Tiene Bueno una idea de lo que es el
Estado demasiado idealizada, como si fuese un sistema racional en el
que se puede fundamentar el Derecho, etc. Como si no hubiese
contradicciones objetivas también en los Estados.
Desacredita también a la etología como la filosofía última de la
guerra, sólo porque hay otras perspectivas no reducibles a ella. Pero
es que hay unas perspectivas más básicas o fundamentales que otras, y
la economía, religión, economía, teoría militar, estratégica, etc. de
la guerra, han de explicarse con una comprensión previa de la etología
humana. La teoría del cierre categorial, si se entiende como una manera
de aislar las disciplinas en sí mismas, sin atender a la fundamentación
de unas explicaciones en el marco de otras, tendrá unas limitaciones
inherentes. Eso mismo le lleva a rechazar acertadamente el dar carácter
trascendental o metafísico a la categoría de la guerra, esa deriva que la saca absurdamente
de su propia definición en el nivel de fundamentación que le
corresponde propiamente, distinguiendo entre usos literales y
metafóricos, y pasaría a confundirlos todos.
Pero el lugar donde la ubica propiamente Bueno, a la guerra, es como
fenómeno político, con lo cual restringe inadecuadamente (e
incoherentemente) su análisis, e impide conceptualizar la violencia de
grupo más allá de la categoría del Estado.
Antes del Estado estuvo... el estado, al que se refiere Maquiavelo en El Príncipe, a saber, la dignidad y poder de los diversos príncipes y jefes, y su posición jerárquica. Y este estado sirvió de fundamentación a las guerras y enfrentamientos organizados de grupos tribales que hubo durante miles de años, antes de la aparición gradual de los Estados en su forma actual.
La forma y naturaleza de la guerra evoluciona igual que evolucionan las formas de organización humana, y donde hay evolución difícilmente puede hacerse un corte conceptual nítido entre las formas sucesivas, que es lo que querría hacer Bueno limitando y perfilando en exceso la definición de la guerra.
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