miércoles, 1 de agosto de 2018

Acomplejamientos y amnesias españolas





A photo on Flickr


Giles Tremlett lleva muchos años de corresponsal extranjero en España, y ha escrito un libro sobre España para anglosajones, Ghosts of Spain (2006). Se presenta como un libro sobre el "pasado oculto" de España, y se abre en efecto con los fantasmas de la guerra civil, la transición y el pacto del olvido, pero pronto pasa a tratar otras cuestiones como el turismo, la política, el flamenco, los puticlubs, el machismo ibérico, los nacionalismos y periferias, la Eta y los desfases entre pueblerinismo y modernidad. Es una visión panorámica de España muy recomendable tanto para extranjeros como para nacionales, por eso de verse un poquito esquinado desde fuera—y aunque toca una variedad enorme de temas y aspectos de la vida del país, podría titularse muy bien "complejos y peculiaridades" de España.

Uno de los complejos es el que estamos ejerciendo aquí: Tremlett observa, agradablemente sorprendido, la importancia que se da en España a la opinión de los extranjeros, sobre todo si son corresponsales como él—tratándolos como autoridades o personas con visión privilegiada, como se hacía con Gerald Brenan, Hugh Thomas, Ian Gibson y otros hispanistas. Buscamos la aprobación del europeo, tanto más si es anglosajón.


A veces la tiene Tremlett, la perspectiva privilegiada—por ejemplo, a poca gente se le ocurre ir el 20-N al Valle de los Caídos a ver a los últimos franquistas en acción; esto es pintoresco. Y también revelador: fuera de allí, Tremlett se las ve y se las desea para encontrar algún ex-franquista en España. Hace cuarenta años, "Franco Franco" a mansalva, y hoy resulta que nadie lo quería ni lo apoyaba. Mucha hipocresía nacional se trasluce aquí—sobre todo cuando los españoles denuncian los pactos del olvido en Argentina o Chile, pero se atienen a su propio pacto del olvido como un gran logro. Claro que en esto hay diferentes opiniones... y se verá facilmente que Tremlett simpatiza a grandes rasgos con la política del actual PSOE. No en vano es corresponsal de The Guardian.

Muchas herencias del franquismo ve Tremlett, aunque ninguna en la superficie (aparte del Valle de Los Caídos). Se podría decir, sin embargo, que la misma forma de las ciudades es una huella del franquismo, aunque Tremlett también lo atribuya a un gusto especial de los españoles por vivir apiñados. Pero Franco está en el desván de la memoria:


Los españoles sentían vergüenza y sonrojo—algunos por haberlo apoyado, otros por no haber podido derrocarlo, y otros simplemente porque existía. Era como un secreto familiar, del cual era mejor no hablar, mejor echarlo al fondo del cajón y dejarlo allí que no hiciese más daño. (66).


El franquismo fue un gran promotor del silencio público, y en muchos aspectos sigue persistiendo ese silencio por debajo de la juerga y la palabrería. Sigue la pista Tremlett a los desenterradores de fosas comunes, a los maquis, y a los socialistas que vuelven a la "memoria histórica" ante la resistencia de la derecha.  La gente mayor sigue bajando la voz para hablar de la guerra civil.

"Me dijo el historiador Vinyes que los antiguos prisioneros a los que entrevistaba a veces le pedían que apagase la grabadora, o cambiaban repentinamente de tema, si aparecían sus hijos. Años de silencio forzoso habían dejado huella. ’Les asustaba contar cosas que pudiesen alterar a la familia’, me explicó. ’El miedo se queda en la sangre’". (64).


Para los aspectos positivos del franquismo, desde luego mejor no consultar a Tremlett—allí no existen: habrá que acudir quizá a uno de los historiadores que cita como "franquistas", Pío Moa.

La Transición fue la continuación del silencio: se caracterizó por un pacto del silencio para no poner en cuestión los acontecimientos de los cincuenta años anteriores. Quizá esta visión de Tremlett también peque de simplista: mucho se habló de la guerra y la república, en los años de la transición. Pero cada época lo hace a su manera, y sí es significativo que sea ahora, cuando mueren los últimos protagonistas directos de la guerra, cuando se vuelve con otro ángulo al tema.

Le llama la atención a Tremlett el quijotismo español con antiguos fascistas y torturadores en otros países, y la distinta vara de medir que emplean con los de la propia España. Aunque también recuerda otra cosa que molesta a muchos aquí hoy: que muchos de los padres de la democracia fueron los propios franquistas. Aunque lo hicieron, claro, a su manera y poniendo condiciones. Amnistía, pero también amnesia—jugando con las dos palabras (76). Así pues, hubo amnistía para los crímenes "contra los derechos del pueblo" anteriores al 15 de diciembre de 1976 cometidos por "autoridades, funcionarios y agentes del orden público"—los esbirros de Franco. Aunque uno podría pensar que muchos de los esbirros (por ejemplo, los que asesinaron a mi abuelo) eran simples matones voluntarios o subcontratados, no "autoridades, funcionarios y agentes del orden público". La represión de la posguerra sí fue más "oficial", con el Estado franquista ya en su sitio. Observa Tremlett que la magnitud de la represión extrañó al propio Himmler durante una visita a Madrid en 1940. Se atiene Tremlett a la cifra de 100.000 víctimas mortales del franquismo desde 1936. Es de notar que no da cifras para el bando republicano.


Más desmemoria: Martín Villa, ahora presidente de un gran grupo mediático, mandó destruir los archivos del Movimiento Nacional en 1977. Otro franquista que sale a flote en todo clima.


Otro episodio mal comentado: el famoso Veintitrés Efe. Se recuerda mucho la frase de Tejero "Al suelo coño" pero poco se repite otro grito de los guardias: "¡En nombre del Rey!" Para despistar, claro, se admite...


El caso es que el famoso Elefante Blanco que iba a tomar el mando nunca se ha identificado convincentemente. Los condenados no fueron los únicos conspiradores—y se les excarceló luego con sospechosa diligencia.  Y los oportunistas y chaqueteros estaban al acecho:


Pero está claro que éstos no eran los únicos conspiradores. Toda una serie de figuras militares, polícas y civiles estaban simplemente esperando a ver qué ocurría. Nunca quedó claro quiénes eran. Está claro que los conspiradores creían que tenían a Juan Carlos de parte suya. Incluso había rumores de que había políticos de la oposición dispuestos para formar un "gobierno de unidad nacional" bajo la jefatura de un misterioso jefe golpista sin identificar, llamado en clave Elefante Blanco. El golpe sigue siendo, hasta hoy, uno de los mayores misterios de la reciente historia española. (87).


Parece claro que la versión de los acontecimientos que se ha convertido en la "versión oficial" popular (el Rey como héroe nacional que deshace el golpe) es muy simplista y que la realidad fue mucho más complicada. Al margen de lo que dice Tremlett: En una reciente entrevista con Jiménez Losantos, el periodista Julián Lago, uno de los más informados durante la Transición, recordaba que hubo una reunión previa de capitostes del PSOE con el general Armada—uno de los candidatos a elefante blanco y prontamente excarcelado luego. Y que en una conversación telefónica en los días previos al 23-F oyó al rey debatir acaloradamente con un tal "Jaime" (¿Miláns del Bosch?) "¡Que no, Jaime, hombre, que eso no lo puedes hacer!". Datos, rumores, especulaciones. Lo que parece claro es que había distintos niveles y desacuerdos y desfases y contragolpes y maniobras de contención ya en los días previos, y que la "sorpresa" de entrar Tejero dando tiros fue sorpresa sólo para algunos. (Recomiendo el libro de Francisco Medina 23F: La verdad [2006]).


"Armada y Milans del Bosch parecían los dos convencidos de que tenían el respaldo del  Rey para formar un gobierno de unidad nacional dirigido por Armada" (88). Y Miláns del Bosch, a Amadeo Martínez Inglés le dijo que había hablado constantemente con el Rey, y que éste siempre le dijo "que debía confiar en Armada". Igual en esa misma conversación telefónica...

"Armada, antiguo tutor y amigo del Rey, fue condenado a treinta años de cárcel en 1983. Cinco años más tarde recibió un indulto. Esto se justificó por razones de mala salud. Sin embargo, pasó a gozar de una vejez pimpante". (88)

Lo que subraya Tremlett es que desde el mismo desencadenamiento del golpe el 23-F el rey siempre se opuso con claridad y con valor a él, "fuese lo que fuese lo que se hubiese hablado antes".

Más muertos al armario: con Vicenç Navarro, Tremlett recuerda los pufos financieros asociados a cuatro amigos y asesores financieros del Rey, e ignorados por las televisiones. Estos acabaron en la cárcel, y extraña el silencio que rodea a estos casos, algo impensable en otras democracias. Parece ser que alguno de ellos amenazó con desvelar líos sexuales del Rey (quizá para asegurarse inmunidad)—pero tocando ahí en otro punto silenciado por la prensa, en este caso haciéndolo pasar por tolerancia o discreción o falta de interés en la vida privada de los políticos.

Y un asunto más de la Corona que se conoce pero no se comenta mucho es la muerte de un hermano del rey al recibir un disparo accidental de Juan Carlos cuando éste tenía 17 años, y su hermano Alfonsito 14. Si bien ésto se comenta y conoce, no se subraya tanto el cambio que supuso en las relaciones entre el Rey y su padre—según la biografía de Paul Preston. Y esto sí que tuvo trascendencia política.

En el capítulo del turismo, el bikini y Benidorm, es interesante la conexión que subraya Tremlett entre la financiación municipal, la construcción ("el ladrillo") y el turismo. Es una espiral de dependencia que conduce a la corrupción institucionalizada y al establecimiento de una economía mafiosa. Bueno, qué vamos a decir. Está en los telediarios todos los días. Tremlett, sorprendentemente, cree que "aunque la corrupción flota libremente en torno a los gobiernos regionales y municipales, no se ha asentado en el núcleo del estado español" (133)… Pero si el núcleo del estado español está en lo local y autonómico, y cada vez más. También trata Tremlett un poco a la ligera el tema del amiguismo, como un rasgo de cultura local o manera alternativa de organizarse y hacer las cosas. No parece plenamente consciente de la manera en que se imbrican en España el amiguismo, corrrupción, construcción y partidismo. Una espiral bastante más perniciosa de lo que parece. Quizá por eso, por la manera en que unas cosas llevan a otras, soy yo tan enemigo del amiguismo, que me produce pampurrias y sarpullidos, tantos más cuanto más simpático sea el rostro con que se presenta. Alegre pisoteo de los derechos de los demás, eso es el amiguismo y el favoritismo y el partidismo nacional. Y de ese no nos libramos—porque es la manera nacional y establecida de medrar. Y quien diga que los catalanes y vascos no son españoles, que se fije en esta manera de hacer y verá que son la España profunda—con el nacionalismo añadido para completar el cóctel de barrer para casa.

Volviendo a secretos y complots nacionales, nos narra Tremlett el GAL y luego el 11-M. Del primero se acuerda de más cosas de las que se quieren acordar los psoecialistas; del segundo nos da estrictamente la versión oficial, hasta declarando que el explosivo fue "Goma 2 Eco" y que no se usó Titandyn—a pesar de las huellas químicas inexplicables. Tampoco le intriga la destrucción de pruebas y vagones, y, en suma, nos ofrece la versión de los cuatro moros indocumentados y confidentes de la policía. Vamos, que para él el caso está perfectamente conocido y resuelto—cuando yo creo más bien que va a pasar como el GAL y el 23-F a la lista de puntos borrosos y oscuros y más complicados, mucho más complicados, que las versiones estándar de los mismos.

Sí da Tremlett una narración bastante equilibrada de la reacción del PP y de Aznar ante los atentados—una reacción poco racional, marcada en parte por el juicio un tanto ofuscado del presidente, contagiado por servilismo a sus seguidores y servicios policiales. Aunque también hubo aquí más corrientes cruzadas de las que caben en un capítulo, o en un libro. Y quizá nunca conozcamos del todo cuestiones importantes relacionadas con estos atentados. Lo que queda claro es que para Tremlett, Aznar no mintió ni engañó a nadie con esta conspiración etarra—como no fuese a sí mismo.  Paradójicamente, la visión de Aznar del extremismo islámico es para Tremlett más acertada en su diagnóstico de Bin Laden et al. que la de otros que no quieren ver esas viejas contiendas y tendencias con el Islam. Aznar como español tradicional antiislamista, y los extremistas a la reconquista de Al-Andalus, formulan en su diagnóstico de la batalla una versión de la realidad sorprendente y paradójica pero que no puede ignorarse a la ligera.

En general, como digo, está Tremlett más cercano a la visión PSOE de la vida. Así, por ejemplo, habla con aprobación de la ley española del aborto—sin interesarse, claro, por el punto de vista del feto ni por las trituradoras de bebés. Y eso que le sorprende agradablemente España como un "paraíso para criar niños", comparada con la antipática Inglaterra, tan hostil a la infancia (Tremlett es "pareja de hecho" con hijos). Bueno, aquí al que no se le tritura se le malcría... Socialmente hablando Tremlett parece aprobar la moral pública "progre", y lleva eso hasta la tolerancia a ciertas cosas que en otros países (y hasta en este en teoría) son delitos. Otra cuestión debatida y controvertida en España, y que no figura prácticamente en este libro, es la cuestión de la inmigración, legal e ilegal. Aunque sí hay una imagen de la Barcelona multicultural como algo que no tiene nada que ver con las ficciones locales de los catalanistas.

Hacia el final del libro sigue la pista Tremlett a los nacionalismos vasco y catalán, y a la ETA. Con respecto a la ETA, por supuesto, habemus postura PSOE. Después de una condena civilizada al terrorismo, tiene ciertos asomos de equidistancia o de buscar justificación a los etarras. Critica los éxitos de la política antiterrorista del PP, y pone sus esperanzas en un "proceso de paz" negociado. Ya sabemos el recorrido que tienen estos buenismos...

Los nacionalismos le parecen a Tremlett fenómenos por supuesto españoles (es de lo que va su libro, de España), característicamente españoles en su enfrentamiento con "España". En otro sitio dice que otro más de los complejos españoles es intentar comprender todo, ver el punto de vista de todos, como si todos tuviesen parte de razón—una tendencia peligrosa, dice. Bien, pues desde luego Tremlett intenta ver la parte de razón de separatistas vascos y catalanes, dedicándoles más atención de la que merecen a cerruzos, mangoneadores, batasunos y terroristas, e insuflándoles más dignidad de la debida. Romanticismo del inglés izquierdista hacia los que se resisten y luchan por su independencia... aunque también aparecen los nacionalismos en las descripciones de Tremlett en toda su egregia estupidez, bajo la mirada extrañada del inglés. Y hasta expone su carácter falsario y pervertido:
"El separatismo lo puedo entender. Es una creencia honesta y directa. La ambigüedad de los nacionalistas catalanes, sin embargo, hace imposible adivinar a dónde quieren ir. También asegura que la tensión entre Madrid y Cataluña no se pueda resolver nunca. Podría variar de grado, pero será eterna. La definición nacionalista de Cataluña así parece requerirlo." (356)

Fantasmas de España...Ya están aquí los fantasmas, y en primera línea de ellos están los nacionalistas que nos aquejan. A Tremlett le han vendido, sin embargo, ese mito nacionalista de los reyes catalanes. Demasiados años en Barcelona... aunque ahora el ambiente nacionalista le parece incómodo.

 Por suerte también hay otras actitudes y actividades en España. En el capítulo de Galicia, aparte de narcos y nacionalistas, también está la historia de éxito de Amancio Ortega, con su estilo propio e imaginativo de llevar un negocio y su desprecio olímpico a las maneras trilladas de actuar en moda, a la estupidez de la alta costura y de la publicidad.  Bravo. Y también le gusta Almodóvar, como a mí, con todas sus contradicciones, como encarnación del contraste brutal entre la España tradicional y la aceleración de la modernidad. A la vez avergonzado y enamorado de su pueblo, como España del pasado que arrastra y que le hace ser lo que es:
"Hay señales, sin embargo, de que España puede que esté llegando a un entendimiento con sus pueblos. Los atascos del domingo tarde para entrar en Madrid o Barcelona están llenos de personas que vuelven de escapadas de fin de semana a los pueblos. Muchos tienen segundas viviendas en los sitios donde nacieron sus padres o sus abuelos." (417).

Obsesión por no ser españoles—por ser europeos, por separarnos de la caspa nacional... o no por ser como somos, a la vez que nos agarramos a ello. Eso nos caracteriza, para Tremlett. Nos hace different.


 

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