Publicado en Música. com. José Ángel García Landa
Bueno, pues Rod Stewart también le sigue dando fuerte, por lo menos a los saltos, a las posturitas y al balón, pues nos hizo su clásico numerito de chutar balones al público, con éxito notable y sin víctimas aparentes. A la voz le pega un poco menos, y es que lo de llevar voz cascada de jovenzuelo vale, pero cuando de viejo se te casca la voz cascada... allí ya fallaba más el fuelle, y se arropaba bien a base de coros de señoras estupendas—tampoco faltó la rubia con piernas más altas que yo tocando el saxofón—y en general la velada fue un éxito, aunque a pesar de que los músicos son muy buenos hubo algún descuido y alguna vez falló el sonido o la coordinación, llegando al desafine total pero sin perder la compostura... Bueno, lo que es el público estaba entregado (la Doctora que me acompañaba, por ejemplo), y se sabían las canciones hasta el punto de corearlas a veces en plan masivo. No me sospechaba yo que siguiese teniendo Rod Stewart tal predicamento pero ya ven, los viejos fans del rock también son duros de pelar. Por cierto, que nos cantó sus éxitos de siempre con alguna versión de sus coetáneos (Cat Stevens, Bonnie Tyler, Van Morrison...) en lugar de los standards americanos que viene vendiendo últimamente. Pero en conjunto optó por el volumen atronador y el arrebato orquestado más que por la sutileza—es a lo que se presta el pabellón. Se le veía bien no sólo por el sistema de arrastrarse hasta primera fila, sino con el asunto de la pantalla gigante que te muestra lo mismo que la escena—y a veces vídeos de él de joven, sus padres, su hijo, su club de fútbol, su barrio... el hombre consigue hacerse simpático y comunicar, desde luego. Me gustó especialmente la idea de poner viejos vídeos de sus conciertos de hace cuarenta años, con camisas pretas de colores, pero igual de feo, y parte de la misma historia. El sistema del vídeo gigante tiene el pequeño inconveniente de minimizar al cantante real y maximizar su imagen virtual, ya no sabes si vas al concierto o a ver la tele; comparas una imagen con otra, sopesas lo que se ve en pantalla y lo que no se ve. Y en los riffs de saxo y guitarra eléctrica más extáticos pasa a veces que al cámara se le va la mano queriendo o sin querer y enfoca no sólo al músico de la escena sino a la imagen que tiene detrás, que es naturalmente el músico en la escena que está enfocando y proyectando, y se produce una mise en abyme o regressus in infinitum de la imagen que combina un tanto vertiginosamente con la música—no mal, pero desmaterializante, desmaterializante.
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