Sin embargo, y como hemos hecho en muchas ocasiones, no podemos pasar por encima de pruebas empíricas que nos indican lo contrario. Ningún planteamiento científico puede ignorar las evidencias que pueden llevarnos a una explicación concluyente sobre esta posibilidad, aunque nos parezca atrevida o extraña.
El descubrimiento en el yacimiento de la Sima de los Huesos, en el complejo de la Sierra de Atapuerca, de los restos esqueléticos que componen el oído medio, así como cráneos completos de Homo heidelbergensis, nos ha permitido al equipo de investigación reconstruir el conducto auditivo.
La capacidad auditiva
La restitución digital primero, y mecánica después, nos ha puesto en disposición de decir que con mucha probabilidad esta especie oía en banda ancha, como lo hacemos nosotros. Desde luego, si esto era así, parece obvio que era por que se emitía un lenguaje parecido al de los humanos anatómicamente modernos.
Siempre se había concebido que la posibilidad del lenguaje en primates humanos estaba relacionada con las áreas de Broca y Wernicke, así como con la posición respecto al cuerpo de nuestro cráneo y su conexión a través del foramen magnum, lo que indicaría que era plana para la base del cráneo. También tendrían a ver la morfología del hueso hioides y la estructura del tracto vocal.
Este conjunto de rasgos morfológicos eran el dogma del conocimiento sobre si los homininos que nos precedieron eran, a nivel del habla, como nosotros. Pero nadie había estudiado a través de pruebas indirectas, como la audición, para poder establecer una hipótesis del habla en especies humanas fósiles.
Malas noticias para los colegas que piensan que solamente nuestra especie está preparada para entender el mundo, pues parece ser que esto es algo asociado a nuestro género y, por lo tanto, todas las especies, independientemente de la antigüedad han dispuesto de esta capacidad en menor o mayor medida. Se trata de un potencial evolutivo que aún no conocemos bien, pero que descarta a los Homo sapiens como únicos.
Este razonamiento parece generalmente aceptado por el equipo de Atapuerca, y ya critiqué algunos de sus aspectos criticables en un comentario a una conferencia de Ignacio Martínez. En sustancia: es plausible la coevolución de la función y el órgano; sin embargo, también podría ser que el desarrollo del lenguaje fuese un caso de exaptación, una función colateral desarrollada para un órgano que ha coevolucionado con otra función. O, dicho de otro modo: para el desarrollo del lenguaje hace falta poder producir sonidos articulados; pero el hecho de que se disponga de un órgano capaz de producir sonidos articulados no quiere decir necesariamente que (ya) se haya desarrollado la capacidad lingüística—si no no habría loros, pongamos.
Lo que querría añadir ahora sobre el razonamiento que vemos en este y otros muchos artículos sobre el origen del lenguaje, la evolución humana, etc., es, paradójicamente en científicos evolucionistas, una tendencia a ignorar una importante característica del evolucionismo: que no hay diferencias tajantes entre las especies, sino transiciones graduales. Por supuesto Carbonell lo sabe y lo dice, cito de su tercer artículo sobre "Homo sapiens":
"Todos sabemos que las adquisiciones humanas son progresivas en el espacio y en el tiempo, pero que surgen de un potencial evolutivo de un primate que hace 1,8 millones de años empezó a incrementar el volumen de su cerebro y la complejidad e interacción del material neuronal que contiene."
—y sin embargo desde el momento en que hablamos de la aparición de "la conciencia" o "el lenguaje" o "el razonamiento complejo" o "la teoría de la mente" o "los ritos funerarios" o cualquier otro rasgo que se considere exclusivo y caracterizador de nuestra especie, se tiende con frecuencia a hablar de ese rasgo como si viniese en un package deal, ya hecho y complejo, y como si no estuviese él mismo sujeto a evolución. Quiero decir que la clave no está en si nuestros remotos ancestros a nivel de homo erectus o de homo heidelbergensis podían hablar, cosa que se podrá demostrar plausiblemente dentro de un orden—pero que no es la clave. La clave no está en ninguna parte, porque está en los detalles: no si hablaban, sino qué se decían, y cómo. Es decir, la transición gradual de la comunicación animal al protolenguaje, y (al nivel que discutimos) del protolenguaje al lenguaje.
Muchas cosas interesantes se pueden decir al respecto (y por ejemplo las dicen Derek Bickerton, o Terrence Deacon) pero las estructuras lingüísticas y discursivas fosilizan mal, y todo a este nivel es mucho más conjetural de lo que se pueda decir sobre la estructura del cráneo o del oído interno. El lenguaje evoluciona con sus propios fenómenos emergentes de naturaleza lingüística—y mal podemos (al menos de momento) especular con fundamento sobre cuándo surgió la estructura sujeto-predicado, o los adverbios, o la adjetivación. Aunque sí se pueda seguir el razonamiento que sigue las fases necesarias que van de lo simple a lo complejo—por ejemplo, que las oraciones simples preceden a las oraciones complejas, aunque la manera en que las preceden puede que no sea tan simple como podría parecernos a primera vista. (Me refiero a que, por ejemplo, las bases semánticas de las estructuras adversativas o disyuntivas están ya en la lógica de la acción, al margen de su expresión precisa en forma gramaticalizada).
Lo mismo que en el lenguaje, podemos hablar de la emergencia gradual y compleja de fenómenos como los rituales, la tecnología, etc. No hay una especie "con lenguaje" sin más (pues todos tenemos más o menos lenguaje) precedida de una especie "sin lenguaje" sin más. Y hasta ahí de acuerdo con Eudald Carbonell—pero debemos evitar el pensar que el hecho de que otras especies pudiesen hablar algo haya de conllevar que sea un lenguaje propiamente humano el que tenían, o una cultura humana.
Humano en sentido de Homo, naturalmente. Pero humano en sentido de Homo sapiens, parece redundante decir que sólo lo es el Homo sapiens. Y ya estamos concediendo demasiado, pues el Homo sapiens tampoco nace sapiens, sino que se hace sapiens. E incluso (verdad desagradable) es más o menos humano en tanto que complejamente humano—es un piadoso mito contemporáneo, por ejemplo, ese de que todas las lenguas son igual de complejas y todas las culturas igual de complejas (como coletilla que a veces se añade al "igual de respetables"). Todo es respetable, en sustancia y así por generalizar en plan buenista, pero algunas cosas son más respetadas que otras.
Es respetable también que Carbonell y sus socios de Atapuerca quieran potenciar la importancia y relevancia de su proyecto, arguyendo que se refiere no a una vía muerta de la evolución hacia la humanidad (Heidelbergenses, Homo antecessor) sino a humanos como nosotros, sólo que primitivos. Es de hecho un interés "creado" que si bien puede distorsionar algún elemento de interpretación del proyecto (colocando a los Antecessores con demasiada osadía como antecesores nuestros), también le añade una dimensión interesante—pues les lleva a buscar y mostrar la presencia de elementos "humanos" en especies próximas pero no sapiens.
En suma, que no hay que olvidar que el lenguaje no viene "en bloque"—sólo Chomsky parece concebirlo así, con su tendencia infalible al ahistoricismo. No hace falta sólo desarrollar por evolución emergente la "capacidad de lenguaje", sino también el lenguaje en sí, el lenguaje en acto y no en potencia. El lenguaje es más o menos, se desarrolla, evoluciona; se puede hablar y dar voces sin decir gran cosa de modo coherente. Desarrollar la complejidad de un lenguaje y de un universo cultural del cual hablar es labor de toda una historia, y de una prehistoria.
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