Vamos a la última función de esta obra de Alfonso Plou y Carlos Martín, dirigida por éste último, sobre textos de Shakespeare. Oteando oteando con los gemelos de ópera por el teatro principal no vemos a ningún otro anglista más por la sala.
- Será porque la obra es en español - me dicen.
- ¡¡Jaja!!¡Muy bueno! ¡Delirante!
Y así poco a poco, en el teatro global, y mientras los tramoyistas hacen arreglos de última hora y hasta casi se montan una bronca entre ellos, va empezando la obra. La obra mezcla textos de los Sonetos con la hipotética historia personal detrás de ellos, en este caso el supuesto amor entre Shakespeare y Southampton; a ello se superponen escenas del Sueño de una noche de verano, que pudo haber sido representada en la segunda boda de la madre de Southampton. Las dos historias se alternan y entrecruzan un tanto, y también lo hacen con la historia metadramática de cómo los actores preparan la función, se enfadan o se enrollan unos con otros, y mezclan de manera hilarante dos niveles de actuación, como hace la compañía de Bottom en El sueño de una noche de verano. O quizá, por buscar un ejemplo más reciente, como en Shakespeare in Love, que jugaba también combinando la vida de Shakespeare y su obra. Claro que esta obra está más acertada aquí al coger un posible tema autobiográfico real, el triángulo amoroso de los sonetos, y el probable romance del autor con una dama oscura y con un aristócrata rubio, en lugar de un imaginario romance con una aristócrata rubia como en la película. En todo caso es Shakespeare el inspirador final de estos juegos con niveles de ficción, tan bien traídos y llevados aquí. La música también es ecléctica, mezclando Purcell y Carmen París; las transiciones entre una línea argumental y otra son por turnos esperadas y rítmicas, o inesperadas y delirantes, o de risa; el contraste entre el lenguaje de Shakespeare y el coloquial de los actores, también muy bien llevado: la obra parodia la imagen popular del Bardo a la vez que le hace un homenaje muy en su propio estilo, pues reflexiona sobre la manera en que Will proyectaba sus "perplejidades" a la escena o la página, y obtenía a la vez satisfacción indirecta y mayor perplejidad vital y artística a partir de esa proyección. Una circulación o retroalimentación entre la realidad y sus representaciones que es muy propia de Shakespeare, quizá su firma más consistente. Totus mundus agit histrionem: todo el mundo hace el payaso, al menos parte del tiempo (y sobre todo en cuestiones amorosas). Logra esta obra conjuntar de maneras inesperadas solemnidad, humor y experimento teatral -- pues es un reto para los actores el matizar los niveles de gestualidad y de lenguaje --o no matizarlos en el momento justo para lograr un efecto absurdo o interesante, desmitificador, o mitificador, o surrealista. Un éxito rredondo (o rotundo); es emocionante poder tener una noche de teatro tan completa, que ya querrían poder dar otras compañías más conocidas y celebradas. Esta obra empieza representando la propia nulidad o incompetencia de la compañía, y así en cierto modo se vacuna contra ella, rompe el hielo y, como Shakespeare, convierte en drama y en poesía lo que antes no era drama ni poesía, o lo que corría el peligro de dejar de serlo,
As an unperfect actor on the stage
Who with his fear is put beside his part...
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