sábado, 22 de enero de 2011

De dioses y hombres


Pues no me ha gustado tanto como esperaba la película de Xavier Beauvois, "Des hommes et des dieux."  Síntesis para quien no sepa de qué va: Unos benedictinos franceses viven en un pequeño monasterio de un pueblo de Argelia, a mediados de los años 90—tienen excelentes relaciones con la gente del pueblo. Pero empieza a haber asesinatos fundamentalistas que horrorizan al gobierno, a la población y (claro) a los propios monjes. Tienen miedo y dudas de si correr el riesgo de seguir, o si marcharse por no arriesgarse al "martirio". Deciden quedarse, no por voluntad de mártires sino por seguir su trabajo y su vocación, sobreponiéndose al temor. Al final, son asesinados (todos menos dos que se esconden a tiempo). Unos títulos de crédito finales nos informan sobre la realidad de la película y el destino de los personajes.

La película tiene la Palma de Oro de Cannes de 2010, o sea que muy mala no va a ser, partamos de eso. Pero es excesivamente lenta, minimalista, basando gran parte del argumento en los rituales estáticos de los monjes, que a ellos (y al espectador por identificación) le comunican serenidad, estabilidad, buena voluntad y paz de espíritu. Está muy bien logrado el retrato de la comunidad, sus relaciones con los vecinos, la confusión que rodeó a las matanzas de Argelia—no quedaron bien explicadas entonces, no las interpreta más la película, no se entienden aún hoy, y seguramente no hay quien las entienda. El conflicto humano consiste en el compromiso que retoman los monjes con su fe y con su elección de vida, cada cual con sus matices—hay quien ha perdido la fe, hay quien no tiene otra vida a la que volver... en realidad ése es el caso de todos. Al principio, el abad, Christian (nombre casi propio de Pilgrim's Progress), un punto iluminado, impone a los demás la decisión de quedarse y de no pedir protección policial. Se lo reprochan—y llegan a entederse, y los que tenían dudas eligen quedarse. Los conflictos en la comunidad son tan minimalistas como los cantos religiosos de la banda sonora y como la vida austera de rezos y trabajos que llevan. En la fila de atrás comentaba un espectador despistado a su vecino "Pues de tías no es la película precisamente"....  En muchos aspectos, en el retrato de una comunidad religiosa bajo el terror, en las actitudes ante la muerte y de renovación de compromiso con la vocación, parece la película una adaptación o remake de Diálogos de las carmelitas de Georges Bernanos.




Bien, pues hasta aquí, cine de cineclub, acción lenta y repetitiva, visión religiosa y modestamente abnegada ante el mundo y ante los dilemas de la vida y la muerte, le dan el premio, todo bien. No es el cine que más me va, pero pase.

Lo que no me ha gustado es algunos gestos estilísticos que llevan al director a ser más papista que el papa, o sea, más buenista que los monjes mismos, en su representación de los terroristas y de la actitud de los monjes hacia ellos. Los monjes son buenistas, a la vez que resignados y críticos con la violencia ambiental que enfrenta a los terroristas con la sociedad. Bueno, críticos podrían ser más—pero un monje no está sobre todo para ser crítico, sino supongo que para aceptar lo que ellos interpretan como la voluntad de Dios. Dicho sea de paso que interpretar la vida como resultado de la Voluntad de Dios es la mejor receta para una empanada mental que te impida entender nada en el mundo, y lleva inevitablemente a la renuncia de todo lo terreno porque acaba siendo un valle de lágrimas—los monjes viven orientados al más allá imaginario, viviendo por anticipado la redención y la salvación y compensando con eso la frustración de sus vidas reales, a las que por así decirlo han renunciado por anticipado.  Una receta vital lamentablemente errónea, esta de vivir en el otro mundo (para mí, no para la película), y remito a la crítica que hace Nietzsche de estos mundos transcendentales. Claro que los monjes también han de seguir viviendo en este mundo, y sus acciones han de seguir teniendo sentido humano a pesar de estar con un pie fuera de la realidad. Este mundo nuestro está hecho, en gran medida, de personas que actúan según normas de mundos imaginarios en él incluidos—los fundamentalistas también, por ejemplo—y en este sentido los monjes son muy preferibles. En sus propios términos, ni siquiera son mártires vocacionales, aunque tenga gran dignidad y aún mayor mérito su elección de seguir allí. En este sentido no critico a los monjes ni a sus opciones (una vez aceptado que son monjes). Pero sí a algunas cosas que hace el director con ellos. Acepto también como maniobra retórica cristiana el paralelismo que hace entre la pequeña comunidad y Cristo con sus apóstoles—ver ilustración—aunque Christian es, claro, un Cristo muy humano, limitado y falible. Medita sobre su influencia en las vidas y destinos de sus compañeros, pero elige el camino de la coherencia y del riesgo, antes que la retirada o que doblegarse ante el terrorismo, y acepta su destino aunque no lo hubiera deseado. Ahí poco que criticar, aunque dan pena estas gentes, cuya identidad depende tanto de su grupo, no tiene en realidad ningún otro asidero, que unos por otros acaban tomando una decisión que les resultará fatal, no buscada pero no prudentemente evitada tampoco.

Pero el director va más allá, y presenta a los monjes como casi equidistantes entre los terroristas y el Estado argelino, o igualmente ajenos a ambos. La policía es desagradable, se sugiere que es opresiva y brutal—aunque de modo poco coherente, porque aquí no se les muestra en realidad oprimiendo a la población. Matan a un líder terrorista, y les parece mal que Christian rece por él. Tienen pocas contemplaciones con la gente—pero se nos dice que la gente es a los terroristas a quienes odian, porque los masacran indiscriminadamente. No parece apropiada una equidistancia, ni los gestos del director de contemporizar con esas bestias con dos patas que van degollando extranjeros o nacionales, mujeres u hombres, musulmanes o cristianos. Son los bandoleros de siempre, matones subidos de testosterona y bajos de empatía, que aquí cuentan además con ciertas esperanzas de apoderarse del poder y poner a todo el país a bailar a su son. Quienes los condenan sin paliativos son los más lúcidos o elocuentes miembros de la comunidad musulmana. Pero la película contemporiza con ellos: pasa de mostrarlos bajo esta luz—canalla sanguinaria— a presentarlos como unos guerrilleros en lucha contra un régimen opresivo—para al final, identificarlos casi con los monjes en un destino común. La película termina con una fila abyecta (nunca personas han andado así en fila) de monjes y terroristas perdiéndose en la niebla—compartiendo una humanidad por así decirlo, y la voz en off los perdona en boca de Christian, cosa que, puestos a perdonar, se le perdona a un monje, pero no a un director de cine. El director no es monje que yo sepa, pero es un buenista occidental, de eso no me cabe la menor duda, y está más que dispuesto a hacer gestos de cristianismo excesivo para decirnos que estas bestias pardas del kalashnikov son sólo pobres pecadores que merecen el perdón tan pronto como cualquiera, o antes. La procesión que se pierde en la niebla parece que vayan rezando juntos y en paz, pero unos son los que van a cortar la cabeza del que va con ellos, y otros a que se la corten mansamente. El tono es, trágicos pelillos a la mar, aquí estamos todos en la Tierra cada cual con sus penalidades y pasando nuestro calvario, pero en el Cielo todos nos reconciliaremos. Es ofensivo y grotesco que una película sobre este tema adopte este tipo de buenismo aguachinado—al menos es propio de una marca de cristianismo que no comparto yo en absoluto.

En otros aspectos de la película se ve esta inexplicable contemporización del director con la peor canalla, por prurito de cristiandad—esforzándose por hacernos entender su humanidad y sus posibilidades (hipotéticas) de redención. Cuando vemos al terrorista muerto, una especie de mezcla entre Barrabás, Jesucristo y el Che. O, también, es un detalle pero afea a la película como un grano, cuando uno de los terroristas heridos se nos presenta en escorzo calcando la postura y perspectiva exactas del escorzo de Cristo muerto pintado por Mantegna. Pues no, señores, de Jesucristo nada tiene ese mozarrón paleto asesino, y la cámara que nos lo intente mostrar bajo esa luz está bastante desenfocada, y los que la premian también. Este tipo de prédicas yo, al menos, las dejo para la Iglesia vasca.

En fin, que el éxito inesperado de la película es, además, poco justificable. Y, por otra parte, debería traducirse el título como Hombres y diosesno De dioses y hombres. Los dioses por cierto se echan poco de ver, a no ser en las fantasías de los hombres; aquí todos son humanos, demasiado humanos, aunque piensen otra cosa. Ya se sabe que los humanos habitamos en un mundo virtual—estos terroristas y estos monjes, aún más que los demás, y es humano hacerlo—pero sólo en eso se parecen unos a otros, y no hay que ponerlos en el mismo saco ni en la misma fila india.

Des hommes et des dieux. Dir. Xavier Beauvois. Written by Xavier Beauvois and Etienne Comar. Cast: Lambert Wilson, Michael Lonsdale, Olivier Rabourdin, Philippe Laudenbach, Jacques Herlin, Loïc Pichon, Xavier Maly, Jean-Marie Frin, Abdelhafid Metalsi, Sabrina Ouazani, Abdellah Moundy, Olivier Perrier, Farid Larbi, Adel Bencherif, Benhaïssa Ahouari. Photog.France: Why Not Productions / Armada Films / France 3 Cinéma, 2010.

 
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