Sucede, especialmente en verano pero también en invierno, que muchos hombres desarrollan una visión rayos X, de función especializada, capaz de ver en concreto a través de la ropa de las mujeres, no con toda la claridad que podría encontrarse en Supermán, pero sí la suficiente como para proporcionar una percepción bastante clara de la ropa interior que usan ellas. Por cierto, no hay suficientes datos que indiquen que las mujeres también puedan desarrollar este tipo de visión, y todo hace pensar que en los casos en que se dé la claridad de la imagen es mucho más imperfecta.
A la estacionalidad veraniega, y a la división por sexos, contribuyen varias cosas. Primero, obviamente, la mayor ligereza de las ropas de verano y quizá una tendencia femenina (no estadísticamente comprobada) a llevar ropa interior de colores vivos junto con una frecuente tendencia a los colores claros en la ropa exterior. Esto explicaría la nitidez especial de algunos casos. Es sabido por otra parte que la ropa de mujer tiende de por sí a la transparencia o translucidez, especialmente en verano, y que una parte importante de lo que caracteriza a la feminidad del atuendo es su inestabilidad—zapatos de mal equilibrio y andares raros, faldas que se descolocan, escotes que se abren más de lo supuestamente previsto, etc. Todo esto tiende a favorecer la visión en rayos X. Es, podríamos decir, su interpretación simple o materialista. Son hechos bien conocidos, siquiera intuitivamente, y para muchas personas esta interpretación materialista es explicación suficiente del fenómeno.
Suficiente, esto es, si le añadimos un ingrediente que venimos presuponiendo nosotros y estos intérpretes "materialistas": la calenturienta imaginación, en invierno y en verano, del varón que aplica su mirada punteada a esas señales casi imperceptibles, cuando no emitidas con luces de neón.
A la interpretación materialista quiero sumarle la idealista, o constructivista, pues también puede haber idealismo en estos asuntos, y es constructivo intentar verlo así. Y en esta referencia a la imaginación calenturienta del varón vemos un primer paso hacia una visión más idealista del fenómeno—una visión en la que interviene no sólo el objeto y sus supuestas objetividades, sino el sujeto y su acción activa en la construcción del objeto (no sólo de la mujer-objeto).
Me refiero a que el campo visual no es, frente a lo que nos podría hacer suponer la "visión materialista" de la visión, un fiel reflejo de lo que hay "ahí delante." La visión no es mimética sin más—o, si prefieren, la mímesis no es "fotográfica" o literalista, sino resultado de un proceso de construcción. Lo que vemos no es el mundo real. Diría que es el fondo de nuestra retina —por mucho que parezca estar allí delante. Pero es que ni siquiera eso. Ateniéndonos a la interpretación Matrix de la neurología cognitiva, lo que vemos es un sistema de representaciones generado por el cerebro. Son bien conocidas las ilusiones ópticas por las cuales construimos los colores de las cosas en un proceso interpretativo relacional, por ejemplo en el tablero de ajedrez de Adelson.
Por el mismo procedimiento, la activación de la visión rayos X produce, de por sí, una mayor inestabilidad en el objeto percibido. Éste se descompone y recompone en un puzzle de posibilidades de percepción, y el cerebro mismo aporta las imágenes más relevantes para la construcción de la Gestalt buscada. Es decir, hay un continuo entre todos estos fenómenos que hemos mencionado como input material objetivable, y la activación de esquemas selectivos y de atención que no obedecen a la aportación del objeto, sino a la del sujeto. Hay una retroalimentación entre diversos contenidos procedentes de la memoria, de la proyección de esquemas predictivos y anticipativos, y de patrones de atención sin más—que no sólo potencian la información relevante, también en bucle retroalimentativo, sino que (en una maniobra inversa) silencian o pasan al trasfondo la información no deseada— pongamos, en este caso, la existencia de una falda insuficientemente transparente. La atención filtra una ligera variación de tonos en la ropa, un juego de pliegues ligeramente irregular. Y, presto, la falda se vuelve más transparente, o la blusa desaparece.
Esta visión en rayos X no es sino un caso especialmente llamativo de un proceso más general por el cual construimos, proyectivamente, la realidad que habitamos. Los objetos (estromas, que dice Gustavo Bueno) que constituyen nuestro mundo cognitivo no vienen de fuera, sino que son de modo generalizado el resultado de una interacción entre la información sensorial y su organización cognitiva. Los antiguos creían que el ojo "proyectaba" la luz sobre el objeto, o su imagen misma, a modo de una pequeña cámara cinematográfica de las que no conocían. Quizá sea una manera ingenua pero intuitiva de reconocer este hecho que va más allá de la visión rayos X: la visión Matrix, que crea la ilusión de una realidad por la que moverse, una realidad que nos parece física, cuando en realidad es informacional e interaccional. Relegamos la atención prestada a la realidad física, y pasamos a habitar en una realidad de naturaleza informacional, una realidad aumentada generada por este Google Glass que llevamos incorporado: habitamos un mundo simbólico construido por nuestro acondicionamiento cultural, nuestros esquemas interaccionales, y nuestros hábitos perceptivos— y lo retroalimentamos, lo construimos continuamente, con nuestras expectativas y nuestra imaginación, a modo de predicción autocumplida.
De ello parece seguirse, también, que la capacidad y agudeza del visionado en rayos X puede desarrollarse con la práctica, y que sin duda hay auténticos expertos en ello, con superpoderes que apenas columbramos.
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