Publicado en Evolución. com. José Ángel García Landa
Notas sobre Steven Pinker, "Toward a Consilient Study of Literature" (PDF), una reseña de The Literary Animal, libro editado por Jonathan Gottschall y David Sloan Wilson, publicada en Philosophy and Literature 31 (2007): 161-77. Llego ahí a través del comentario y respuesta de Bill Benzon en The Valve.
Pinker aboga por una convergencia entre teoría literaria y teoría de la evolución, o más bien por una teoría de la evolución (una psicología evolutiva) que haga extensivas sus investigaciones a la centralidad de la ficción y la narración en la experiencia humana.
Al igual que otros aspectos de la realidad humana estudiados por la psicología evolutiva (el amor, la religión, la guerra, la moralidad...), nos dice, la ficción y narración parecen no tener utilidad biológica. Y aquí ya se echa de ver lo que será la limitación del enfoque de los darwinistas literarios (incluido hasta cierto punto Pinker): el reduccionismo biológico, saltándose alegremente todas las disciplinas de conocimiento que han venido reflexionando sobre estas cuestiones durante siglos, y despejando la mesa para la ciencia por el procedimiento de hacer un rebullón con el mantel, los platos y la sopa primigenia.
La cuestión es si estos fenómenos de la psicología humana (ficción, religión, etc.) son adaptativos, productos de la selección natural, o productos colaterales de la adaptación, o sea enjutas (spandrels) que las llamaba Gould—o bien resultados de procesos aleatorios como la deriva genética.
Confieso que la tercera posibilidad me parece irritante incluso plantearla en semejantes términos. En cuanto a la primera y la segunda, van tan unidas, y dependen tanto del punto de vista interpretativo en cuanto tratamos cuestiones culturales, que quizá sea vano intentar desenredar el ovillo. A título de ejemplo, hace poco discutíamos en la Narrative-List el valor adaptativo que puede tener la creencia religiosa en seres sobrenaturales, como extensión a la naturaleza de procesos de comunicación interactiva. Nuestra paranoia, en origen bien fundada, nos lleva a la religión. Esta proyección de intencionalidades a donde no las hay produce (o resulta de) una hipersensibilidad para la detección de intenciones que va ligada al comportamiento inteligente. Por supervivencia, atribuimos intenciones a seres que acechan tras signos interpretables—originalmente, posibles depredadores o víctimas; por extensión, o exaptación, proyectamos una intencionalidad divina al cosmos, en tanto que signo interpretable. Y esa interacción virtual ayuda al ser inteligente a sobrevivir, tanto en el Paleolítico como en la soledad urbana.
Pero volviendo a Pinker, se las promete muy felices con la ficción como una especie de burbujita experimental que muestre en estado puro, y presumiblemente aislado de interferencias distorsionadoras, una proyección de los intereses de la mente:
La
ficción en concreto ofrece un don valiosísimo a la psicología
evolutiva: podemos suponer que las personas y acontecimientos mostrados
en los mundos ficticios reflejan las preocupaciones de nuestra especie, y
proporcionan una fuente de datos ecológicamente válida sobre lo que nos
importa. (163, traducciones mías)
Reduccionismo, como se ve: aquí no se considera la existencia de modas o convenciones literarias, ni el problema mismo de qué es exactamente lo que se muestra en un mundo ficticio, o cuál es exactamente el "dato" que observamos: porque lo que ve un ojo ahí delante como significativo, no era en absoluto obvio para otro. No niego que puedan salir datos mensurables de un planteamiento como el de Pinker... pero como en tantos otros casos, los gráficos que resulten tendrán una relación o trivial o tenue con aspectos más complejos de la realidad estudiada.
Pinker llega a los estudios literarios en plan renovador, y habla alegremente de "el actual estancamiento de los estudios literarios" por no estar abiertos a las ideas científicas. Esto es de traca, realmente. Nunca la teoría literaria ha sido más variada, dinámica y creativa que hoy. O, si lo ha sido, era sólo en proporción a las limitaciones de planteamientos anteriores. Nunca ha habido tanta interacción interdisciplinaria, ni tanto interés por los contactos entre ciencias humanas y otras ciencias. ¿Que aún son insuficientes para Pinker, y que aún va a haber más? Vale. ¿Que cada estudioso de la literatura tiene sus limitaciones, y que sumadas deben ser muchas? Pues también será cierto, seguramente. Pero primero habría que hablar con cierta prudencia, y no generalizar alegremente diciendo que el área de la teoría literaria está comprometida como un solo hombre con la idea de que la mente es un folio en blanco, o cerrada en banda a todo lo que no sea construccionismo social. (Un ejemplo, hala...: "Interacción internalizada: el desarrollo especular del lenguaje y del orden simbólico").
Esta convergencia de teoría literaria y evolucionismo sería para E. O. Wilson un paso hacia su ansiada consilience, la conciliación o unificación del conocimiento—Algo que podríamos relacionar con las reflexiones de Gell-Mann sobre consciencia, reducción y emergencia. Pero ojo con unificar o reducir demasiado el conocimiento: aparte de los detalles que se pierden por el camino, el conocimiento vive de la tensión y del debate ente perspectivas distintas, y de hecho no es de prever que vayan a faltar.
Una de las cuestiones fundamentales en este proceso de reducción es que las cualidades emergentes a un nuevo nivel de complejidad, precisamente, no se reducen, y han de ser tratadas con los instrumentos propios de su nivel. Poco me importa la composición química exacta de mi ejemplar de la Ilíada, por muy científicamente que se haya determinado, y por poner un ejemplo simplista. Necesito la crítica literaria—enriquecida por otras disciplinas, pero nunca reducida a ellas, o a una de ellas. Entre otras cosas, porque partiendo de la noción de que tanto la literatura como la crítica son en última instancia resultado de la evolución, precisamente esa evolución, en sus extremos más acabados, es la que ha hecho que surja la crítica como respuesta a la literatura, y que evolucione como lo ha hecho para cumplir su función comunicativa y social. La crítica ya es y siempre ha sido evolucionaria en el sentido de que presta atención a la función y evolución de la literatura como fenómeno cultural. Que pueda enriquecerse con injertos más directos nuevas ideas procedentes de las teorías evolucionistas en estudios biológicos y psicosociales? Pues interesantísimo va a ser, pero no es de esperar que transforme radicalmente el núcleo de la disciplina, que ya es evolucionaria en lo esencial, aun sin saberlo, por ser histórica.
La reseña de Pinker de Evolution and Literary Theory es favorable, aunque encuentra que es insuficiente todavía el desarrollo de la disciplina de la teoría evolucionista de la literatura—por ejemplo, la teoría psicológica que subyace a los ensayos de D. S. Wilson y Joseph Carroll sobre teoría narrativa es limitada; en ocasiones se peca de reduccionismo a juicio de Pinker, y el libro inaugura líneas de investigación que si bien son interesantes están sin embargo aún por desarrollar.
Sobre los ensayos del libro, según la noticia de Pinker:
E. O. Wilson coloca este proyecto en el marco de su teoría de la consilience / conciliación, estableciendo conexiones entre las disciplinas: la neurociencia cognitiva y la psicología evolucionaria ya han "integrado" a las ciencias sociales, y ahora llega el turno de las humanidades.
Frederick Crews señala el énfasis empírico y analítico de este nuevo campo, y observa que la conciliación científica de la teoría literaria deberá ir más allá de la psicología evolucionista.
Ian McEwan observa la unidad de la experiencia humana que permite apreciar las mismas obras literarias en culturas y épocas remotos.
La introducción narra los esfuerzos de Gottschall para defender una tesis "psico-evolucionista" sobre los motivos de los personajes de la Ilíada frente a una academia escéptica o llena de prejuicios ante unas ideas tildadas de racistas o de simplistas.
Dylan Evans critica las limitaciones teóricas de los departamentos de inglés, encerrados en el postestructuralismo/feminismo/postcolonialismo/queer, y cerrados a otras cosas.
Denis Dutton, en un postfacio, defiende la conciliación en teoría estética, y señala algunas bases evolucionistas de la estética visual.
D. S. Wilson propone una teoría de la evolución cultural que Pinker encuentra simplista por pretender explicar la evolución cultural con mecanismos demasiado calcados del seleccionismo biológico. Aquí refuta Pinker la teoría de los memes si se hubiese de entender literalmente como selección natural:
"Las
ideas, al contrario que los genes, no se copian a través de las
generaciones con alta fidelidad, y no mutan por procesos aleatorios y
ciegos. En lugar de eso, son elaboradas por un cerebro humano con diez
billones de sinapsis, guiado por una previsión de cómo las historias van
a afectar a los cerebros similarmente complejos de lectores u oyentes"
(165).
Es decir, sería una teoría de la cultura absurda por ignorar el papel de la mente. Obsérvese el papel que da Pinker a la anticipación, a la intencionalidad, y a la interacción comunicativa en su refutación de la memética mema.
Joseph Carroll sí tiene una teoría de la mente: demasiado modular, por cierto, al segmentar arbitrariamente las funciones en compartimentos estancos. (Acabaremos con la modularidad como en el aquel episodio de The Faerie Queene en el que se visitan una por una las estancias de palacio alegórico de la mente...). Y Pinker sugiere que sí son cuestionables (no dice racistas) sus ideas tomadas de J. Philippe Rushton sobre las diferencias en modalidades de inteligencia de europeos, africanos y asiáticos, à la Taine. (Tanto más cuanto Carroll sostiene la importancia de la 'inteligencia general' como entidad identificable–dudoso para Pinker– y critica por ello a la teoría mucho más matizada de modalidades y grados de inteligencia propuesta por los pioneros de la psicología evolucionista John Tooby y Leda Cosmides. La teoría, pues, parece decepcionante, tanto más cuando a Carroll le correspondía el honor de ser el fundador de la disciplina del darwinismo literario en su versión moderna, con su Evolution and Literary Theory (Columbia: University of Missouri Press, 1995). (Por cierto, no olvidemos recordar a evolucionistas literarios más clásicos, más metafóricos, y sin embargo también influyentes, como Ferdinand Brunetière ya en el siglo XIX). En Carroll sí aprecia Pinker el análisis de Orgullo y Prejuicio como un ejemplo de la psicología de la selección sexual: el conflicto entre el papel relativo que hombres y mujeres dan a belleza-juventud por una parte y status-estabilidad-influencia por otra. Pero también critica que lo esencial no son los impulsos básicos en sí, sino la manera en que están "exagerados y codificados en su tiempo y cultura" (167), y el conflicto básico es ente interés individual y demandas sociales, no entre interés individual e interés evolucionario. Los impulsos evolucionarios estarán por supuesto en ese sentido en el trasfondo de las acciones de los personajes en cualquier narración, pero "pueden estar más agudamente delineados, y ser así más indispensables para el análisis literario, en relatos ambientados en una cultura cuyos valores actúen en contra de esos impulsos, antes que en una cultura cuyos valores los asuman o los exageren" (167). En cualquier caso, los motivos humanos que siempre están en el trasfondo de una narración sí pueden ser entendidos mejor con las aportaciones de la psicología evolucionista.
Una cuestión de trabajo a la contra que habría que tener en cuenta a la hora del análisis, aparte de la señalada por Pinker, es si el análisis que proporcione el crítico evolucionista de tal o cual obra es un caso de crítica amistosa o de crítica sintomática y desmitificadora. Es de suponer que los mejores ejemplos y más característicos de este tipo de crítica, así como los más polémicos e irritantes para quienes no compartan estos puntos de vista, serán los que reduzcan una cuestión aparentemente compleja a términos muy simples —irresistiblemente simples y convincentes—introduciendo la explicación sociobiológica como un cortocircuito en la idea que la obra tiene de sí misma, o los personajes tienen de sí mismos, o los críticos tienen del personaje. Algo así como la explicación fisiológica que da Swift de las prédicas e ínfulas puritanas en The Mechanical Operation of the Spirit. La polémica está servida, con este tipo de crítica crítica.
Robin Fox examina la tensión que hay en épicas muy distintas (Gilgamesh, Beowulf, La Ilíada, Le Morte D'Arthur y La Chanson de Roland) entre la solidaridad masculina y agresiva de los héroes y los lazos familiares emocionales y afectivos—una constante en distintas épocas, y no un accidente social.
Marcus Nordlund defiende la universalidad del amor romántico como fenómeno sociobiológico de cortejo/apareamiento, contra la idea predominante en teoría literaria de que se trata de un constructo social. Los ejemplos vienen de las heroínas cómicas de Shakesepare, libres para elegir pareja e interpretar su carácter. Son comedias de apareamiento, en las que se ponen de manifiesto las tensiones contradictorias inherentes a la naturaleza humana. (No está tan lejos de esta noción el famoso ensayo de Greenblatt sobre "Fiction and Friction", aunque ofrece un modelo de análisis mucho más complejo, pasado por la historia cultural y las convenciones literarias, y donde la biología es sólo el material sobre el que se trabaja).
Catherine Salmon compara las distintas tendencias en el consumo de fantasías eróticas populares en hombres (pornografía visual) y mujeres (narraciones románticas, con el reciente desarrollo de la "slash fiction")—enfatizan así "el abismo psicológico que separa a los sexos", dicen—pero claro, escogiendo lo más exclusivo se han dejado por el camino lo más frecuente y común en los dos sentidos de 'común': las narraciones visuales del cine y la televisión que son disfrutadas por los dos sexos, aunque no siempre de la misma manera).
Parte de la convergencia con las ciencias, dice Pinker, debería resultar en el desarrollo de métodos experimentales por los estudios literarios, con hipótesis comprobables. (Lo cual no es lo mismo, espero, que la desaparición de los estudios literarios tal como los hemos conocido, en los que muchas veces lo más interesante y sugerente es lo que nunca podría ser objeto de comprobación experimental).
Así, Gottschall hace un muestreo estadístico de cuentos populares de muy diversas culturas, y llega a la conclusión de que las "estructuras patriarcales" denunciadas por la crítica feminista como resultado de una construcción social son de hecho universales. Y lo interpreta en términos darwinianos de selección sexual, en la que compiten y seleccionan ambos sexos. Los cuentos expresan los criterios biológicos de interés reproductivo de nuestra especie, en la que las mujeres se dedican más a la progenie, y por tanto tienden a elegir a hombres capaces de apoyarlas en esa tarea (por capacidad, potencia económica o dedicación a la familia), mientras que el sexo masculino, como sexo menos dedicado al cuidado de la progenie, hace primar el criterio de fertilidad a la hora de elegir compañera. El matrimonio, nos explica Pinker, no es una conspiración femenina para sujetar a hombres con tendencia a huir de los pañales, sino un pacto biológico a dos bandas, que intercambia la renuncia sexual con la promesa de que la pareja contribuirá a que primen y prosperen nuestros genes y no los del vecino. Lo cual no quita para que en efecto los hombres tengan más deseos (evolucionarios) de variedad sexual tanto antes como después del matrimonio.
También observa Pinker que las estrategias óptimas de relación sexual difieren en cuanto a relaciones breves o continuadas. En las relaciones esporádicas, las mujeres también priman a los hombres vitales, fuertes y agresivos; en las largas, a los estables y entregados al cuidado de la pareja y prole (cads versus dads)—lo cual también nos proporciona ciertos arquetipos literarios... y no literarios, claro, donde la fantasía interactúa con la realidad.
Pasa Pinker luego a discutir si el arte y la producción de ficciones son en sí mismos el resultado de una adaptación o no. Tiende a creerse vagamente que sí, que el arte y literatura cumplen (adaptativamente) la función de crear lazos comunitarios. Pinker no cree ni lo uno ni lo otro, y enfatiza la importancia de dejar claro esto a la hora de sentar las bases de una estética evolucionista.
Se tiende a creer que el arte (o cualquier otra cosa) es adaptativo en el sentido de que es bueno, que potencia la supervivencia humana —pero Pinker señala que lo adaptativo es moralmente neutro cuando no contrario a la moral: "las tendencias a cometer genocidio bien pueden ser adaptativas, mientras que la capacidad de leer casi seguro no lo es" (170). (Aquí una vez mas cae en el error de considerar estas cuestiones fuera del punto de vista del desarrollo de las culturas humanas—en las que la capacidad de lectura sí proporciona una capacidad muy superior de adaptación al medio, o aún más, de adaptación del medio, superior en su poder de actuación a la mera 'disposición' a cometer genocidio —si no se disponen los medios para hacerlo organizadamente).
Se demuestra que algo es una adaptación, nos dice Pinker, no porque "la gente lo haga, o le guste," etc, sino porque ese factor "es capaz de producir un resultado que aumente la reproducción en un medio ambiente similar a aquel en el que evolucionaron los humanos" (170)—Pero no parece caer Pinker en la cuenta de que con esta limitación se reduce al absurdo la misma idea de una teoría darwinista de la cultura. El desarrollo cultural no tiene lugar en un medio ambiente similar a aquel, sino en un medio ambiente cambiante, emergente y transformado por la cultura humana. Y lo que sea adaptativo a ese medio ambiente nuevo necesita parámetros totalmente distintos de los biológicos y de la mera reproducción de los genes. Y tampoco son memes lo que se produce y reproduce, sino combinaciones emergentes de ideas, tecnologías, procedimientos organizativos y procesos comunicativos.
Mientras que hay mucho en los orígenes humanos y en nuestra base biológica que debemos conocer para entender la evolución de la cultura (el ejemplo de Pinker: por qué nos gustan los dulces), no podemos reducir el evolucionismo cultural a ese tipo de explicaciones primigenias y biológicas. El estudio de la adaptación a un medio cultural emergente requiere un tipo de planteamientos totalmente diferentes, que son los que estudian desde siempre las ciencias humanas.
Pinker sostiene que una teoría post hoc o retrospectiva de la evolución no es suficiente: "La pregunta es, por qué podría uno haber predicho, a priori, que las personas estarían constituídas de una manera tal que sucederían estas cosas"? (como gustar de la música, contar cuentos, etc.).—Realmente no veo posibilidad de plantear la cosa en esos términos apriorísticos. Los fenómenos emergentes sólo pueden estudiarse a posteriori—y la gramática misma de la pregunta de Pinker parece sugerir que esta supuesta pregunta a priori no es sino un experimento mental planteable sólo post hoc.
Con estos limitados planteamientos llega Pinker a su conclusión de que "muchas de las artes no tienen en absoluto una función adaptativa" (adaptativo-reproductiva, pues la cuestión se ha circunscrito a esos términos). Las artes serían en gran medida (biológicamente hablando, insisto) un producto colateral de mecanismos psicológicos desarrollados para otras funciones, a saber:
"sistemas motivacionales que nos dan placer cuando experimentamos señales correlacionadas con resultados adaptativos (seguridad, sexo, estima, entornos ricos en información) y la capacidad tecnológica de crear dosis purificadas y concentradas de estas señales (como las pinturas de paisajes, obras eróticas o historias de héroes). La ficción puede ser, al menos en parte, una tecnología del placer, una recuperación del lenguaje y las imágenes en tanto que tecnología de realidad virtual que permite a un lector disfrutar alucinaciones placenteras como explorar territorios interesantes, vencer enemigos, tratarse de igual a igual con poderosos, o conquistar parejas atractivas" (171).
Bueno, para darnos estos resultados ya estaba la teoría de Freud. También señala Pinker la función comunicativa virtual de la ficción, simulando el cotilleo, la información social imaginada sobre personajes virtuales—pues el cotilleo también tiene una función de supervivencia en el entorno social.
Ahora bien, la ficcionalidad en concreto sí tiene para Pinker un origen adaptativo, y ve la piedra de toque en el desarrollo de la inteligencia artificial (que proporcionará experimentos predictivos, y no sólo razonamientos post hoc). La ficcionalidad, el diseño de situaciones posibles, es una función útil para que los sistemas inteligentes traten con un problema, con situaciones cuyo resultado no es predecible de antemano.
"La ficción, pues, sería una especie de experimento mental, en el que se hace a unos agentes jugar una serie de interacciones plausibles en un mundo virtual más o menos sometido a leyes, y un público puede tomar nota mental de los resultados" (172)
—lo cual nos recuerda a la noción de la novela experimental de Zola, o la literatura realista, pero queda aún lejos de explicar otros tipos de escritura experimental y de por qué la representación misma y la noción de realidad en la representación están sujetas a evolución y reelaboración constante. Para eso necesitamos una teoría más atenta a la complejidad de la interacción social humana, no la interacción un tanto primate que Pinker parece tener en mente.
La ficción narrativa es pues, para Pinker, una especie de razonamiento práctico basado en casos, resolviendo así la distancia entre la norma abstracta y los detalles específicos de las situaciones reales: Algo que no deja de recordar al razonamiento de Sir Philip Sidney en An Apologie for Poetry, cuando situaba a la ficción poética en una posición ideal entre las abstracciones de la historia y los casos concretos pero caóticos de la historia. Un Sidney pasado por la psicología neural y la teoría de la computación, claro. Sería una explicación neurológica de una importante función social de la ficción narrativa—"la ficción cumple con frecuencia una función didáctica, enseñando implícitamente a los lectores las reglas de su entorno social y cultural".
En suma, la ficción sería tanto una adaptación (en tanto que instruye con un tipo de razonamiento basado en casos o permite experimentos mentales combinatorios) como un producto colateral (o spandrel) de la evolución, en tanto que deleita con simulaciones de realidad virtual y de cotilleo virtual. Las dos son razones por las cuales narramos, según Pinker. Volviendo a los últimos ensayos de The Literary Animal (—por cierto, poco énfasis se pone aquí en deslindar entre literatura, ficción y narración):
Brian Boyd se opone a las teorías según las cuales el arte es un producto colateral de la evolución, y sostiene que tiene la doble función de potenciar la cohesión social y captar una atención compartida—aunque no a modo de elemento de lucimiento del artista con fines de promoción personal y lucimiento sexual, como sostiene Geoffrey Miller. A Pinker le parece insuficiente la explicación de por qué el arte promociona la cohesión social, pero debería releerse su propio razonamiento dos párrafos atrás. Tampoco le parece convincente la ventaja evolutiva de captar atención compartida—pero eso parece despreciar la ventaja evolutiva crucial que dan al ser humano la comunicación y la organización social compleja. Si la comunicación social en todas sus formas (incluida la "gimnasia semiótica" de Eco) es importante para desarrollar la inteligencia propiamente humana, no es una cuestión sólo de que nos guste oír historias juntos alrededor de la hoguera.
Daniel Nettle se inclina más por la teoría del placer, con la ficción como una especie de droga comunicativa para animales intensamente sociales. Partiendo de este planteamiento, clasifica los tipos de conflicto social presentados en las obras de Shakespeare:
Resolución positiva Resolución negativa
Conflicto de status social Drama heroico Tragedia
Conflicto de emparejamiento sexual Comedia Tragedia amorosa
Michele Scalise Sugiyama enfatiza por el contrario la función didáctica y socialmente útil de la ficción: para adquirir información, ensayar estrategias, resolver conflictos de objetivos. Pone más énfasis tanto en la teoría cognitiva como en el aspecto lingüístico de la comunicación narrativa literaria (las otras teorías, dice Pinker, podrían igualmente referirse a ficciones televisivas o cinematográficas).
Observaciones de Pinker para el mejor desarrollo de la teoría literaria "darwinista" y científicamente conciliada:
(1) Hay que deslindar el problema psicoevolutivo de por qué hacemos ficciones del análisis crítico de las ficciones. Quizá la teoría evolutiva no pueda aportar gran cosa significativa a la crítica literaria—y los teorizadores que sí aspiren a hacerlo deberán justificar qué es lo que aportan al análisis de las obras, y por qué es significativo. Y nuevas justificaciones adicionales de la utilidad de la crítica, esta vez desde el punto de vista de la psicología evolutiva....
(2) Las teorías requieren más desarrollo experimental, y eso quizá sea factible potenciando sus contactos con el desarrollo de la Inteligencia Artificial—diseñando sistemas inteligentes, y viendo qué valor tiene en ellos la funcionalidad del razonamiento mediante mundos hipotéticos o ficciones.
(3) Se requiere más convergencia con otras ciencias de la naturaleza humana: el cognitivismo, la lingüística, la genética del comportamiento, la psicología social... Hasta ahora, se han restringido las cuestiones "evolutivas" a problemas demasiado centrados en diferencias sexuales y selección sexual, cuando hay otros temas evolutivamente relevantes en literatura, "como conflictos padres/hijos, rivalidad entre hermanos, autoengaños, reciprocidad, tabús, psicología de las coaliciones, emociones morales" (176) (—vaya, ¡pero si no ha tratado de otra cosa la teoría literaria durante siglos! No en conexión con la familia primigenia de antropoides, cierto, pero sí en el ecosistema propiamente humano).
(4) Habría que centrarse menos en el arte elitista y el canon, para llegar a conclusiones estadísticamente relevantes, y estudiar productos de consumo masivo. Pues el arte de minorías precisamente busca contradecir los presupuestos y gustos del arte popular, y dará una idea distorsionada de la generalidad de la experiencia humana.
(5) La noción del argumento como combinatoria infinita de posibilidades debe relacionarse con la resolución de conflictos de intereses variados y sin fórmula previa. La teoría del conflicto, y la teoría evolucionaria de los juegos, deberían servir de base para el análisis de argumento y carácter. (Ver, por cierto, aquí un par de artículos sobre narratología mentalista, que ayudan a integrar el desarrollo argumental con la lectura mutua de las mentes de los personajes—y por tanto con la teoría de la interacción y comunicación social).
(6) Según Pinker, "los analistas literarios evolucionistas deberían ser mucho más escépticos con la idea de que la 'cohesión de grupo' sea un motivo humano básico y que se pueda explicar fácilemente con la 'selección de grupo'" (!!)—y arguye que la selección de grupo quedó obsoleta desde los años 60/70. Pues lamento disentir, pero por suerte creo que los razonamientos de S. J. Gould en The Structure of Evolutionary Theory a favor de la actuación diferenciada de la selección natural en múltiples niveles, del gen a la especie, pasando por el individuo y el grupo, está más en la línea de lo que pienso. Por supuesto no se seleccionan y heredan los rasgos de los grupos como se transmiten los genes... pero la historia de la globalización nos dice que unos tipos de organización social tienden a "reproducirse" y a potenciar sus características (aglomeraciones urbanas, especialización creciente del trabajo, etc.) y a arrinconar a otros tipos de organización grupal nómada o cazadora-recolectora o feudal. Y si no se expanden mediante memes, lo hacen mediante estructuras organizativas y sistemas ideológicos. Que tienen su propia dinámica evolutiva emergente, a no confundir con el éxito reproductivo—y es que los humanos primamos en realidad la reproducción de nuestras estructuras sociales (no quiero llamarlas memes, que parece que van a trozos) antes que la de nuestros genes. Y si no actuamos así nosotros en persona, ya lo hacen nuestras estructuras sociales por nosotros, con una lógica mucho más poderosa.
Frente a eso, sí me gusta el énfasis de Pinker en la complejidad de comportamientos y actitudes que tenemos frente al grupo social: con "cohesión social", dice, no se nombra adecuadamente "la mezcla ambivalente de motivos egoístas, nepotistas, estratégios y de autopromoción que en realidad animan los sentimientos de una persona hacia su grupo, y que la ficción nos dramatiza de modo delicioso"—un tipo de relación y unos conflictos que, con sus generalidades de base biológica, que nos puede ayudar a explicar la teoría de la evolución, siempre son únicos en sus circunstancias y combinaciones. Y para eso no necesitamos sólo una teoría evolucionista de la literatura, sino sobre todo una antropología—que integre en ella los conocimientos que tenemos de la evolución biológica y cultural, de la sociedad, de la historia, de la acción, del lenguaje, de la comunicación, de la narración y del arte—la eterna Ciencia Nueva de Vico, siempre por renovar y reinventar.
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