Engañándonos de buena fe
Nacidos para engañarnos, a nosotros mismos y al vecino—el autoengaño, el sincero engaño y el engaño maquiavélico, son los tres ventajosos desde el punto de vista de la lucha por la existencia y por la reproducción. Esta es la sección "Mentes maquiavélicas" del libro EL SELLO INDELEBLE, de Juan Luis Arsuaga y Manuel Martín-Loeches. Links added:
¿Cuál es entonces la utilidad de la conciencia? Según afirma el neurólogo Chris Frith en su libro Descubriendo el poder de la mente (2007),
la respuesta es muy evidente: tenemos conciencia y nos creemos agentes
con voluntad e intenciones, sin que nada de esto sea cierto, pero sirve
para creernos que se puede ser culpable de algo, tanto si es bueno como
si es malo. Este fenómeno de "culpabilidad ficticia" facilitaría y
potenciaría las relaciones sociales y la convivencia dentro del grupo,
pues nos ayudaría a controlar nuestro comportamiento social, algo que
es primordial en nuestra especie. La consciencia, pues, solo sería una
ilusión creada por nuestro cerebro. Como lo sería la división entre lo
mental y lo físico. Para Frith, esta división también es falsa. De
hecho, tampoco tenemos acceso al mundo real, pero tenemos la ilusión de
que sí. A lo único que tenemos acceso es a nuestro modelo cerebral del mundo,
de los otros y de nosotros mismos, que no serían más que construcciones
cerebrales basadas en lo que le llega a nuestro cerebro desde los
sentidos y su integración con nuestros conocimientos y experiencias
pasadas.
Además, si bien es cierto que el ser humano destaca por su capacidad
para la cooperación, para comprender la mente de los demás y para hacer
que los demás entiendan la suya, también es cierto que las relaciones
humanas están lejos de ser idílicas. Difícilmente los grupos humanos
son un paraíso en el que todos colaboramos y nos ayudamos. Muchas de
las habilidades y mecanismos para entender la mente de los demás se
emplean, de facto, para manipular sus mentes en beneficio propio. Y
para que no manipulen la nuestra, para detectar el engaño. la búsqueda
del beneficio propio y del engaño son dos fenómenos harto frecuentes en
todos los grupos humanos.
En el reino animal, solo mienten los simios y los humanos. Pero
mientras que en los primeros la mentira parece algo ocasional o muy
raro, en nuestra especie más bien abunda. Incluso nos mentimos a nosotros mismos,
algo que ningún otro ser vivo del planeta es capaz de hacer, y muchas
veces sin que seamos conscientes de ello. Aprendemos a mentir desde
niños, inducidos y guiados por los adultos. Ponemos a un niño al
teléfono y le decimos: "Dile a la abuelita que la quieres mucho". Forma
parte de la conducta social cotidiana del ser humano. El lenguaje
humano, por sus características, es muy propicio para mentir, pues
habla de situaciones, de objetos, de personas o de lugares que no están
a la vista. En palabras de Gary Marcus,
los abogados inteligentes saben que no existe el contrato perfecto: se
redacte como se redacte, nunca se conocen absolutamente todas las
normas y leyes que pueden ser aplicables, y muchas de estas son más
bien ambiguas, contradictorias, con un alto grado de incertidumbre;
siempre hay lugar par el engaño. Todos sabemos que en un juicio un buen
abogado, con las mismas leyes, no obtiene los mismos resultados que uno
malo.
El engaño y los mecanismos para detectarlo son complejos en la especie
más mentirosa del planeta. Cuando mentimos, muchas veces se nos
"escapan" de manera inconsciente e involuntaria expresiones faciales y
corporales. Duran apenas unos milisegundos, pero manifiestan la
verdadera emoción que siente quien miente, pero que intenta reprimir.
Le delatan. Curiosamente, de esas microexpresiones
que se nos escapan no son conscientes ni el emisor ni el receptor, pero
sus cerebros sí las detectan. Esto vuelve al mentiroso más inseguro y
al engañado, más suspicaz, aunque ni uno ni otro sepan decir por qué.
Somos capaces de detectar en los otros movimientos oculares de apenas
dos milímetros a un metro de distancia, lo que nos permite detectar
sutilmente las pequeñas desviaciones de la mirada que realiza un
mentiroso sin saberlo.
No obstante, en este comportamiento tan complejo
hay una gran variabilidad. Hay quien controla mejor o peor los mensajes
corporales que delatan su mentira—y su suspicacia—. Normalmente se
controla el engaño de manera deliberada, y se puede comprobar como la
activación cerebral en estos casos es superior en ciertas regiones
prefrontales del cerebro, reflejando el enorme esfuerzo que se está
realizando para no delatarse. Pero también parece que hemos desarrollado la
posibilidad de impedir que afloren en nuestra mente nuestros propios
puntos de vista durante una conversación, principalmente con el fin de
no expresar emociones que pudieran delatarnos.
En numerosas ocasiones, con mucha más frecuencia de lo que solemos
creer, el autoengaño es real, es decir, que nos llegamos a creer
realmente nuestras propias mentiras. Esto hace que el engaño sea aún
más difícil de detectar; entre otras cosas, porque resultamos más
convincentes al no exhibir esas microexpresiones que nos delatan. Este comportamiento tan exquisito beneficia al individuo, pues no solo le hace más creíble ante los demás, sino que se autoprotege,
mejora su autoestima e incluso su humor y, con ello, su salud mental y
su rendimiento.
Probablemente, el intérprete del hemisferio cerebral
izquierdo tenga la culpa una vez más de este curioso comportamiento. Un
comportamiento que, aunque quizá sea algo retorcido, es muy útil para
salvaguardar íntegra una mente muy vulnerable y sensible, sensible especialmente
al contenido de las mentes de los demás.
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