Me pregunto en qué sociedad está pensando Zygmunt Bauman, por contraste, cuando habla de que en nuestra sociedad hay carencia de pensamiento crítico. ¿En qué sociedad ha habido jamás abundancia de pensamiento crítico —o más abundancia de pensamiento crítico que en la nuestra? ¿Quién ha echado en falta jamás, al margen de los filósofos mismos, a los filósofos? Naciones enteras, generaciones enteras, civilizaciones enteras de seres humanos viven y mueren sin que en sus anales quede rastro de un mínimo intento de reflexión teórica sobre lo que son o lo que hacen. Es el estado natural de la humanidad, si puede decirse que la humanidad tiene un estado natural. El pensamiento crítico es, como decía Oscar Wilde, un desarrollo gratuito y justificado en sí mismo. A la gente no le ayuda ni a cultivar más judías ni a ser más feliz, y tanto la producción de alimentos, como la de felicidad, son prioridades más urgentes. Como lo es cualquier ritual o icono que cree comunidad y atención colectiva—más que remotas reflexiones que dividen las mentes entre sí, en lugar de unirlas. No es extraño que la humanidad sea, en general, refractaria al pensamiento teórico-crítico. Somos todos, pero especialmente los filósofos, un lujo inútil, una lovely rose que se contempla a sí misma en un panorama desolado.
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