Un tema importante en Mantícora, de Robertson Davies,
es el de la búsqueda de la relación con el padre, por parte del
protagonista y narrador, David Staunton.
Staunton, abogado alcohólico y solitario, agobiado por su familia rica y por verse desheredado. Tras una relación difícil en vida con su padre Boy Staunton, mezcla de rivalidad y admiración, sufre una crisis debida a la muerte traumática de éste—al parecer un suicidio, pero en extrañas circunstancias.
Apareció Boy ahogado al volante
de su coche, y con una piedra como un huevo de granito en la boca. Siguió a eso una escena de pesadilla grotesca con el cadáver, durante
el velatorio, que mejor es leerla. Y todo esto trauma un tanto al
narrador, aunque se las da de tipo emocionalmente curtido.
—Sí, esta piedra.
Se la tendí, colocada sobre el pañuelo de seda en el que la llevaba. Era la prueba "A" en la investigación sobre el asesinato de Boy Staunton: un trozo de granito rosa, canadiense, más o menos de la forma y el tamaño de un huevo de gallina.
Ella la examinó con atención. Luego, despacio, se la introdujo en la boca y me miró solemnemente. ¿O no fue solemnemente? ¿Hubo un destello en su mirada? No lo sé. Demasiado me desconcertó lo que había hecho para saber, encima cómo lo hizo. Se la sacó, la limpió cuidadosamente con el pañuelo y me la devolvió.
—Pues sí, se podría hacer —dijo. (21)
La piedra tiene una curiosa historia en la trilogía de Deptford: se la
tiró Boy al narrador de El Quinto en
Discordia, el profesor Dunstan Ramsay, cuando eran niños, dentro
de una bola de nieve. Y éste
la guardó durante años—siempre un personaje secundario entre
bambalinas, en las vidas de Boy, de su esposa y de David.
Falló el tiro Boy, con la piedra en la bola de nieve, y le dio a una mujer embarazada, que como consecuencia dio a luz prematuramente al que será el narrador de la tercera novela, Mundo prodigioso, el mago Magnus Eisengrim. Cincuenta años después, tanto Eisengrim como Ramsay darán a David pistas sobre la muerte de su padre, y lo guían en cierto modo hacia sí mismo y hacia su psicoanálisis.
Y al final de Mantícora, Ramsay le coge la piedra
a David, que siempre la llevaba encima, y la tira por un
precipicio—liberándolo así simbólicamente del peso del pasado. O de una
cierta relación con el pasado. También le da Ramsay una importante (y
ambigua) respuesta a David cuando éste le pregunta si en realidad es
él, Ramsay (y no Boy) su padre:
Está claro que uno de los padres elegidos por David es (como su nombre indica) Pargetter, un complejo y solitario personaje, ciego, profesor de leyes en Oxford, que juega múltiples partidas simultáneas de ajedrez por correspondencia, almacenando eso y mucho más en su memoria prodigiosa. De la feísima amiga de Ramsay, Liesl, también aprenderá David cosas que le sacuden la personalidad. Y el psicoanálisis lo ha desbloqueado, verbalizar sus experiencias le ha permitido ir más allá del que se creía que era—y el final de la novela está abierto al futuro (aunque continuará en Mundo prodigioso).
Y, hay que preguntarse, no sólo quienes son los varios padres imaginarios de cada cual, los elegidos y los no elegidos—porque contrariamente a Staunton no creo que sea cuestión de elección, normalmente, sino más bien de inevitabilidad. Y si elegimos, es una elección que era inevitable, siendo cada cual quien es en cada momento. No sólo, digo, quiénes son los padres, sino también quiénes son los abuelos, los padres espirituales que el destino asignó a los padres espirituales de cada cual. Esa sí que es una red social virtual, que nos liga al pasado y a los demás no con el ADN sino con el lenguaje, el pensamiento, y el mundo imaginario que vamos construyendo y en el que acabamos viviendo.
T. S. Eliot hablaba algo al respecto de ésto, en "La
tradición y el talento individual", al respecto de que un escritor
comienza sometido a alguna influencia dominante, hasta que va sufriendo
otras fuertes influencias y va construyendo su personalidad a medida
que se despersonaliza. Al final (y esto lo añadió Harold Bloom, sin
mencionar a Eliot) negará al más influyente de sus padres, y la mayor
influencia que tiene no la mencionará—estará presente de modo invisible
en su escritura, vale decir en su personalidad.
Nadie conoce de entrada el mundo en el que nace,
como nadie conoce a su padre. Pero acabamos habitando en él cuando lo
conocemos, de manera diferente, y también lo hemos adaptado a nosotros,
lo hemos hecho nuestro. Como hacemos nuestro a nuestro padre, al menos
en parte, con el tiempo, y el padre de nuestro cuerpo se vuelve también
el padre, o uno de los padres, de nuestra mente.
Yo no he tenido tantos
problemas como David Staunton en ese sentido, pues mi padre fue además,
desde el principio, mi maestro—y el más influyente, supongo. Pero
él no lo tuvo tan fácil: la historia de mi padre fue más complicada, y
tuvo que hacerse con su padre poco a poco, en su ausencia y la
distancia, muchos años después de que él muriera en la guerra. Fue, me
parece, asunto de toda una vida. Y así mi abuelo llegó a ser mi abuelo,
como el otro que conocí de niño, el padre de mi madre. Pero averiguar
quiénes fueron otros padres, y otros abuelos, habría que escribir otra
trilogía de Deptford, o un estante de ellas.
Y un corolario de todo esto, quizá, es que hay dos tipos de padres
espirituales, como puede haber de padres del cuerpo: los que conocemos,
y los que no. A veces tampoco identificamos bien a las personas que más
nos han influido, sea directamente, sea a través de nuestros padres—y
algunas de esas influencias sólo es capaz de verlas algún buen
observador, uno que no esté implicado en la relación, y que se halle a
distancia suficiente.
Sobre el mundo imaginario de cada cual, una última cita. En esto sí me
parezco más a David, cuando su mentor Pargetter le reprocha su mal, sus
tendencias solipsistas, ser una persona "cuyo credo es esse in intellectu solo":
Yo al frasco le doy menos que moderadamente—y sin embargo, hay otras
maneras de enfrascarse. En la lectura, por ejemplo, o en la escritura.
Cuando mi padre me veía encerrado con mis libros, me decía "Ya estás
otra vez con la droga...". Mi
padre no leía ficción, al igual que no aguantaba las películas.
Tantas
horas que se van, dedicadas a los espejismos de las palabras. Pero
puestos a leer, Robertson Davies está realmente bien. Y su ficción en
la trilogía de Deptford se basaba, cómo no, en su propia vida,
convenientemente transformada, la que, como la biografía de Eisengrim,
expresa no la literalidad de las cosas, sino su verdad esencial—es
decir, el mundo imaginario que él se hizo, y que estaría distorsionado
por lo que pasaban por ser los hechos.
Sigo tu blog, tal y como te dije.(Seleccionando los post que están más al alcance de mi inexperto entendimiento...)
ResponderEliminarY lo hago por lo que dices, por lo que sabes y por cómo lo muestras. Pero sobre todo porque cuando me voy tengo la sensación de haberle ganado tiempo al tiempo.
Saludos de Lux
Uau, ¡gracias, Lux! Ya puedo decir que al menos algún lector me ha dicho lo que cualquier escribiente querría oír. Así que me das buenas noticias :)
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