La derecha del caso es que en esta institución pública, llena de funcionarios públicos, supuestamente responsables de sus actos y entendidos en sus respectivas áreas de conocimiento, hay una persona que decide de qué se puede hablar en público, y de qué no. Pero eso no es lo peor, no.
Lo peor es que todos los demás (menos uno) lo aceptan mansamente, y les parece lo más normal del mundo.
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