La realidad, según se mire, está en el mundo o está en la mente. Hablaremos aquí de idealismo, realidad, y marcos conceptuales.
La teoría del conocimiento tradicional oscilaba entre dos polos: el idealismo, según el cual la mente no conoce sino una realidad de naturaleza ideal, y el realismo, según el cual la mente conoce una realidad exterior a ella. Sirvan de ejemplos extremos el platonismo y el materialismo histórico. Tales extremos piden por supuesto algún tipo de síntesis dialéctica. Y una síntesis que no puede dar una fórmula igual para todos los tipos de conocimiento o de percepción. Las formas de la sensación simple son más interpretables según la fórmula realista—con la sensación yendo del objeto al sujeto de conocimiento—y constituyen también la base común de conocimiento y sensación que compartimos con los animales que se nos asemejan.
Pero la manera en que estas sensaciones se agregan para formar objetos de conocimiento ya está más mediada por una actividad cerebral compleja. Es a esto a lo que se refería sin duda Descartes cuando, en la segunda Meditación, lo ponía de manera un tanto maximalista: "Ahora sé que ni siquiera los objetos son percibidos estrictamente hablando por los sentidos o por la facultad de la imaginación, sino sólo por el intelecto, y que esta percepción deriva no de que sean tocados o vistos, sino de que sean entendidos". Así, vemos un árbol, pero el árbol que vemos es y no es el árbol que ve el perro. La raíz del árbol, podríamos decir, es la misma, pero en nuestra experiencia el árbol tiene unas ramificaciones que no tiene el árbol del perro.
Una cosa la vemos realmente no cuando la tenemos delante de los ojos, sino cuando la vemos realmente. Cuando la miramos, para empezar, centrando en ella nuestra atención, y cuando la entendemos. Así podemos entender muchos objetos cotidianos de manera distinta a sí mismos, cuando están asociados mentalmente a otros objetos (u otros momentos, etc.). Desde el punto de vista idealista, es la mente la que proyecta el concepto sobre el objeto–sobre el objeto primariamente percibido—para perfilar su percepción, y ubicarlo en una red mental de relaciones que lo sitúan y explican.
Cuanto más compleja es la red de asociaciones mentales que va unida a un objeto, más complejo se vuelve éste, más se aleja de una mera colección de impresiones. Se crea la identidad del objeto, no sólo como tal objeto ("un árbol", "un coche", "una casa", etc.) sino como este árbol, este coche, esta casa, con una red de asociaciones irrepetible, una historia y una identidad que los individualizan para la mente que establece esa red de relaciones, o para el grupo social que colabora para convertir a ese objeto físico en un objeto mental colectivo, un objeto cultural, un icono de especial significado por ejemplo.
De este modo los objetos del mundo cultural son mucho más mentales—producto de una mentalidad compartida—que meramente físicos. Y a esto me refería en parte cuando hablaba de la realidad virtual en la que habitamos, generada en gran medida mediante el lenguaje y la red de discurso que tejemos en torno a los objetos. Red de palabras, pero también de relaciones sociales. El mismo objeto o situación son y no son los mismos, según cómo se interprete, o según la perspectiva que se proyecte sobre ellos.
La identidad de los objetos, y la atención que les prestamos, está gestionada colectivamente. En mayor o menor medida—también hay asociaciones que llamamos privadas y que son parcialmente privadas, mientras que otras son evidentemente públicas y colectivas. La experiencia humana de la consciencia no viene de la mera percepción (del objeto hacia el sujeto), sino de la atención del sujeto al objeto: la proyección de un concepto, un marco conceptual interpretativo, o una estructura narrativa que sirve para ubicar e interpretar al objeto. Proyección de la mente "hacia el objeto" por así decirlo, o de la mente hacia sí misma, o hacia otras mentes, mediante el lenguaje u otros sistemas de representación.
Por eso las representaciones añaden valor al objeto—por eso un objeto representado normalmente atrae más la atención que el objeto material mismo, y así la pintura modifica nuestra percepción de la realidad, y la fotografía nos hace más conscientes del objeto fotografiado. La experiencia misma de la consciencia proviene de este juego complejo de ideas y representaciones, y así los medios de representación, y su uso colectivo e intersubjetivo, contribuyen a crear el mundo en que habitamos como una realidad virtual—realidad ideal, o paisaje mental.
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