Perdí hace unas semanas, de la manera más tonta (una manera que aún me sofoca y avergüenza recordar, y me preocupa) una cámara de fotos, nueva, con todas las fotos que había hecho este verano. Miles de fotos, quizá cuatro mil serían. Me apresuré a comprar una cámara igual, pero (ay) no tenía las fotos dentro.
He pasado un par de veces, la última hoy, por Objetos Perdidos. No ha aparecido, no aparecerá. Alguien se la ha encontrado, y no se le ha ocurrido llevarla a Objetos Perdidos—que estamos en España, oye. Habrá visto que no funciona, y la habrá tirado sin más, el personal medio es así y no más. O quizá (a pesar del golpe que se debió de llevar la cámara al caerse del coche) se haya encontrado con que la cámara funciona. En cuyo caso habrá visto una docena de fotos, y luego las habrá borrado todas. "Jo qué suerte, ya tengo cámara".
El nivel medio, lo repito y a las pruebas me remito, es así.
Es para sentirse idiota (aparte de serlo, digo), estar todo el verano haciendo fotos, no muy distintas de las que hice el verano pasado o con un poco de suerte haré el siguiente, de todos modos... no, pero lo que digo que es idiota es perderlas. Otros dirán que buena limpia, cuatro mil fotos menos en mi fotoblog, que ninguna falta le hacen. Hasta me lo han dicho, qué suerte que se te han perdido, no sé si con consciencia del desprecio que supone, la gente también es así.
Para mí ha sido, en cambio, todo un golpe, por la manera en que lo he vivido. Es como la reducción al absurdo de lo que hago día a día, presentada en concentrado y hecha vívidamente. Lo que hacemos día a día es la vida, creyendo que queda acumulada de alguna manera. En la memoria, en algún sitio de la eternidad, o donde sea. (¿Supongo que todo lo que pasa queda efectivamente registrado en la eternidad, a modo de álbum de fotos museo... espero?).
Pues no. Nada se almacena. Todo se borra, y no queda nada. Las fotos se borran igual que se borran las imágenes de nuestra retina, que es lo que son a fin de cuentas. Lo que vivimos no va a parar a ninguna parte—sólo está el pasar, no el pasado, que sólo existe, mientras existe, en los álbumes de fotos y otros soportes igual de precarios y temporales.
Ya lo dice Shakespeare. Los vivientes somos actores de nuestra vida, y figurantes en nuestras fotos. Hoy comentaba en clase este texto de La Tempestad:
These our actors,
As I foretold you, were all spirits and
Are melted into air, into thin air:
And, like the baseless fabric of this vision,
The cloud-capp'd towers, the gorgeous palaces,
The solemn temples, the great globe itself,
Yea, all which it inherit, shall dissolve
And, like this insubstantial pageant faded,
Leave not a rack behind. We are such stuff
As dreams are made on, and our little life
Is rounded with a sleep.
As I foretold you, were all spirits and
Are melted into air, into thin air:
And, like the baseless fabric of this vision,
The cloud-capp'd towers, the gorgeous palaces,
The solemn temples, the great globe itself,
Yea, all which it inherit, shall dissolve
And, like this insubstantial pageant faded,
Leave not a rack behind. We are such stuff
As dreams are made on, and our little life
Is rounded with a sleep.
Mis fotos ya se han borrado, ya estoy algo más muerto de lo que solía estar. Aunque quién sabe, igual van circulando por ahí, copiadas y distribuidas al azar. Dead, we become the lumber of the world. Del mismo modo, nuestra vida y sus imágenes, una vez se nos ha borrado nuestra memoria, y estamos muertos para todos menos para nosotros, igual nuestra vida y sus imágenes siguen rodando en fragmentos incomprensibles de aquí para allá, figurantes que somos y actores secundarios o extras en obras ajenas. Hasta que muramos nuestra segunda, y definitiva, muerte—la total y final. Que de hecho ya la estamos muriendo, por capítulos, cada día de esos que son un sueño, y que acaban en un sueño.
—oOo—
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