugestiva, plástica y actualizada algunas ideas cuyas bases son moneda corriente desde que aprendimos con Max Scheler o con Ernst Cassirer la naturaleza simbólica de la realidad humana. De hecho, la perspectiva dramatística del mundo como teatro, desde Calderón y Shakespeare hasta el interaccionismo social de Goffman, nos lleva a unas conclusiones parecidas a las de Harari: la realidad social es un drama bien ensayado, en el que los actores normalmente se meten tanto en el papel que se lo creen, y el teatro se hace vida. Tiene Harari sin embargo la virtud de ser más didáctico y claro que el genial ironista Goffman, y su tono directo, eficaz y magisterial también nos certifica que lo que nos dice sobre la teatralidad del mundo no es sólo poesía, como podría parecer a algunos que han oído hablar de Shakespare, sino la realidad misma y su poiesis.
También Miguel Bosé nos decía en una canción, sobre los muchachos del 56, que "la vida es sólo fantasía"—pero claro, quién se lo iba a tomar en serio. Harari lo expone con mucho más detalle y contundencia. Sí habría que recordarle empero que los constructivistas como Berger y Luckmann ya describieron de modo magistral la construcción simbólica de la realidad social, en un libro crucial, La construcción social de la realidad, del que aquí comento una idea nada más: el problema de quién define la realidad.
Y, en fin, sin quitarle mérito a Harari, hay que traer a colación otro libro de título muy parecido al de Berger y Luckmann, La construcción de la realidad social del filósofo del lenguaje J. R. Searle (1995), que también nos informaba sobre la naturaleza convencional de las realidades en que habitamos. Aquí hay unas notas que lo resumen. Partía Searle en su teoría de los actos de habla de una distinción entre hechos brutos y hechos institucionales, y acabó desarrollando una teoría lógica de los hechos institucionales, su naturaleza y su origen, y sobre la creación y mantenimiento de instituciones.
Searle ha expuesto en diversas conferencias su su particular versión del constructivismo. Aquí transcribo (en inglés) una sobre La unidad de la realidad: Por qué vivimos en un mundo como máximo. Es recomendable la perspectiva de Searle, como la de Goffman, Berger y Luckmann, o la de Harari, para quien tenga un interés en investigar la auténtica sustancia de la realidad que habitamos. Aunque se corre el peligro de que esa sustancia se vuelva un tanto evanescente al estudiarla.
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